El Sínodo y un mundo que se desmorona

Mundo · Ricardo Benjumea
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12 febrero 2015
Los viejos clichés periodísticos sobre moderados, conservadores y progresistas en la Iglesia han adquirido una nueva forma, mucho más incisiva y mejor fundamentada: la clasificación de cardenales y obispos en función de su actitud ante los temas más controvertidos del Sínodo de la familia, esto es, de su respuesta a propuestas sobre una nueva aproximación hacia las parejas homosexuales, las cohabitaciones (la famosa ley de la gradualidad) y –sobre todo– la comunión a los divorciados vueltos a casar por lo civil.

Los viejos clichés periodísticos sobre moderados, conservadores y progresistas en la Iglesia han adquirido una nueva forma, mucho más incisiva y mejor fundamentada: la clasificación de cardenales y obispos en función de su actitud ante los temas más controvertidos del Sínodo de la familia, esto es, de su respuesta a propuestas sobre una nueva aproximación hacia las parejas homosexuales, las cohabitaciones (la famosa ley de la gradualidad) y –sobre todo– la comunión a los divorciados vueltos a casar por lo civil.

Desde esta lógica, un buen criterio para dilucidar si el Papa está conduciendo a la Iglesia hacia la derecha o hacia la izquierda sería evaluar la actitud de los 20 cardenales que serán creados este sábado, en el segundo consistorio de la era Francisco. Hemos tenido en la prensa abundantes análisis de este tipo. Y como entre la divulgación de la lista de cardenales (4 de enero) y la publicación de la lista de participantes en el Sínodo en representación de las Conferencias Episcopales (31 de enero) sólo pasaron unas pocas semanas, quedaba servida en bandeja la munición para determinar si los cambios impulsados por el Pontífice estaban logrando o no la adhesión de los episcopados.

El vaticanista Sandro Magister hace notar, por ejemplo, que algunos de los neocardenales no obtuvieron los votos necesarios para acudir al Sínodo. Es un dato curioso, pero su fiabilidad como indicador de rechazo a la línea del Papa no parece muy alta. De entrada, la elección de estos representantes es bastante anterior al anuncio de los nombres de los nuevos cardenales. Y en segundo lugar, cada conferencia episcopal tiene sus usos y costumbres y particularidades en la elección de representantes para este tipo de citas. La española ha repetido el mismo patrón que en 2012, año del Sínodo sobre la Nueva Evangelización, y ha vuelto a elegir al presidente, al vicepresidente y al responsable de la comisión más directamente implicada, que en aquel año fue Doctrina de la Fe, y ahora es Familia y Defensa de la Vida.

En un interesante análisis, Andrea Gagliarducci hace notar en la página MondayVatican que lo que predomina en la elección de los nuevos cardenales no es su adscripción «a una u otra posición teológica, sino su práctica pastoral». Salvando el inconveniente de presentar la teología como una disciplina sujeta a las preferencias ideológicas de forma análoga a la política, Gagliarducci expone que el gran rasgo en común de todos los neocardenales es su celo pastoral. «El Papa Francisco conoció a muchos de estos nuevos cardenales durante el último Sínodo de Obispos», escribe. «Apreció su toque humano y su sensibilidad pastoral. Más que lo que hacen en su país, fue crucial en su elección la impresión que dieron en el Sínodo, en el modo en que demostraron misericordia y cercanía a la gente. Sin embargo, ninguna preferencia teológica parece motivar las elecciones del Papa Francisco. En lugar de eso, uno encuentra el toque humano, un instinto peculiar que guía al Papa en la comprensión de quiénes son los prelados y con cuáles se siente más a gusto».

El Sínodo y la salud de la familia en el mundo

Una sensibilidad pastoral así presentada aporta algunas claves, quizá no para hacer previsiones fiables sobre por dónde transcurrirá el próximo Sínodo, pero sí para entender mejor cuáles son los puntos de partida individuales. En unos y otros planteamientos, aparece la idea de misericordia, pero no siempre en el mismo sentido…

Al referirse a la resistencia de los africanos a las innovaciones pastorales en el último Sínodo, George Weigel cuenta, en FirstThings, que los obispos de este continente esgrimieron que la doctrina cristiana sobre el matrimonio y la familia es profundamente liberadora, en contraste con las culturas tradicionales africanas. El Evangelio –añade el biógrafo de san Juan Pablo II– libera a los hombres y mujeres de ancestrales modelos de vida deshumanizadores. «O dicho de forma más simple (y parafraseo): “Vosotros, europeos, cuya fe se ha vuelto anémica, tal vez experimentéis la idea católica del matrimonio como una losa; nosotros, los africanos, la hemos experimentado como una gran liberación”».

