El silencio que puede despertar a Argentina
Este miércoles 18 de febrero la asociación de fiscales argentinos, colegas de Nisman, ha convocado una marcha silenciosa que en poco tiempo se ha convertido, gracias a un gigantesco boca a boca realizado por una cadena mediática, en un evento que muy probablemente marcará un punto de partida para la nación a raíz del caso Nisman. Hay algo que ya es evidente: este asunto, que ha tenido un inmenso eco internacional, ha puesto de manifiesto que Argentina es un país democrático en la medida en que quien lo está gobernando llegó al poder mediante unas elecciones, pero se ha transformado en un vicerreinato a merced de un estabilishment solo interesado en enriquecerse mediante un sistema que solo incluye a personas obsequiosas que “creen” y difunden una fábula llena de mentiras, a las que se suma una soberbia que lo hace más parecido a una dictadura que a un organismo republicano.
Los Kirchner, pero antes Menem, han reducido a un país rico como la Argentina a ser la única nación latinoamericana que registra un retroceso constante en los últimos 40 años de su historia. El caso Nisman ha mostrado de golpe todo eso, como la gota que colma el vaso. En primer lugar, queda clara la completa incapacidad del gobierno para proteger y vigilar la vida de un funcionario del Estado que debía presentar una denuncia gravísima contra los máximos exponentes del poder, y luego el modo en que todo este asunto se ha gestionado ha reactivado a una población que hasta entonces había preferido esconder la cabeza bajo tierra y fingir no ver nada.
Nisman no solo fue considerado un enemigo en vida. Después de muerto, altísimos cargos del Estado, empezando por la presidenta y siguiendo por todo su séquito, han realizado juicios y conjeturas contra él, que evidentemente tenía imposible poder replicar. Las cartas de Cristina en las redes sociales, como si de un patético clon del inspector Closeau se tratase (primero segura del suicidio, luego con la tesis del homicidio, más tarde de vuelta al suicidio, tesis obviamente replicadas al unísono por sus fidelísimos), las conjeturas sobre un complot internacional (que siempre apuntan hacia fuera) urdido por una especie de masonerías varias, las acusaciones contra el colaborador informático de Nisman, Lagomarsino, pero sobre todo las mentiras creadas a partir de sospechas (como el precipitado regreso del difundo desde España, que luego resultó estar programado, o la persecución de un periodista que fue el primero en dar a conocer la noticia de la muerte de Nisman) o documentos, considerados falsos en un principio pero luego confirmados por el magistrado que está dirigiendo las investigaciones, donde Nisman planteaba la hipótesis de arresto para Kirchner, el ministro de Exteriores y dos colaboradores gubernamentales, han provocado la rabia de amplios sectores de la sociedad, conmocionados no solo por las sucesivas declaraciones absolutamente fuera de lugar en sus discursos, donde Kirchner se declara como la única víctima, sin ni siquiera tener al menos una palabra de condolencias para la familia del fallecido.
Por fin el mundo se da cuenta, un poco tarde a decir verdad, de que esta enésima versión del peronismo tiene muy poco de nacional y popular y mucho de dictadura. Dan ganas de preguntarse qué habríamos llegado a saber de todo lo que ha sucedido si el ex presidente Néstor Kirchner hubiera culminado años atrás la compra del grupo editorial Clarín, obteniendo así de hecho un monopolio periodístico, o si su mujer Cristina no se hubiera fiado demasiado de la creación de dos servicios de Inteligencia (el encargado al general Milani, acusado de ser un ex represor de la nefasta dictadura y nombrado por la presidenta jefe del ejército, devolviendo un poder político a los militares, y el siniestro Proyecto X, puesto en marcha para espiar y chantajear a amplios grupos de la oposición) al completo servicio del poder.
Probablemente, daríamos crédito a la fábula de una nación que produce, sí, alimentos para dar de comer a 500 millones de personas pero que, la Iglesia lo ha dicho esta semana en un durísimo comunicado, registra un porcentaje de muertes por desnutrición y un nivel de pobreza que alcanza al 40% de la población. En muchas zonas de Argentina el acceso al agua potable sigue siendo una quimera, mientras la inseguridad y la delincuencia se extienden y la penetración del narcotráfico es ya un hecho obvio, no solo por las 4.000 pistas de aterrizaje y despegue presentes en su territorio sino también por el control que estas mafias han conseguido en sectores internos del país.
En resumen, un país transformado en una pirámide donde el vértice corrupto nada en abundancia y la base más pobre vive gracias a donaciones que la mantienen en su estado de indigencia, sin tener como objetivo la mejora social sino su fidelidad política. Todo ello a expensas de una mayoría de personas honestas que ven cómo su calidad de vida va empeorando y que deciden arriesgarse a dejar de servir a esta fábula, mostrando por ejemplo en el silencio de este miércoles su “grito” de protesta.
La presidenta Kirchner declaró hace unos días, ante sus fieles habituales reunidos en el patio de la Casa Rosada: “Nosotros nos quedamos con el canto y la alegría y a ellos les dejamos el silencio, que siempre les ha gustado porque no tienen nada que decir o porque no pueden decir lo que piensan”. Como decía Hemingway, “se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”. Cristina está a punto de cumplir los 62 pero, vistas las palabras con las que ha comentado una manifestación en memoria de un servidor del Estado muerto durante el desempeño de sus funciones, parece que no vamos a tener esa suerte.