Editorial

El reto del socialpopulismo

Editorial · Fernando de Haro
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1 junio 2015
Han sido unas primarias. No se puede negar. Las elecciones municipales y autonómicas celebradas en España el pasado domingo han sido un adelanto de lo que puede suceder dentro de seis meses cuando se celebren las elecciones generales.

Han sido unas primarias. No se puede negar. Las elecciones municipales y autonómicas celebradas en España el pasado domingo han sido un adelanto de lo que puede suceder dentro de seis meses cuando se celebren las elecciones generales.

El diagnóstico está más o menos claro. El PP gana pero pierde importantes cuotas de poder. El centro-derecha se ha dejado por el camino dos millones y medio de votos. 800.000 se han ido a la nueva formación de centro, a Ciudadanos. Pero 1.700.000 de los antiguos votantes del centro-derecha se han quedado en casa. Los votantes de izquierda, especialmente los más jóvenes, se han movilizado y han apoyado a Podemos, el nuevo partido populista y radical. Sin embargo, una gran parte del electorado de centro-derecha se abstiene. Está defraudado por los casos de corrupción, por la mala gestión de los escándalos, por la falta de regeneración, porque se siente desencantado, porque no se identifica con un Gobierno al que considera demasiado técnico. La lista de reproches es larga. Ciudadanos es todavía demasiado joven como para compensar el batacazo del partido de Rajoy.

En los próximos días se irán cerrando los pactos de izquierdas. Los socialistas, aunque también salen debilitados de los últimos comicios, no se resistirán a ninguna tentación. En todos aquellos sitios donde puedan llegar a un acuerdo con Podemos lo firmarán. Y si hay que incorporar a un tercera formación para que la suma salga, lo harán. Ni se considera la posibilidad de un pacto a la alemana, una gran coalición entre socialistas y populares. Aunque el acercamiento del PSOE a los populistas suponga el abrazo del oso para los primeros (se disputan el mismo espacio político), ahora no se piensa ni en el medio ni en el largo plazo. Lo urgente es que la izquierda vuelva a gobernar. A cualquier precio.

¿Y el pronóstico? ¿Tendrá el PP capacidad de reacción para recobrar a sus antiguos votantes antes de las generales? ¿Los acuerdos de PSOE y Podemos en los ayuntamientos y en los gobiernos regionales movilizarán el voto del miedo? Los últimos cinco años han puesto de manifiesto que la capacidad política de Rajoy y del actual PP es limitada. Sus buenos resultados de hace cuatro años fueron consecuencia, en gran medida, del destrozo de Zapatero. El anterior presidente del Gobierno consiguió que la marca del PSOE fuera una marca maldita. Esa fue la razón por la que Rajoy obtuvo mayoría absoluta. Ahora al PP le sucede algo parecido.

La política económica que en gran medida ha salvado al país ha sido y es un arma de doble filo. Algunas de las reformas se han hecho provocando una intensa sensación de sacrificio en un país donde el bienestar había alcanzado un nivel muy alto. Las políticas de ajuste no han estado acompañadas de la suficiente pedagogía. El protagonismo del Estado en muchos casos ha sido sustituido por el protagonismo del mercado sin que se le haya dado más espacio a la sociedad. La tasa de sufrimiento, por otra parte, sigue siendo alta. El desempleo está en el 23 por ciento, un 22 por ciento de los españoles se encuentra en riesgo de pobreza y la desigualdad ha aumentado considerablemente. El Gobierno ha cometido una evidente torpeza al dejarse arrebatar una agenda que no le hubiera costado trabajo hacer suya. Los desahucios, propiciados por una legislación claramente injusta, se han convertido en la bandera del populismo de Podemos. Podrían haberse evitado con facilidad si hubiera habido más sensibilidad en el Ejecutivo. Muchos han percibido un exceso de arrogancia en el modo en el que se ha anunciado una recuperación que no ha llegado todavía a muchos. Rajoy llegó a decir que en España ya no se hablaba del paro.

Todavía hay quien le puede echar la culpa a los electores. Pero lo cierto es que sin un nuevo modo de hacer política, sin nuevas caras, sin nuevos mensajes, sin un nuevo acercamiento a la sociedad es difícil que el centro-derecha se recupere. De momento no hay músculo político para provocar la necesaria catarsis.

No es pues difícil que antes de que concluya el año España tenga un gobierno de izquierdas. No socialdemócrata, sino de una izquierda en la órbita de Syriza. El PSOE ocuparía la Moncloa pero Podemos dictaría buena parte de las políticas. El constitucionalismo de los socialistas quedaría olvidado. Las consecuencias son previsibles. Buena parte de las políticas de Estado podrían estar amenazadas. La economía se resentiría. El estatalismo sería creciente y con seguridad la libertad religiosa y la libertad educativa sufrirían importantes retrocesos. De hecho eso es lo que ya va a suceder en las siete u ocho Comunidades Autónomas en las que pronto gobernarán el PSOE y Podemos.

No conviene adelantar acontecimientos. Pero un Gobierno de esas características supondría un importante reto para los que creen en el protagonismo de la iniciativa social y en la libertad de educar. Si llega la ocasión habrá que recordar lo aprendido en la época de Zapatero. En aquellos años se cometió el error de aceptar una polarización que no le hizo bien a nadie. Hay dialécticas que se retroalimentan. No convendría volver a caer en la misma trampa. El modo más inteligente de luchar contra las nuevas formas de ideología es abrazar lo que tienen de justo. El único modo de defender la libertad es ejercerla, con paciencia, con sacrificio, con imaginación.

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