A día de hoy, con la excepción de Sudáfrica (62%), el porcentaje de niños nacidos fuera del matrimonio es bajo en este continente, si bien, por diversos factores, los porcentajes de niños criados por sólo un padre son de los más altos del mundo. Pese a ello, el informe ChildTrends de 2013 muestra un elevado grado de consenso sobre la necesidad de que el niño tenga padre y madre, y un amplio rechazo a la idea de las madres voluntariamente solteras. África subsahariana es el continente con mayor nupcialidad y menor tasa de cohabitaciones, después de Asia y Oriente Próximo.

Según esos parámetros, Asia sería el continente con las familias más sanas del mundo. Curiosamente, los peores resultados se dan en el país con mayor número de católicos, Filipinas, que presenta, por ejemplo, un porcentaje de nacimientos fuera del matrimonio del 37%, frente a una media continental de menos del 10%, según ChildTrends. Entre la mitad y tres cuartas partes de los adultos asiáticos están casados, y la cohabitación es infrecuente.

Estos datos podrían ayudar a explicar la –según algunos analistas– relativamente flexible o desapasionada actitud de los padres sinodales asiáticos frente a las propuestas más rompedoras en el último Sínodo (sus preocupaciones son otras, como la emigración o el diálogo con otras religiones).

Para un padre sinodal procedente de Oriente Medio se entiende, sin embargo, que la lógica sea distinta, ya que de la salud de los jóvenes matrimonios cristianos depende literalmente la supervivencia de la Iglesia. El modelo de familia predominante en el entorno, fundamentalmente musulmán, puede que no sea el más liberador, pero proporciona estabilidad social y altas tasas de fecundidad.

De América Latina llegan datos muy preocupantes. Con tasas de entre el 55 y el 74%, éste es el continente con más niños criados fuera del matrimonio. Según CEPAL, el porcentaje de niños nacidos dentro del matrimonio en el año 2000 era tan sólo del 46,1%, con una tendencia fuertemente en retroceso. En 1970, el 76% de los niños latinoamericanos nació dentro del matrimonio. Por países, el porcentaje disminuyó en estos 30 años en Argentina del 78,1% al 45,8%. En Brasil, pasó del 88,4% al 42,2%.Y en México, del 81,7% al 66,2%.

De ahí que la preocupación por la salud de la familia sea muy acusada en la Iglesia en el continente, pero eso no impide que haya diferentes actitudes con respecto a los temas más controvertidos del Sínodo. Según el vaticanista John Allen, mientras que el cardenal Polti, arzobispo de Buenos Aires, o el cardenal Ezzati, de Chile, han expresado puntos de vista «flexibles» y «moderados», los delegados mexicanos se mostraron más próximos «al campo conservador». Igual que los estadounidenses, cuyos cuatro representantes elegidos para el Sínodo del próximo mes de octubre están claramente alineados –prosigue Allen– con «las posiciones más tradicionales de la Iglesia».

La Iglesia y el mundo

EE.UU., al igual que Europa o América Latina, ha experimentado un fuerte aumento de la cohabitación o los nacimientos extramatrimoniales. Sin embargo, aquí los pastores no parecen pensar que la mejor respuesta sea acomodarse a la realidad sociológica. Más bien, la Iglesia tiene de sí una cierta idea de «resistencia cultural», de «minoría creativa», y de hecho cuenta con uno de los laicados mejor formados del mundo.

El elemento clave parece ser qué idea tiene la Iglesia de sí misma, de su misión en la sociedad. En este sentido, la autocomprensión de los católicos estadounidenses es similar a la de los católicos del este de Europa, con una difícil historia a sus espaldas. Para sobrevivir en medio del asedio comunista, la Iglesia de la antigua Europa comunista experimentó que el único camino es la fidelidad al mensaje evangélico. Con la llegada de la democracia y el libre mercado –con sus conquistas y también sus amenazas–, se ha producido en algunos ambientes eclesiales de Europa del Este, sin embargo, una cierta ideologización, en forma de identificación acrítica con postulados políticos nacionalistas o conservadores.

