El realismo de la fraternidad

Mundo · Michele Brignone
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24 marzo 2021
La visita del Papa a Iraq ha sido una inyección de esperanza para una población probada durante décadas de guerra. Frente a los males del país, Francisco ha señalado el camino del desarme de los corazones

Entre el lujoso escenario de Abu Dabi y los escombros de Mosul el contraste no podía ser más vivo. Sin embargo, conociendo al papa Francisco, era de esperar que el mensaje de fraternidad que lanzó hace dos años desde una de las ciudades más ricas y seguras del planeta tuviera como destinatarios preferenciales los lugares más heridos del mundo. Y si hay un país que en las últimas décadas haya experimentado todo lo que contrasta más violentamente con la idea de la concordia fraterna, ese es Iraq, hasta tal punto que el lema elegido para el viaje del Papa –“Sois todos hermanos”– corría el riesgo de quedar reducido a una mera buena intención frente a la realidad del terreno, a base de devastación bélica, conflictos étnicos y confesionales y mal gobierno.

Pero las protestas que estallaron ya en 2019 y 2020 dieron voz a la necesidad de los iraquíes de pasar página. El entusiasmo con que tanta gente recibió al Papa, no solo cristianos, era otro signo del deseo extendido entre la población de salir de una tragedia que ni siquiera acabó con el fin del pseudo-califato del Isis. Desde este punto de vista, resultó emblemático el testimonio de Omar Muhammad, famoso autor del blog Mosul Eye, que declaró al Wall Street Journal que, a través de los ojos del Papa, había podido volver a ver en Mosul “la ciudad más hermosa del mundo”. Unos días después de la visita, otro observador de Oriente Medio bastante desencantado como es Steven Cook captó la excepcionalidad del viaje de Francisco. “Nadie –escribió Cook en Foreign Policy– debe esperar que el Papa resuelva los problemas de la región, pero al hacer oír su voz sobre cuestiones concretas podrá marcar la diferencia en cierto modo (…). Es un interlocutor mucho menos comprometido y con mucha más gravitas que cualquier funcionario americano, ruso, europeo o de Naciones Unidas. Todo estos últimos han fracasado. El Papa podría no fracasar”.

La empresa era y es objetivamente prohibitiva. En el encuentro interreligioso en Ur, el pontífice citó la famosa visión de Isaías sobre la reconciliación entre los pueblos: “de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas” (Is 2,4). Si hace unos años el entonces arzobispo de París, el cardenal Lustiger, pudo referirse a ese mismo pasaje bíblico para interpretar como un hecho espiritual el nacimiento de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA), antesala de la Unión Europea, en Iraq el Papa ha tenido que reconocer que no solo no se ha realizado la profecía, sino que “espadas y lanzas se han convertido en misiles y bombas”.

Sin embargo, aun insistiendo en el realismo, esta no es necesariamente la última palabra sobre el destino de Iraq y Oriente Medio. En Mosul, durante la oración de sufragio por las víctimas de la guerra, el Papa señaló, partiendo también de testimonios que pudo escuchar a lo largo de las etapas de su viaje, “que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra”.

Pero no basta la memoria de los desastres para construir el futuro. Después de experimentar una secuencia ininterrumpida de proyectos políticos fracasados, cuando no destructivos –la monarquía “pilotada” (al primer monarca de Iraq, Faysal I, se le atribuye la frase “soy un funcionario británico con grado de rey”), el nacionalismo radical, la democracia “exportada”, el sectarismo religioso–, Iraq necesita una nueva perspectiva. El Papa describió sus rasgos más esenciales en la llanura de Ur, donde explicó que la alternativa al fragor de las armas es la renuncia “a tener enemigos”. Una actitud que debería caracterizar la religiosidad más auténtica, desde el momento en que “quien tiene la valentía de mirar a las estrellas, quien cree en Dios, no tiene enemigos que combatir. Sólo tiene un enemigo que afrontar, que está llamando a la puerta del corazón para entrar: es la enemistad. (…) El que sigue los caminos de Dios no puede estar en contra de nadie, sino en favor de todos. No puede justificar ninguna forma de imposición, opresión o prevaricación, no puede actuar de manera agresiva”.

Este desarme de los corazones como preludio al necesario desarme material podría parecer una huida de la realidad. Sin embargo, Francisco no solo señaló que “los ojos fijos en el cielo no distrajeron a Abrahán, sino que lo animaron a caminar en la tierra”, por un sendero lleno de sacrificios y dificultades, sino que sus consideraciones se dirigen al corazón de los males que se han ido acumulando en Iraq. Por un lado, recordando a la gente que hay una realidad que las transciende y garantiza su dignidad, el Papa advirtió de los peligros de una política reducida a la cínica persecución de los propios intereses particulares. Por otro, quiso desenmascarar a las ideologías que, reclutando a Dios como si fuera un líder cualquiera, no ven en el “cielo” una brújula con la que guiarse en la tierra sino un sistema que imponer con violencia.

A pesar de estar fuertemente arraigada en la tradición cristiana (cuesta no ver en la renuncia a la enemistad la revolución evangélica del amor a los enemigos), se trata de una propuesta abierta estructuralmente a la contribución de las demás religiones, que no deben adherirse en nombre de una genérica religiosidad universal, superpuesta a las religiones históricas, sino a la luz de su patrimonio concreto. Así sucedió en la declaración de Abu Dabi, escrita a cuatro manos con el imán Al-Tayyeb, y se repitió en el encuentro con el ayatolá Al-Sistani, que se hizo eco del lema de la visita papal –“Sois todos hermanos”– con un dicho del imán Alí: “Los seres humanos son de dos tipos: o hermano en la religión o semejantes a ti en el hecho de ser creados”.

El fruto más inmediato del viaje del Papa, aparte de la atención mediática que despertó hacia un país muy olvidado y de la significativa inyección de esperanza en favor de una población probada por décadas de guerra, es la invitación dirigida por las autoridades iraquíes al gran imán de Al-Azhar, una iniciativa inédita que podría crear entre Roma, El Cairo y Bagdad-Nayaf un sorprendente, y hasta hace poquísimo tiempo impensable, triángulo de diálogo interconfesional, más que interreligioso. Un punto de partida más que una meta, puesto que la solución de los problemas iraquíes requiere una pacificación más general en la región. El Papa lo sabe muy bien y durante el vuelo de regreso a Roma ya señaló su próxima etapa: el Líbano, otro país con diferencias “aún no reconciliadas”, reducto mediterráneo de conflictos mediorientales.

Oasis

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