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El sueño de la contrarreforma

Editorial · PaginasDigital
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29 enero 2012
España sigue siendo un laboratorio. Un buen sitio para observar cómo va ser el futuro de las políticas sociales en Europa. A una velocidad vertiginosa, en algo menos de ocho años, los gobiernos de Zapatero promulgaron leyes contra los que hasta ese momento se consideraban fundamentos de la civilización occidental: el matrimonio dejó de ser algo entre un hombre y una mujer, se permitió la clonación de embriones, o lo que es lo mismo, la ley dejo de tutelar el valor irrepetible de la vida. Y, en esta lógica, el aborto se hizo libre. Desde la ley de 2010 rige una ley de plazos que casi no pone límites. Y además la píldora del día después se dispensa en las farmacias sin receta, con lo que muchas adolescentes la han convertido en un medio anticonceptivo. Ahora gobierna en España el centro-derecha. ¿Será posible una contrarreforma?

El Gobierno de Rajoy, en su primer mes, no había dado señales de estar muy empeñado en derruir el edificio de radicalismo levantado por un socialismo que había hecho del género y de los nuevos derechos su ideología de bandera. Ni del programa electoral ni del discurso de investidura de Rajoy, ni tampoco del nombramiento de los ministros y de sus equipos se podía deducir la más mínima intención de protagonizar una "restauración". El PP es un partido laico y algunos de sus dirigentes, hoy en el Gobierno, no son agresivos con los valores propios de una experiencia cristiana pero no sienten ninguna inclinación a defenderlos sobre todo si eso puede tener coste político. Pero hace unos días el ministro de Justicia, ex alcalde de Madrid, un hombre al que muchos le han considerado del ala izquierda del partido, amigo de la intelligentsia progresista, daba la sorpresa al anunciar un cambio en la ley del aborto. A las menores no se les iba a dejar abortar sin consentimiento de los padres, como permite la ley de 2010. Y además el Gobierno iba a volver a regular la cuestión siguiendo la doctrina de una sentencia del Tribunal Constitucional de 1985. Esa sentencia afirma que, en caso de conflicto entre el derecho del no nacido a la vida y el de la madre a decidir, prevalece el derecho a la vida. El Tribunal Constitucional negaba entonces el derecho a la autodeterminación personal que en la jurisprudencia estadounidense ha permitido el desarrollo del aborto. Ya veremos en qué acaba el anuncio hecho por el ministro de Justicia. Es difícil que se vuelva a una ley como la anterior que despenalizaba una serie de supuestos muy restringidos. La norma se había visto, desgraciadamente, desbordada por unas prácticas que ya antes de 2010 suponían, de hecho, aborto libre.

Una ley como la aprobada por Zapatero es nociva. Crea mentalidad. En este caso se convertía al aborto en un derecho, siguiendo las posiciones más radicales de aquellos que en el seno de Naciones Unidas lo quieren convertir en parte de la salud sexual y reproductiva. Buena parte de los votantes del PP han apoyado un cambio porque esperan que el nuevo Gobierno corrija, también en lo social, no solo en lo económico, los desmanes de Zapatero. Pero es una ilusión pensar que una contrarreforma legislativa va a cambiar el hecho de que España, como otros países de Europa, se haya convertido en uno de los países más abortistas del mundo. Es una cuestión de cultura. El problema de fondo es que lo que hasta hace unas décadas parecía impensable ahora ocurre: hay mujeres que perciben al hijo que llevan en sus entrañas como un obstáculo para su deseo de felicidad, de satisfacción personal. Se ha oscurecido la percepción, antes inmediata, del valor positivo de la vida en cualquier circunstancia. Ese oscurecimiento es aumentado por el poder, por la soledad, en muchos casos por el machismo sexual y en otros por las dificultades económicas. Pensar que es posible una vuelta al pasado solo con la ley es una quimera. Las catacumbas de Roma están llenas de pequeñas tumbas, de tumbas infantiles. En los tiempos del imperio era muy frecuente el aborto, el infanticidio o simplemente el abandono de los niños en las calles. La primera política antiabortista de los cristianos fue recoger a esos niños, en algunos casos solo podían darles una buena muerte. Hicieron luego falta 1.000 años para que el valor de la vida se reconociera con claridad. No hay atajos.

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