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El secreto del Bundestag

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27 septiembre 2011
Ha vuelto a suceder. El problema estaba enquistado. Donde parecía que estaba todo dicho, la cuestión se ha reabierto gracias a Benedicto XVI.  En este caso se trata del derecho y de la justicia.  O sea,  de la vida.  La línea roja que va desde los griegos hasta la segunda postguerra mundial había quedado enterrada. Hasta ese momento, "la cuestión del fundamento de la legislación parecía clara". Pero "en el último medio siglo se produjo un cambio dramático de la situación". Casi todo fue dominado por el positivismo.

De un lado quedaron los que dicen que la ley es la ley, lo que aprueban los parlamentos y nada más. Son la mayoría. Han convertido la razón y la naturaleza en "un edificio de cemento armado", sin aberturas  al mundo. Del otro lado, minoritarios, cada vez más encastillados, más incapaces de hablar el lenguaje del hombre moderno, los que pelean por el derecho natural, por la justicia no escrita. Muchos de ellos han repetido desde hace décadas sanos principios que no han conseguido abrir una sola brecha en el hormigón del racionalismo. En su boca la palabra naturaleza cada vez se ha hecho más abstracta, y se ha ido alejando del árbol verde de la vida. Pero desde el 22 de septiembre se puede decir, sin exagerar, que el paisaje puede empezar a cambiar  gracias al discurso del Papa en el  Bundestag.  

El Papa ha abierto ventanas que parecían no existir. ¿Cómo? Lo que escribía, a mitad de los años 50, Hannah Arendt en su diario nos puede ayudar a entender en qué ha consistido ese gesto que ha hecho entrar aire fresco en un ambiente cerrado."No creo que la religión pudiera proporcionar en algún lugar o de algún modo, un fundamento para algo tan inmediatamente concreto como son las leyes. El mal ha resultado ser más radical de lo previsto. Para decirlo desde fuera: los crímenes modernos no están previstos en el decálogo". Si el Santo Padre se hubiera limitado a ser un líder religioso que hubiera repetido el decálogo no hubiera indicado un método adecuado para  responder al deseo de justicia,  para fundamentar la ley y  la convivencia entre los hombres. Sobre todo, tras lo ocurrido en el Siglo XX.  Tampoco, como ha dicho el propio Papa, hubiera servido que pretendiese imponer "al Estado y la sociedad un derecho revelado". El cristianismo nunca lo ha hecho. El cristianismo siempre "se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho".

Y lo quehemos visto el pasado jueves en el Bundestag ha sido a  un hombre, quegracias a su fe, ha usado la razón y ha hablado de la naturaleza de un modo queresultaba provocativo y  refrescante para que el derecho no se convierta,como decía San Agustín,  en el instrumento de un grupo de bandidos. Su fuerza ha consistido en considerar la realidad que vemos todos sincensurar que en ella el Misterio de Dios es un factor que cuenta.  Losparlamentarios alemanes y el mundo entero han visto a un cristiano que norepetía fórmulas, que era inteligente y  creativo al afrontar el problemade la fundamentación de la democracia y del derecho. El Papa ha mostrado elitinerario de "un corazón dócil al lenguaje del ser", capaz dereconocer la gran evidencia: "el hombre no se crea a sí mismo, posee unanaturaleza que debe respetar". De esa forma existencial de considerar lanaturaleza humana surge la gran pregunta: "¿Carece verdaderamente desentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en lanaturaleza no presuponga una razón creativa, un Creator Spiritus?".Una pregunta que es el testimonio de una mirada completa, la de una razón noracionalista, despierta, que se pregunta por el origen. Y que del origen vuelveal derecho: "sobre la base de la convicción de la existencia de un Dioscreador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de laigualdad de todos los hombres ante la ley". La provocación que llevaaparejado este modo de usar el entendimiento  es, sin duda, para losjuristas, pero, sobre todo, para los que tienen que lidiar con los problemas dela vida. O sea, para todos.

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