ENCUENTROMADRID

´El que llega es un desafío, pero no debemos ser esclavos de nuestros miedos´

España · Fernando de Haro
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12 abril 2016
Publicamos la intervención del franciscano Ibrahim Alsabagh, párroco en Alepo (Siria) en el acto de clausura del EncuentroMadrid que llevaba por título “Aquí y ahora, un nuevo inicio”.

Publicamos la intervención del franciscano Ibrahim Alsabagh, párroco en Alepo (Siria) en el acto de clausura del EncuentroMadrid que llevaba por título “Aquí y ahora, un nuevo inicio”.

¿Cuál es la situación en este momento en Alepo tras el alto al fuego?

Desde hace 10 días hay un alto el fuego, pero ayer retomaron los lanzamientos de misiles y comenzaron a bombardear de nuevo la ciudad. Por un lado, lo hacen los grupos yihadistas y por otro el ejército sirio. Nosotros estamos en la parte del ejército. Han hablado de la vuelta del agua y la electricidad, pero la electricidad volvió sólo durante unas horas y desde hace una semana no tenemos electricidad, y en lo que respecta al agua desde hace cuatro días no tenemos. Ha vuelto la emergencia del agua.

¿Cómo se puede vivir sin agua?

Es muy difícil, complicado, la gente no aguanta más, está exhausta. A pesar de que las personas han esperado mucho tiempo, más de cinco años, que finalizara la guerra, cuando anunciaron que habría un alto al fuego la gente estaba feliz y con esperanza. Pero al mismo tiempo la situación sigue siendo dura, y económicamente aún más difícil, para los cristianos y para todos los habitantes de Alepo, porque no hay trabajo y además han vuelto a empezar los bombardeos.

Para nosotros es difícil entender cómo es la vida en una ciudad en guerra. ¿Cómo es la vida cotidiana?

Hay muy poca gente en las calles, el movimiento es mínimo. Muchos jóvenes han abandonado el país. Muchas de las casas ya no están habitadas. Los que se han quedado son los más pobres y aquellos que ni pueden soñar con salir del país porque no tienen el dinero y, al mismo tiempo, viven con lo mínimo, malnutridos y con miedo. La gente no va por la calle, y cuando lo hace, durante la mañana o al mediodía, camina muy rápido y con miedo en el corazón.

¿Pero hay bombardeos?

Sí, empezaron de nuevo ayer mismo. Antes de ayer un misil cayó sobre una zona habitada. La situación está algo tensa. El sufrimiento se percibe y se ve en los ojos de la gente. Cualquier conversación termina o empieza con los bombardeos, con la falta de trabajo, de agua, de electricidad, de medios para sobrevivir… Siempre se vuelve al mismo tema.

¿Cómo puede ayudar su parroquia en esta terrible situación?

Enseguida hemos empezado intentando aligerar el peso de la cruz de la gente, con ayudas puntuales. Después nos hemos centrado en las emergencias más graves, como la del agua por ejemplo. La seguimos distribuyendo, a través de grandes depósitos de agua de 500 o de 1.000 litros, a las casas que no tienen o en los lugares donde los depósitos han sido bombardeados. Hemos abierto el pozo del convento para toda la gente que necesita agua, de manera ordenada y organizada. Hemos organizado cuatro furgonetas, para dar empleo a jóvenes y padres de familia, para que distribuyan el agua por las casas, especialmente a los ancianos que no tienen a nadie o a familias con niños pequeños. Por lo tanto, antes que nada hemos comenzado con la respuesta a la emergencia del agua y continuamos haciendo también lo imposible para ayudar a la gente a tener agua en sus casas o, por lo menos, poderla conseguir en nuestro pozo.

La segunda emergencia es la sanidad. Nos hemos dado cuenta de que a causa de la malnutrición han surgido epidemias, enfermedades, incluso necesidades de intervenciones quirúrgicas que siguen aumentando. También comenzamos a distribuir medicinas, especialmente de manera mensual, a ancianos, a niños y a todos los que lo necesitan. Hemos empezado a distribuir y a pagar las medicinas, a pagar las visitas médicas, los análisis, cualquier tipo de análisis, e incluso las intervenciones quirúrgicas, de las más sencillas a las más sofisticadas.

