El rostro posible del perdón

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1 septiembre 2015
El 30% de los homicidios en el mundo, 29 asesinatos por cada 300.000 habitantes, 40 de las 50 ciudades más peligrosas del globo, 85% de los raptos mundiales, un secuestro exprés cada 14 horas, 60% de secuestros no denunciados, producción del 90% de la cocaína que circula por los cinco continentes. Este es el perfil de la crónica judicial de América Latina.

El 30% de los homicidios en el mundo, 29 asesinatos por cada 300.000 habitantes, 40 de las 50 ciudades más peligrosas del globo, 85% de los raptos mundiales, un secuestro exprés cada 14 horas, 60% de secuestros no denunciados, producción del 90% de la cocaína que circula por los cinco continentes. Este es el perfil de la crónica judicial de América Latina.

Más que razonable ha sido por tanto la pregunta que el periodista Fernando de Haro planteó en el Meeting de Rímini, para comenzar su coloquio con dos víctimas de este océano de violencia. Germán García Velutini, presidente del Banco venezolano de Crédito, pasó once meses en manos de sus raptores. Oliverio Gonzáles, empresario mexicano, perdió a su padre a manos de los secuestradores que le raptaron y después le mataron. Dos historias dramáticas que testimonian la misericordia y la experiencia del perdón, mostrando cómo partiendo del mal sufrido en propia piel se puede reconstruir un mundo nuevo.

Germán Garcia Velutini, que preside la asociación de escuelas jesuitas Fe y Alegría, fue secuestrado el 25 de febrero de 2009 cuando salía del banco donde trabajaba en Caracas. Pasó once meses en manos de sus secuestradores, hasta que la familia logró pagar el rescate. Once meses en una celda que recorría entera dando tres pasos, sin ventanas, con una colchoneta y una Biblia (luego le quitaron también la comodidad de la primera y la compañía de la segunda para amargarle aún más su prisión), una lata y un cubo para sus necesidades fisiológicas, telecámaras en los cuatro rincones, un hilo musical que se repetía hasta el infinito por unos altavoces.

“Durante once meses no hablé con nadie ni vi nunca la luz del sol. Cuando me quitaron la Biblia, solo me quedó la compañía de Dios y de la Virgen. Estaba preso pero me sentía libre, no podían quitarme mi dignidad ni podían cambiar mi actitud ante la realidad”. A finales de diciembre le soltaron en un parque cercano a su casa. Le asustaba la idea de que cualquier delincuente lo reconociera y pudiera volver a secuestrarlo y revenderlo a criminales organizados. Llegó a su casa con el dinero que le habían dejado para el taxi.

Oliverio González tenía 22 años en 1998, estudiaba en la universidad y consumía drogas y alcohol. Un día de ese año el chófer de confianza de la familia, junto a sus cómplices, secuestró al padre, un gran empresario que había construido su negocio empezando de la nada. Le extorsionaron y le quitaron el dinero, amenazándole con matar a su familia, luego lo llevaron a las afueras de la ciudad, le apuñalaron y le dejaron en la calle, convencidos de que estaba muerto. Él sobrevivió una semana y denunció a sus asesinos.

Cuando uno recibe un golpe así, el corazón humano pide justicia, reparación, satisfacción, y a menudo “estas justas peticiones –afirma De Haro– dan origen a una cadena de violencia, de venganza, entre individuos y entre pueblos”. Pero Germán y Oliverio, ¿qué han encontrado para responder a su deseo de justicia? “En la misa celebrada a los ocho días de la muerte de mi padre –narra Oliverio– mi madre me presentó a sus amigos de Comunión y Liberación. Gente distinta de los demás. No me dieron discursos y cuanto más intentaba evitarles más estaban allí, pacientes y alegres, me querían y basta. Respecto a la experiencia del perdón, fue el rostro de mi madre cuando descubrió que me drogaba. Me dijo que le estaba partiendo el corazón. La angustia que sentí me llevó de nuevo a los amigos de CL”. Aquellos amigos le hicieron entender que su felicidad no podía depender de la droga sino del amor de Dios. “Me di cuenta de que el asesino de mi padre estaba en las mismas condiciones que yo un tiempo atrás y entonces empecé a pedir que él también pudiera encontrar lo que había encontrado yo”.

Para Germán, el rostro del perdón “fue de la Virgen María, que nunca me abandonó”. Después de su secuestro, García se preguntaba por qué le había sucedido esa tragedia a él y a su familia. Luego cambió su perspectiva. “Me preguntaba para qué finalidad me había sucedido todo y me acordé de que en el Evangelio Jesús dice, a propósito del ciego de nacimiento, que la enfermedad había servido para que se manifestaran en él las obras de Dios. Así había sido con respecto a mis carceleros. Volví con nuevas fuerzas al banco y a las escuelas que presidía. Uno de mis raptores, cuando me soltaron, me dio un abrazo porque me había oído leer un versículo de Lucas donde Jesús dice que no se devuelva el mal con mal”.

Unos días antes del encuentro, García visitó la cárcel de Padua y allí conoció a Domenico, condenado a una larga pena por secuestro y homicidio. “Nunca había tenido cara a cara a un secuestrados –dijo García– y cuando me preguntó qué hacía falta para perdonar a uno como él le respondí que el perdón hay que pedirlo desde el corazón. Allí entendí que había perdonado a mis secuestradores”.

“Pero estas experiencias, ¿son solo cuestiones personales o el perdón puede ser una categoría de construcción social?”, preguntó el moderador. García respondió que lo que importa es cambiar el corazón aunque sea el de una sola persona, y que el shock que había sufrido le había devuelto con fuerza a su trabajo en las escuelas de Fe y Alegría: “La educación, la formación, son las mejores formas de reducir la pobreza y la injusticia, para trabajar, amar y servir a otros”.

Por su parte, Oliverio contó cómo ha terminado convirtiéndose en empresario, pasando de la profesión de arquitecto a la de “cake designer”, pastelero. “Tras la muerte de mi padre, mi madre salió de la depresión gracias a sus amigos de la Fraternidad de CL, que le propusieron trabajar junto a una amiga en la pastelería de sus abuelos. En pocos años, crearon seis sucursales que dan trabajo a 200 personas”. Una vez la madre le entregó una gran suma de dinero para entregar a la parroquia como limosna. “No es justo, es demasiado dinero”, le dijo. Pero la madre le respondió que todo lo que tenían se lo debían a la Iglesia. “Nuestra actividad existe –añadió la mujer– para que la misericordia de Dios se visible para todos”. Oliverio se dedicó a la empresa con su hermana y después de cinco años las cosas van bien. Se ha casado, está esperando a su cuarto hijo, el negocio avanza a toda vela y la empresa se abre a otra gente. “Estoy agradecido a don Giussani, gracias al cual he entendido que la construcción social comienza a partir de cada persona y que lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”.

García terminó pidiendo a los europeos que no se olviden de América Latina y de dedicar a esta tierra, tan ligada a nosotros, la misma atención que se dedica a otras regiones golpeadas en el mundo. “Es la historia de Abrahán, que vuelve a suceder –señaló el moderador–. Hay un Tú que nos devuelve nuestro propio rostro y nos permite construir la realidad de un modo distinto”.

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