Editorial

El sueño de volver a contar

Editorial · Fernando de Haro
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9 diciembre 2018
En España, la celebración del 40 aniversario de la Constitución ha coincidido con la aparición como fuerza parlamentaria (de momento solo en Andalucía) de una fuerza de derecha con un ideario hasta ahora ausente. Vox cuestiona algunos de los principios esenciales de la Carta Magna como Podemos lo hace por la izquierda o el independentismo catalán de forma transversal. El nuevo partido, al rechazar el modelo territorial de las Comunidades Autónomas (un federalismo no reconocido ni vertebrado del todo), alimenta uno de sus vectores en la reacción al proceso secesionista que se intentó materializar hace algo más de un año. Es nuevo. Ni siquiera hace cuatro décadas existía una derecha parlamentaria que rechazara el texto constitucional.

En España, la celebración del 40 aniversario de la Constitución ha coincidido con la aparición como fuerza parlamentaria (de momento solo en Andalucía) de una fuerza de derecha con un ideario hasta ahora ausente. Vox cuestiona algunos de los principios esenciales de la Carta Magna como Podemos lo hace por la izquierda o el independentismo catalán de forma transversal. El nuevo partido, al rechazar el modelo territorial de las Comunidades Autónomas (un federalismo no reconocido ni vertebrado del todo), alimenta uno de sus vectores en la reacción al proceso secesionista que se intentó materializar hace algo más de un año. Es nuevo. Ni siquiera hace cuatro décadas existía una derecha parlamentaria que rechazara el texto constitucional.

La solemnidad de las celebraciones del 40 cumpleaños de la Constitución, con buenos discursos de la presidenta del Congreso y del Rey Felipe VI, ha silenciado por unos momentos la crisis política. Cuanto más solemnes han sido las celebraciones en torno a la Constitución de 1978 (la que más tiempo ha estado en vigor desde que se iniciara la revolución liberal en España hace 200 años), más evidente se ha hecho que en las cuatro últimas décadas la experiencia que la hizo posible ha ido apagándose por la “neutralidad liberal” que domina el espacio público. Una neutralidad, alimentada por izquierda y derecha, que ha considerado una cuestión privada el reconocimiento del otro, la reconciliación, la unidad pre-política y pre-jurídica, los elementos de significado implicados en el hecho de ser ciudadano.

Más de un 85 por ciento de los españoles hacen una valoración positiva de la Constitución del 78. Valoración que no es del texto sino del acuerdo que lo fundamenta. Pero un 27 por ciento cree que en este momento España está estancada. Al menos uno de cada cuatro españoles cuestiona los partidos y la política. No es de extrañar que desde la derecha surjan ahora “opciones de protesta” que hasta el momento no habían existido. La política como pura gestión, la política como fuente de corrupción, provoca rechazo y resurge la política como utopía, como queja. Es el síntoma de un proceso que exige una respuesta adecuada. Al final lo que está en juego es si la participación en el espacio público tiene que optar entre la tecnocracia neutral o la frustración, si hay algún protagonismo posible en un ámbito dominado por la partitocracia.

Vox ha surgido en Andalucía con fuerza (10 por ciento de votos) sumando, según los primeros estudios demoscópicos, diversos elementos. El rechazo a la descentralización autonómica es uno de ellos, seguramente el más importante. A eso hay que añadir la reacción provocada por aumento de la llegada de inmigrantes (percibida falsamente como una suerte de invasión) y la voluntad de que, por fin, haya quien defienda cierta “agenda católica”. Una agenda que querría ser respuesta a una secularización inducida desde el poder y que pone el énfasis en ciertos aspectos –la defensa del no nacido, respuesta a la ideología de género– y minusvalora otros –migrantes, proyecto común–. A todo eso hay que sumar la reacción a las políticas emprendidas para luchar contra la tremenda lacra de la violencia que sufren las mujeres (la inmensa mayoría de los votantes de Vox son hombres). Hay muchos otros componentes que con el tiempo irán desvelando su peso.

Lo llamativo es que los postulados con los que Vox gana votos apuntan problemas pero no soluciones. El modelo del Estado de las Autonomías no es reversible. La subsidiariedad vertical no es mala. La descentralización, bien gestionada, ayuda a las personas. Las Comunidades Autónomas han contribuido y contribuyen a mejorar el país. Es necesario, eso sí, dar solución al reto catalán, controlar gastos, reformar el sistema de financiación, establecer mecanismos de coordinación a nivel estatal, clarificar competencias. De igual modo, la crisis migratoria provocada por el cierre de la ruta de Libia exige que el Gobierno reclame, como hizo Grecia e Italia en su momento, más ayuda de Frontex. España tiene que ser reforzada por Bruselas y España tiene que ayudar a Andalucía. La inacción de Sánchez puede generar un rechazo al inmigrante que, hasta ahora, no había alcanzado en España los niveles que tiene en otras partes de Europa. La sectorialización de las políticas sociales por grupos de población, que trata a las mujeres como parte de una minoría, tiene que ser examinada y evaluada.

Hay que dar la bienvenida y no tener miedo a los debates que suscita Vox como tampoco hay que tener miedo a los que suscitaba y suscita Podemos (excesos en los desahucios, “proletarización” de los jóvenes, desgaste institucional, etc).

La cuestión es si, entre unos y otros, el deseo de construcción, de hacer un país más justo, vuelve a ser expropiado por el enésimo proyecto abstracto (cincelado con ideas más o menos justas), por un penúltimo sueño de alcanzar cierta cuota de poder, de volver a contar. Ya hemos visto demasiados atajos que distraen de la responsabilidad de un cambio real, concreto, que pasa por no distanciarse de enemigos reales o ficticios sino de construir en colaboración con los que tenemos cerca para un bien común (con una agenda general) palpable. Se cuenta de verdad en la vida pública cuando se tiene experiencia de una transformación tangible.

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