Junto a la idea que pueda tener la Iglesia de sí misma, entra en juego el modelo de sociedad vigente en cada país. En EE.UU., prototipo de sociedad pluralista, son frecuentes los debates apasionados, a veces llevados hasta el extremo. La figura del héroe solitario contra todos está muy presente también en la cultura de este país. La Iglesia, en definitiva, no le tiene miedo al rechazo social, que por otra parte ha experimentado ya con creces en su historia.

Caso opuesto es el alemán. La alemana es una sociedad multicultural, sí, pero la multiculturalidad se entiende más bien como derecho de cada comunidad a mantener su identidad y costumbres, siempre que lo haga en el ámbito privado.

Tras el nacional-socialismo, emergió en la República Federal una sociedad de férreos consensos en la política (se prohibió, por ejemplo, el Partido Comunista) y en la sociedad en su conjunto. Y la Iglesia es un respetado miembro de ese gran consenso.

Al Katholikentag o Jornadas Católicas, evento organizado cada pocos años por el Comité Central de los Católicos Alemanes, acuden habitualmente los cancilleres federales y ministros, independientemente de su credo. Importantes miembros de la vida social y política son miembros del Comité Central, y no es raro, por cierto, encontrar entre ellos a divorciados vueltos a casar por lo civil. Así las cosas, no sorprende que vengan de Alemania precisamente las propuestas de acomodación al Espíritu de los tiempos.

La Iglesia alemana, además de bien relacionada, también es rica, dinero que utiliza para financiar una enorme labor social en todo el mundo. Es el segundo mayor empleador del país, por detrás de la Volkswagen.

El dinero procede del impuesto religioso, en claro retroceso en los últimos años, por bajas de antiguos fieles, que expresan así su disconformidad con la Iglesia por las más diversas causas, desde los escándalos de pederastia, al caso del antiguo obispo de Limburg, sobre el que la propia canciller Merkel, protestante, se permitió opinar.

En definitiva, la presión que empuja a los obispos alemanes al consenso social es enorme. Ellos mismos han reconocido la dificultad de predicar algunos aspectos de la moral sexual y matrimonial en estos tiempos, como argumento para pedir al Sínodo algunos cambios, no en el ámbito doctrinal –matizan–, sino en las prácticas pastorales.

También los obispos alemanes tienen vocación de «pastores con olor a oveja», atentos a los anhelos de su pueblo. Y por el lado contrario, están más expuestos que otros al riesgo de caer en la tentación descrita por el Papa en la clausura del Sínodo de «bajar de la cruz para contentar a la gente»; de «ceder al espíritu mundano, en lugar de purificarlo y conducirlo al Espíritu de Dios». La famosa desmundanización que pidió Benedicto XVI en su último viaje a Alemania…

Claro que hay otras tentaciones: el «endurecimiento hostil, es decir, el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de la sorpresas (el espíritu)», o «la tentación de transformar el pan en piedra y tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos». La Iglesia corre el peligro de encerrarse en su pequeño gueto, satisfecha de su pureza doctrinal, mientras el resto del mundo se desmorona.

Todas esas «tentaciones no nos deben ni asustar ni desconcertar, y ni siquiera desalentar», añadía el Papa. «Personalmente, me hubiese preocupado mucho y entristecido si no hubiesen estado estas tentaciones y estos animados debates». Un pastor celoso escucha las preocupaciones y deseos de su pueblo. A veces, como el buen padre, llegará a la conclusión de que no es bueno darle al hijo lo que pide. Otras, se replanteará si su modo de actuar es el correcto y adecuado para cada situación. Sabemos que los mensajes y modelos de siempre ya no sirven. No en muchos países y ámbitos sociales. La gran pregunta es cómo responder.

«Muchos cronistas, o gente que habla, imaginaron ver una Iglesia en disputa donde una parte está contra la otra, dudando incluso del Espíritu Santo, el auténtico promotor y garante de la unidad y la armonía en la Iglesia», reconocía el Papa. Es indudable que el Sínodo ha sembrado confusión en muchas personas. Lo sigue haciendo. Pero el Papa pedía vivir «todo esto con tranquilidad, con paz interior, también porque el Sínodo se desarrolla cum Petro et sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos».

El mundo, efectivamente, se desmorona, y la Iglesia no se puede quedar de brazos cruzados.

«Queridos hermanos y hermanas –concluía Francisco–, ahora tenemos todavía un año por delante para madurar, con verdadero discernimiento espiritual, las ideas propuestas y encontrar soluciones concretas a tantas dificultades e innumerables desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuestas a los numerosos desánimos que circundan y ahogan a las familias».

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