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El reto del chavismo sin Chávez

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6 enero 2013
Venezuela, capital La Habana. El futuro del chavismo se decide en la capital cubana. Es en la isla donde Chávez agoniza. Y son los hermanos Castro quienes impusieron al actual vicepresidente, Nicolás Maduro, y va a ser él quien rija los destinos del país en estas semanas de transición en las que la muerte del líder bolivariano parece inminente.

Hugo Chávez aprovechó la última de sus comparecencias en Caracas para señalar a Maduro como su sucesor, optando por el protegido de los cubanos, en contra de Diosdado Cabello, otro de los líderes más señalados del chavismo, apoyado por un amplio sector del ejército. Cuba se juega mucho en que el régimen bolivariano siga vivo, depende de las transferencias de dinero que se realizan desde Venezuela. Maduro, es decir Cuba, ha forzado una interpretación de la Constitución que le permite seguir controlando los resortes del poder en este momento. Chávez no va a tomar posesión antes del día 10, el plazo establecido por las normas. Lo normal hubiera sido, según la legislación venezolana, que en estas circunstancias el presidente de la Asamblea hubiera sido nombrado jefe del Estado de forma interina. Pero Maduro ha argumentado que la toma de posesión de Chávez es un "formalismo jurídico" para dejar las cosas como están, en sus manos.

Tras la muerte de Chávez no tardarán en llegar unas elecciones que volverán a ser una prueba para la oposición. Casi nadie cree que la Mesa de Unidad Democrática tenga capacidad para ganar los comicios. La derrota de Capriles hace unos meses y el mal resultado de las elecciones regionales han puesto de manifiesto hasta qué punto Chávez ha sabido crear "la dictadura perfecta", aún más perfecta que la que protagonizó el PRI mexicano durante la segunda mitad del siglo XX. No está nada claro que el chavismo se vaya a acabar con Chávez, al menos de momento.

La Cuba castrista y la Venezuela bolivariana caminan de la mano y representan un desafío para las libertades y para la democracia en América Latina. La Cuba de los Castro es una dictadura comunista clásica. La Venezuela del chavismo ha creado un sistema mucho más sutil y moderno para restringir las libertades. La democracia formalmente sigue en pie, no es necesario suprimir las elecciones ni eliminar las instituciones que son expresión de la soberanía nacional para imponerse. El chavismo ha conseguido un control de los medios de comunicación y una red de clientelismo que han generado la dictadura más moderna. La democracia parece seguir en pie cuando en realidad es un edificio vacío.

Hay que reconocer que frente a esa dictadura moderna y perfecta los partidos clásicos se han estrellado continuamente. Y ese es el reto que tiene en este momento tanto la sociedad civil venezolana como los partidos de la oposición. Es una cuestión que afecta al conjunto de América Latina. El chavismo ha conseguido vencer la revolución liberal con la que se inició hace 200 años la independencia. Chávez se ha presentado como un nuevo Bolívar. Pero en realidad lo que ha conseguido es derrotar a los criollos que hicieron o monopolizaron la revolución liberal. A diferencia de lo que ha sucedido en Colombia o en Chile, en Venezuela el sistema de partidos clásicos apoyados en una amplia clase media ha saltado por los aires. Antes de la llegada al poder de Chávez, las tremendas diferencias de renta y la existencia de una oligarquía que controlaba los destinos del país provocaron una desafección de amplios sectores de la población hacia la democracia tal y como se entiende habitualmente. Y el chavismo sigue existiendo y sigue teniendo futuro porque continúa explotando esa situación.

El régimen bolivariano es un auténtico cáncer en la región. Alimenta democracias débiles como las de Bolivia y Ecuador. Y, de otro modo, también la de Argentina. Supone un contrapeso a fórmulas de desarrollo relativamente exitosas como las que protagonizan otros países. Perú y Brasil, a pesar de todas sus limitaciones, son ejemplos de cómo se pueden ir corrigiendo las grandes diferencias internas sin explotarlas ideológicamente en favor de un populismo que hace mucho daño al pueblo.

Pero el cáncer del chavismo no se acabará con la vida de Chávez sin un paciente trabajo desde la oposición para crear una democracia real, auténticamente popular y con amplia base social que contrarreste la fuerza de una dictadura perfecta. Lo que está por hacer es una auténtica transición con la que toda América Latina puede ganar mucho.

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