El sueño de la Gran Albania enfrenta a EE.UU y Rusia en los Balcanes
Los Balcanes corren el riesgo de volver a salir ardiendo, como pos desgracia ha sucedido tantas veces en su historia, y arrastrar consigo al resto de Europa. El 9 de mayo, en Kumanovo, ciudad al norte de Macedonia, en unos enfrentamientos que duraron casi treinta horas entre manifestantes y agentes policiales murió una veintena de personas, además de varias decenas de heridos. El domingo 17 se celebró una gran manifestación en la capital, Skopje, afortunadamente sin incidentes, para pedir la dimisión del gobierno.
No es fácil aclararse en la complicada situación de la ex república yugoslava. No en vano, Macedonia es el término con que se designa a una mezcla de frutas variadas. Por otro lado, la ONU admitió a Macedonia no con su nombre, sino con un curioso acrónimo: FYROM (Former Yugoslav Republic of Macedonia – Antigua República Yugoslava de Macedonia). Se debe a que Grecia se opone a usar el nombre de Macedonia, término que define a una amplia región geográfica cuya mayor parte está en Grecia, y teme reivindicaciones territoriales de Skopje en esta zona. Por eso, Grecia está también obstaculizando la entrada de la FYROM en la OTAN y en la UE, donde Macedonia es candidata desde hace una década.
Kumanovo se sitúa en la frontera con Kosovo y Serbia, y está habitada por una mayoría macedonia, con amplias minorías albanesas y serbias. Los enfrentamientos fueron reivindicados por rebeldes vinculados a los independentistas kosovares, aunque las fuentes oficiales de este país han tomado cierta distancia. Entre los muertos, además de ocho policías macedonios, hay también nueve kosovares, cuyos cuerpos serán sepultados en Kosovo con todos los honores, según informa la agencia ANSA.
Esta región ya fue en 2001 un lugar de enfrentamientos entre insurgentes albaneses, también entonces procedentes en parte de Kosovo, y la policía y el ejército macedonio, una guerra civil que obtuvo un resultado menos desastroso que el resto de la ex Yugoslavia y que terminó con los acuerdos de Ohrid en el mismo año 2001. Aparece así uno de los factores desestabilizadores del Estado balcánico, el factor étnico, ya que casi una cuarta parte de la población es de etnia albanesa.
Las manifestaciones en Kumanovo parece que empezaron de forma pacífica para protestar contra el gobierno, donde participa uno de los dos partidos que representan a los albaneses en Macedonia, pero luego degeneraron por la intervención de los extremistas, definidos como ´criminales´ por varias fuentes, no solo gubernamentales, agrupados en el UCK (Ejército de Liberación de Kosovo). Por tanto, el factor étnico parecería estar importado y englobado en ese proyecto de Gran Albania que no solo preocupa a Macedonia, sino a otros estados limítrofes, como Grecia, Bulgaria, Bosnia y Serbia.
Pero también está el elemento político, es decir, la oposición al premier Nikola Gruevski y a su partido, desde 2006 en el gobierno, acusado de corrupción y de autoritarismo, concretamente por espiar a sus ciudadanos con pinchazos telefónicos generalizados. El partido socialista, que dirigió las manifestaciones antigubernamentales, se opone al resultado electoral del año pasado y acusa al partido mayoritario de fraude electoral.
Sin embargo, aquí tampoco faltan las implicaciones exteriores, empezando por EE.UU y Rusia, que se acusan mutuamente de apoyar los primeros a los opositores y los segundos al gobierno. Por su parte, ya antes de los enfrentamientos, la UE había expresado oficialmente en abril su gran preocupación por la situación, sobre todo por lo que se refiere a las violaciones del Estado de derecho, de los derechos civiles y de la libertad informativa. Pero invitó a todas las partes a asumir sus responsabilidades para llegar a un acuerdo que pusiese fin cuanto antes a esta peligrosa situación.
Recuerda mucho a la tragedia de Ucrania, con la que existen varios posibles y alarmantes paralelismos, empezando por el contraste entre EE.UU y Rusia, que para muchos es la verdadera clave de lectura de todo lo que está pasando. También aquí hay una minoría étnica que amenaza la integridad territorial del estado, una minoría que, como en Ucrania con los rusos, tiene en un país fronterizo a una posible madre patria. También aquí se acusa a la Rusia de Putin de interferir en favor del gobierno, acusando a Estados Unidos de fomentar los desórdenes en su propio beneficio. Un ejemplo sería el proyecto Turkish Stream, apoyado por el gobierno macedonio pero con la oposición de EE.UU, que promueve la importación de gas de Azerbaiyán.
Si a Rusia se la acusa de querer beneficiarse en una zona estratégica para Europa, a Estados Unidos se le acusa de querer generar la enésima revolución para extender su influencia e imponer sus políticas. De hecho, se pueden trazar ciertas analogías entre Yanukovich y Gruevski: ambos tienen buena relación o incluso amistad con Moscú, ambos están acusados de corrupción y autoritarismo, pero todavía siguen negociando con Bruselas para entrar en la UE. El primero se vio superado por el Maidán, el segundo se arriesga a tener que afrontar una situación muy similar. Si la tragedia ucraniana ha supuesto una renovación del clima de la Guerra Fría, el estallido de un conflicto en Macedonia provocaría la explosión interna de los Balcanes. El elemento religioso de momento no está en juego, pero sería estúpido ignorar la posibilidad de que reclutaran fuerzas que el Isis ofrece en la sufrida Bosnia o en Kosovo, y que en Macedonia casi un tercio de la población es musulmán.
El escenario descrito lleva a una triste conclusión sobre cómo, después de casi sesenta años desde la constitución de la CEE y más de veinte años después del nacimiento de la Unión Europea, los problemas de Europa siguen siendo muy parecidos a aquellos que provocaron dos desastrosas guerras mundiales. Hace sesenta años, los padres fundadores de la CEE tenían muy claro el objetivo de evitar nuevas guerras fratricidas, ¿cuál es hoy el objetivo de las megaestructuras tecnopolíticas de Bruselas?