La tercera emergencia que ha surgido son las casas dañadas o destruidas. Hemos tenido, por ejemplo, sólo en el mes de febrero, del día 4 al 14, cien casas, entre destruidas y dañadas. Esto significa que hay muchas familias sin techo que llaman a nuestra puerta, además de pidiendo alimentos y ropa, también un lugar donde vivir. Una casa donde poder continuar la vida. Por otro lado, hay muchas familias que han llamado a nuestra puerta y nos han pedido ayuda para reparar sus casas, en las que siguen viviendo.

Hemos escuchado que vuestro pozo de agua es un oasis en Alepo porque existe en él una gran diversidad. ¿Por qué es un oasis, en qué sentido se percibe esta diversidad en esta agua que vosotros distribuís?

Un oasis que se encuentra en medio del desierto es una fuente de vida sin la cual no es posible vivir. Ayer estuve visitando a una familia, una anciana enferma con todos sus familiares. Me decían: “Padre, sin vuestro pozo y sin vuestra generosidad al repartir el agua, nosotros estaríamos acabados, ahora estaríamos muertos”. Por lo tanto, gracias a este pozo cientos de familias han podido sobrevivir alrededor de nosotros.

La segunda razón para llamar a este pozo oasis es el ambiente de paz que transmite. Hemos organizado un sistema de distribución que es como una acogida cálida, como un café. La gente venía triste, sin sonreír y lamentándose, sin alegría en el corazón. Después de esta cálida acogida y la buena organización, se marchaban satisfechos, dando gracias a Dios y a los voluntarios. La manera de organizar la distribución era prácticamente la mejor de entre todos los pozos que existen en Alepo.

El tercer motivo para poder llamar verdaderamente a nuestro pozo un oasis de paz y alegría, es porque nos ha dado un signo, un testimonio de la convivencia pacífica entre musulmanes y cristianos que acudían. Venían una señora anciana y un niño, venían un hombre y una mujer… Y todos se encontraban allí, todos llenos de tranquilidad, todos trataban de conseguir agua y muchas veces dialogaban de forma seria y desde el corazón. Esta también es una razón para poder decir que, con esta convivencia y con la oferta de agua gratuita a toda la gente, sin diferencias entre cristianos y musulmanes, hombres y mujeres, niños y gente mayor, de verdad nuestro pozo se ha convertido en un oasis.

Es conmovedor escucharle hablar así. Permanecer allí arriesgando la vida todos los días, pero ¿cuál es la razón para quedarse allí? ¿Cómo vivir así en estas circunstancias tan peligrosas, tan duras? ¿Cómo se sostiene la vida en esta situación?

Como he dicho al comienzo, los que se han quedado aquí son los más pobres, los que no se pueden permitir marcharse, los que no pueden pagar el precio del viaje. Por otro lado, hay muchos cristianos que creen que su presencia aquí es una elección divina del Señor y que ellos están llamados, en medio de esta crisis y sufrimiento, a dar su contribución, a testimoniar algo muy grande. Por lo tanto se han quedado por su propia voluntad, intencionadamente, para testimoniar valores de convivencia, de diálogo, de paz, de alegría, y también para testimoniar a Cristo que es al final la luz, la alegría, la paz, como nosotros creemos.

¿Cómo se hace para vivir en esta situación? Verdaderamente Alepo es un infierno. Si miramos con los criterios de una persona que viene de fuera, hoy Alepo es un infierno para los habitantes. Y seguramente lo que marca la diferencia es la presencia divina que nosotros percibimos, la presencia divina que está en medio de nosotros, del buen pastor que ayuda a la gente, que está presente también con milagros y al mismo tiempo la presencia cálida que nos da fuerza a través de la oración.

Entonces, ¿cómo hace la gente para seguir viviendo –hablo en concreto de los cristianos, y también de nosotros– sin una gracia que llega de lo alto, que viene del cielo, hasta nuestros corazones? Sin la fe, sin la esperanza de que mañana será un día mejor, nosotros no podríamos seguir viviendo aquí.

Aquí en España y en Europa se habla mucho de los refugiados Sirios, la gente tiene miedo de los refugiados, porque son musulmanes y la integración es difícil. ¿Qué opina de este miedo?  ¿Y de ese esfuerzo que se hace para abrazar al otro que no es de nuestra religión y es musulmán?

