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El reto del fin de ETA

Editorial · P. D.
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7 enero 2014
España es una excepción. Al menos en lo que al terrorismo se refiere. La violencia de origen político sacudió parte de Europa desde finales de los años 60 hasta comienzos de los años 90 del pasado siglo. Diversos grupos de jóvenes encontraron en el marxismo-leninismo destructivo, o en el anarquismo, una vía para dar salida al nihilismo del momento. Había que destruir, había que matar. Pero con el paso del tiempo, especialmente tras la caída del Muro de Berlín, ese nihilismo se expresó de otro modo. Desaparecieron así las Brigadas Rojas en Italia y la banda Baader-Meinhof en Alemania. Sólo ha quedado ETA. Porque lo de Irlanda del Norte fue un caso muy diferente. El terrorismo ha vuelto a Europa después, pero ya bajo el pretexto de la yihad.

España es una excepción. Al menos en lo que al terrorismo se refiere. La violencia de origen político sacudió parte de Europa desde finales de los años 60 hasta comienzos de los años 90 del pasado siglo. Diversos grupos de jóvenes encontraron en el marxismo-leninismo destructivo, o en el anarquismo, una vía para dar salida al nihilismo del momento. Había que destruir, había que matar. Pero con el paso del tiempo, especialmente tras la caída del Muro de Berlín, ese nihilismo se expresó de otro modo. Desaparecieron así las Brigadas Rojas en Italia y la banda Baader-Meinhof en Alemania. Sólo ha quedado ETA. Porque lo de Irlanda del Norte fue un caso muy diferente. El terrorismo ha vuelto a Europa después, pero ya bajo el pretexto de la yihad.

ETA ha perdurado porque su estalinismo se mezcló con el nacionalismo vasco que le ha dado sustento y aire. Hace dos años declaró su voluntad de acabar con la violencia. Y está claro que no va a volver a matar. Pero para el conjunto de la sociedad española el fin de la banda supone un reto que requiere de sus mejores energías. ETA se empeña en ponerlo muy difícil, en seguir causando dolor.

Es un problema que a los terroristas y a su entorno, Zapatero, apoyado por algunos jueces, les dejara hacer política antes de que quedara claro que la banda se había disuelto. Es otro problema que el Tribunal de Estrasburgo, por la actitud de un juez zapaterista, haya anulado los efectos retroactivos de la doctrina Parot. Eso ha permitido que 63 terroristas, la vieja guardia de ETA, hayan sido puestos en libertad. Y es una gravísima afrenta que la mayoría de ellos, el pasado sábado, se reunieran en el pueblo de Durango para dar una rueda de prensa. Reivindicaron de modo indirecto su pasado (han matado a más de 300 personas), pidieron la amnistía y la independencia. Se presentaron como si hubieran ganado una guerra al Estado español. Los mecanismos jurídicos para prohibir este tipo de actos, puestos en marcha en la época de Aznar, no se han activado en esta ocasión.

El fin de una banda como ETA, que ha decidido ahora hacer política y que la hace con éxito, requiere una verdadera paz. Y para conseguirla, la fórmula acuñada por Juan Pablo II en 2002 no puede ser más certera: “no hay paz sin justicia, ni justicia sin perdón”. El Papa polaco escribía entonces unas líneas que parecen redactadas para el momento que atraviesa el País Vasco: “Pero ¿cómo se puede hablar, en las circunstancias actuales, de justicia y, al mismo tiempo, de perdón como fuentes y condiciones de la paz? Mi respuesta es que se puede y se debe hablar de ello a pesar de la dificultad que comporta, entre otros motivos, porque se tiende a pensar en la justicia y en el perdón en términos alternativos”.

La justicia exige, desde luego, que los que han matado no reivindiquen su pasado ni que reclamen ni consigan, por haber dejado las armas, lo que intentaban obtener con ellas.  Lo ideal es que pidieran perdón, pero al menos es necesario que no hagan alardes tras su salida de prisión. Han dicho en dos comunicados  que “asumen el daño causado”. Lo hacen en unos términos puramente formales, como si hubiera habido un conflicto con dos partes iguales. El investigador Fernando Reinares, después de haber hablado con decenas de etarras, en su libro ´Patriotas de la muerte´ ha mostrado  que el arrepentimiento dentro de ETA es muy difícil. Porque la banda crea un sistema ideológico hermético. No hay que esperar pues arrepentimientos masivos.

En ese contexto la tarea del Estado es garantizar los mínimos elementos de justicia (los terroristas no pueden aparecer como vencedores). Aunque mientras esa justicia llega conviene no  renunciar a los benéficos efectos sociales y personales que tiene el perdón. Hay experiencias que son muy iluminadoras. Hay víctimas, como Carmen Hernández, a la que le mataron a su marido, que lo ha explicado de un modo sencillo en este periódico: “Necesitaba perdonar para liberarme. Perdonar para mí es una liberación”. Carmen ha participado en el programa puesto en marcha por el Gobierno Vasco de encuentro entre terroristas arrepentidos y víctimas que han perdonado. Ha sido un programa limitado pero ha servido para mostrar que algo diferente es posible.

La justicia del Estado de Derecho nunca puede responder a toda la pérdida provocada por los terroristas. El perdón sí, supone abrirse a la justicia del Infinito. Es el mejor modo para que las víctimas, y toda la sociedad española es víctima de ETA, se liberen del mal.

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