El realismo y la esperanza

Mundo · Andrea Tornielli
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13 enero 2020
Lo que más llama la atención del discurso de Francisco sobre el “estado del mundo” son especialmente las palabras dedicadas a la creciente tensión entre Irán y Estados Unidos. El Papa, que ya había hablado sobre el tema el domingo 5 de enero, reiteró su llamamiento para evitar que el conflicto se intensifique aún más, manteniendo encendida la “llama del diálogo y el autocontrol, en el pleno respeto de la legalidad internacional”. Un llamamiento que se aplica a todas las partes involucradas y que refleja, con realismo, el riesgo de arrastrar a Medio Oriente y al mundo entero a un conflicto con consecuencias incalculables.

Lo que más llama la atención del discurso de Francisco sobre el “estado del mundo” [con motivo de la felicitación del año nuevo a los miembros del cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede] son especialmente las palabras dedicadas a la creciente tensión entre Irán y Estados Unidos. El Papa, que ya había hablado sobre el tema el domingo 5 de enero, reiteró su llamamiento para evitar que el conflicto se intensifique aún más, manteniendo encendida la “llama del diálogo y el autocontrol, en el pleno respeto de la legalidad internacional”. Un llamamiento que se aplica a todas las partes involucradas y que refleja, con realismo, el riesgo de arrastrar a Medio Oriente y al mundo entero a un conflicto con consecuencias incalculables.

Pero aunque hoy los focos se centren sobre el desarrollo de la crisis entre EEUU e Irán, y el ulterior riesgo que esta representa para un Iraq inestable, flagelado por las guerras y el terrorismo, Francisco no simplifica la realidad. Y recuerda muchas otras guerras y violencias muy a menudo olvidadas. Denunció el manto de silencio sobre el destino de la devastada Siria, el conflicto en Yemen, que está atravesando una grave crisis humanitaria con la indiferencia de la comunidad internacional. Citó a Libia, pero también la violencia en Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria. Recordó la violencia contra personas inocentes, incluidos los muchos cristianos asesinados por su lealtad al Evangelio, víctimas del terrorismo y el fundamentalismo.

A quien escuche o lea la larga y detallada lista de las crisis –incluidas las que afectan a América Latina y las causadas por injusticias y corrupción endémica– le impresionará que Francisco comenzara su discurso con una mirada de esperanza, esa esperanza que para los cristianos es una virtud fundamental pero que no puede separarse del realismo. Esperar, explicó el Papa, requiere llamar a los problemas por su nombre y que uno tenga el coraje de afrontarlos. Sin olvidar los desastres causados por las guerras libradas en el tiempo y sus devastaciones. Sin olvidar lo absurdo e inmoral de la carrera por el rearme nuclear y el riesgo concreto de autodestrucción en el mundo. Sin olvidar la falta de respeto por la vida humana y la dignidad; la falta de alimentos, agua y cuidados que sufren tantas poblaciones, la crisis ecológica que muchos todavía fingen no ver.

Pero se puede esperar, porque en un mundo que parece condenado al odio y a los muros, hay mujeres y hombres que no se rinden a las divisiones y no dan la espalda a los que sufren. Porque hay líderes de diferentes religiones que se encuentran e intentan construir un mundo de paz. Porque hay jóvenes que intentan hacer que los adultos sean conscientes de los riesgos que afectan a la creación al acercarse a un punto sin retorno. Uno puede esperar porque en la noche de Belén Dios, el Todopoderoso, decidió convertirse en un niño, pequeño, frágil, humilde, para ganar y cautivar al mundo con su amor y misericordia abundantes.

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