Seguramente se puede percibir y comprender muy bien el miedo porque, para cada uno de nosotros, el otro es un desafío y puede ser un motivo de miedo. Pero al mismo tiempo hace falta entender que no todos los musulmanes son fundamentalistas. Como también hay que decir que no todos los cristianos son buenos, por ejemplo. No podemos caer en esta trampa de generalizar los prejuicios. Tenemos que estar atentos, sí, la acogida debería hacerse con discernimiento, con un buen seguimiento para su integración en la sociedad, respetando la sociedad que acoge a personas extranjeras. Por otro lado, hay que recordar que cada refugiado y cada extranjero es Cristo mismo. En Mateo 25, cuando se habla del juicio final universal, Jesús preguntará a cada uno de nosotros: “Era extranjero ¿y me habéis acogido?, estaba preso ¿y me habéis visitado?, estaba hambriento ¿y me habéis dado comida?”. Entonces, sí, por un lado está el miedo y lo podemos comprender, pero no podemos ser esclavos y prisioneros de nuestro miedo. El otro es un desafío. El otro podrá ser causa de miedo, pero el otro también es Cristo. Entonces hay que saber acoger, con prudencia y discernimiento. Y acoger con criterios y programas claros de integración. Porque la persona que llega podrá estar en el país de acogida y ser una fuente de paz y creatividad. Y lentamente podrá integrarse para colaborar al desarrollo del país.

Vosotros sois una gran provocación para el mundo porque en esta situación de tantos mártires, de persecución en Siria, en Egipto, incluso en Tierra Santa, hay una fidelidad que es de otro mundo. ¿Qué es el testimonio? ¿Cuál es el contenido de esta provocación? ¿Cuál es el contenido para nosotros, cómo tenemos que acoger este testimonio, el valor que tenemos que mirar en este testimonio?

Es una locura, hoy en día nosotros asistimos en el mundo a la locura de la guerra, a la locura de la codicia de los recursos humanos, del petróleo, del gas. Y luego está la locura del fundamentalismo, que amenaza gravemente no solamente a Siria, sino a todo el mundo. Y nosotros estamos muy amargados por esta locura. Pero por otro lado está la locura de la cruz, la locura de Cristo, la locura de la caridad y la locura de la misericordia. Jesús que viene, y mientras todo el mundo intenta conservar su propia vida, Él da la vida por nosotros. Es decir, frente a esta locura del fundamentalismo, de la codicia, de esta carrera hacia la vanagloria, incluso hacia la autoridad para gobernar el mundo, está siempre esta luz del testimonio dado por Cristo, de la locura de la Cruz y la locura de la caridad. Nosotros formamos parte de esta locura de Jesús. Esta locura por la que incluso hoy, después de 2.000 años, están los seguidores de Cristo, los consagrados franciscanos, que están preparados para dar la vida. Es más, dan la vida a sus hermanos, no sólo a los hermanos que están a su alrededor y a los hermanos cristianos, sino también a los musulmanes que los necesitan, hoy en esta situación de la guerra. Entonces el testimonio que nos damos representa el testimonio de Cristo actualizado en nuestra vida según las necesidades que surgen de la actual situación en Siria y en concreto en Alepo. Nosotros, cristianos en todo el mundo, estamos llamados a este tipo de testimonio. Y ese testimonio que, como tú dices, a veces impresiona de una manera más fuerte y eficaz que ese otro testimonio negativo que viene dado hoy por el fundamentalismo, el de la codicia y la vanagloria, que nosotros encontramos todos los días en todas las guerras que hay en el mundo.

Hay una ayuda por parte de AVSI y CESAL que llega a su monasterio en Alepo. ¿Qué valor tiene para vosotros de esta ayuda?

Cuando llegué aquí y empecé a dirigir el convento como párroco y superior, en la casa tenía 15.000 dólares, y me acuerdo de que los primeros días fueron difíciles para mí porque frente a todas las necesidades yo tenía miedo de gastar el dinero, porque ¿cómo haremos después para enfrentarnos a las demás necesidades? Teníamos toda la fuerza en el corazón, también para dar la vida en ese momento, pero no teníamos los medios posibles para ayudar a tanta gente. Antes de llegar a Alepo, entre las cosas que pedí al Señor, pedí una muy importante y específica, le dije: “Señor, yo te sigo, te obedezco y voy a Alepo, pero no permitas que yo vea las necesidades de la gente, su sufrimiento, sin tener los medios para satisfacer esas necesidades”. Esta era mi oración. Cuando llegué aquí empecé con coraje a dar dinero a las personas que llamaban a la puerta, ayudando en las necesidades y emergencias, y luego empecé a percibir la providencia divina a través de diferentes asociaciones. Desde hace algunos meses empecé a percibir esa divina providencia, esa presencia de Jesús, esta presencia muy tierna y dulce, a través de la ONG AVSI, su intervención que comienza en Italia y luego lentamente se expande y llega también a España con CESAL.

