El secreto de una familia feliz, también en el confinamiento

Mundo · Elena Santa María
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29 abril 2020
“Un matrimonio que experimenta la fuerza del amor sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia. (…) Dios ha confiado a la familia el proyecto de hacer doméstico el mundo, para que todos lleguen a sentir a cada ser humano como un hermano. Su fecundidad se amplía y se traduce en miles de maneras de hacer presente el amor de Dios en la sociedad. He aquí el secreto de una familia feliz”.

“Un matrimonio que experimenta la fuerza del amor sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del encuentro, a luchar por la justicia. (…) Dios ha confiado a la familia el proyecto de hacer doméstico el mundo, para que todos lleguen a sentir a cada ser humano como un hermano. Su fecundidad se amplía y se traduce en miles de maneras de hacer presente el amor de Dios en la sociedad. He aquí el secreto de una familia feliz”.

Anna y su familia, junto con otras familias amigas vinculadas a la Asociación Familias para la Acogida, decidieron hace un tiempo, y tras vivir varias situaciones dolorosas, tomarse en serio esta propuesta del Papa en la Exhortación Amoris Laetitia. Comenzaron entonces a ir a misa los domingos a la parroquia de Santa Anna, en el centro de Barcelona. Esta parroquia acoge a personas que viven en situaciones muy dramáticas. Anna y sus amigos comenzaron a comer con ellos un domingo al mes. No a llevarles comida, sino a sentarse a comer con ellos. Y desde entonces, han ido entendiendo la propuesta del Papa para las familias: su tarea no es vivir solas sino dejarse ayudar por la comunidad.

Una experiencia, dice Anna, que pasa por cosas muy concretas: una amistad que crece, la acogida en casa de una chica que estaba en la calle… “Lo que hacemos no es otra cosa que seguir el magisterio del Papa: la familia cristiana es una familia abierta, que ayuda y pide ayuda, que se percibe hambrienta y la Iglesia le da de comer, pero a la vez alimenta a otros”.

Pero llegó el confinamiento y tuvieron que interrumpirse las comidas. Algunas familias, ya amigas, les llamaron porque no tenían nada que comer. Entonces Anna y sus amigos se empezaron a plantear cómo responder a las nuevas necesidades de estas familias amigas. El problema no era solo llevar una caja de comida, también llamar por teléfono, acompañar. Y poco a poco han surgido otras necesidades: juguetes para los niños, buscar un dentista para un dolor de muelas, evitar desalojos. La experiencia como familia –Anna tiene seis hijos– es clave para entender a otra familia.

Durante estas semanas, la bola de nieve se ha hecho grande y muchas familias se han unido a esta comunidad. “Es como si todo el mundo desease responder a este momento histórico y a la vez tener una vida más profunda”, dice Anna. Pero no le gusta hablar de voluntariado porque no lo es. Hay que romper con la idea de que unas familias ayudan y otras son ayudadas, insiste Anna, porque el beneficio es mutuo. Lo explica así: “dejándonos ayudar por otros y abriéndonos a las necesidades de otros todo el peso de la familia se simplifica. El dolor es más dolor y la alegría más alegría”. Y esto lo perciben también los niños. Es más fácil saberse querido, hagas lo que hagas, cuando tus padres quieren a aquellos que son denigrados por la sociedad.

Algunos que han recibido ayuda están pidiendo también cómo poder ayudar. “Familias acompañando a familias” es esto, una comunidad de familias que se necesitan y se acogen entre sí porque han descubierto que este es el método para ser una familia feliz, también durante el confinamiento.

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