Aunque nosotros estemos dispuestos a dar la vida, no podemos cumplir con nuestra misión de ayudar humanitariamente a la gente sin su intervención. Gracias a vosotros, gracias a tantas asociaciones laicas y cristianas, hoy conseguimos ayudar a los pobres. ¡No podéis imaginar lo que vemos aquí! Hoy un padre de familia ha perdido su casa. Su hogar fue destruido por un misil que cayó sobre sus cabezas. Su hijo murió, un joven de 22 años. Su hija quedó herida. El padre y la madre sobrevivieron, pero se han quedado sin casa. Ha venido a hablar conmigo con los ojos llenos de lágrimas, que no han cesado durante todo nuestro encuentro esta mañana. Vemos tantas necesidades, encontramos tantas emergencias, tantas personas que sufren y que gracias a AVSI y CESAL, y gracias a cada uno que participa por su buena voluntad o por su fe cristiana recaudando fondos, forma parte de nuestra misión. Estas personas son un componente de la misión muy importante y necesario, sin el cual no podemos continuar la misión.

No nos queda mucho tiempo, pero tengo una pregunta muy personal, si me lo permite. Su relación con Cristo, ¿cómo ha cambiado? ¿Cuál es su experiencia en la relación con Cristo en una situación tan difícil y llena de necesidades donde se arriesga la vida cada mañana?

Yo ya hice un buen camino espiritual desde que tenía 19 años, antes incluso de decidir entrar en el mundo de la consagración a Cristo y tomar los hábitos. Puedo decir que estos últimos años de mi presencia aquí, en Alepo, han supuesto para mí un crecimiento inconmensurable.  Crecimiento, por una parte, cuando se ve el sufrimiento y la necesidad, el sufrimiento, con todas las imágenes que uno pueda imaginar cuando se habla de sufrimiento, y cuando se dice sí al Señor, se dice sí con generosidad y con totalidad, sin condiciones y sin límites. Yo puedo decir que he experimentado muchísima gracia en mi corazón y en mi camino espiritual, y esto ha sido para mí un gran crecimiento. He conocido también a Cristo, incluso lo he conocido mejor, de manera más profunda, mientras servía y daba la vida por su rebaño que está aquí en Alepo. Cada día que pasa lo veo, lo veo también con los ojos del cuerpo, a través de muchos milagros que Él hace. Especialmente estos milagros de caridad. Nosotros tenemos muchas necesidades. Basta que uno piense, en su cabeza, con su intelecto, en una necesidad, y el Señor responde y encuentra la forma de responder a estas necesidades.

Tantos milagros, tantas bonitas experiencias de la resurrección que he vivido en estos años, tantas experiencias de la pasión de Cristo y de su muerte en la cruz. Una vez, hablando con otros sacerdotes, les decía que para mí es un deseo que los demás sacerdotes y cristianos puedan experimentar lo que yo estoy experimentando aquí. Es una experiencia muy, muy importante, darse totalmente en una situación de dificultad. Se produce una experiencia de Cristo que nunca puede experimentarse en otro momento de la vida.

Padre Ibrahim, su vida, vuestras vidas, son una compañía para nosotros. Sois nuestra gloria, nuestro orgullo. Estamos con el corazón allí en Alepo. Tal vez mañana o el próximo año, estaremos allí, intentaremos ir.

Os esperamos, de verdad, seréis muy bien acogidos. Hace poco vinieron dos italianos. Estuvieron aquí el Viernes Santo y cuando llegaron a Italia contaron que habían vivido una experiencia única, al ver cómo en medio del sufrimiento se encuentran personas que rezan y viven con Cristo, y una enorme solidaridad por la caridad entre ellos y también entre las personas que viven con ellos y comparten la suerte de vivir bajo las bombas.

Gracias a vosotros, gracias a todas las personas que ruegan por nosotros, que ayudan no solo con la ayuda espiritual sino también material. Gracias de corazón, gracias de mi parte y de parte de todos los sacerdotes, toda la Iglesia y toda la población.

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