Entrevista a Amelia Valcárcel

´El problema no es la rabia sino el fervor´

España · Fernando de Haro
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9 octubre 2018
Amelia Valcárcel, gran referente intelectual de la izquierda española y del feminismo, reflexiona con www.paginasdigital.es sobre la crisis democrática.

Amelia Valcárcel, gran referente intelectual de la izquierda española y del feminismo, reflexiona con www.paginasdigital.es sobre la crisis democrática.

Decía en un artículo publicado en El País algo muy provocativo: en estos momentos todavía no estamos oyendo “el ruido del populismo genuino”, ¿por qué cree que aún no estamos delante de un auténtico populismo?

Porque falta el carisma. Estamos en los propileos, pero si no aparece realmente el liderazgo carismático, todavía no estamos ante el verdadero populismo.

¿Y eso de qué depende? ¿De que aparezca alguien, por ejemplo, como Trump?

No, con Trump incluso sus seguidores reconocen que carece por completo de carisma. Tenemos que pensar en individuos carismáticos. Individuos carismáticos genuinos no se comienzan a presentar en la política hasta después de la Revolución Francesa, es decir, son producto de las democracias o de sus intentos. No podemos encontrar individuos de este tipo, conductores políticos, antes. En el Antiguo Régimen funciona de otra manera. El carisma que tiene un monarca es otorgado de otra forma, no es el fervor popular el que lo apoya.

También habla de un hastío, ¿por qué? Por ejemplo, vamos a celebrar los 40 años de la Constitución. ¿Por qué en este periodo hemos pasado de un entusiasmo, de una estima por las instituciones, a ese hastío en España?

No creo que el hastío sea muy grande. He de matizar un juicio que quizá suene demasiado fuerte. Pero las generaciones se suceden y quien consigue las cosas y quien las disfruta no son los mismos, y pueden tener juicios bastante diferentes sobre lo que se ha conseguido. Pensemos que una persona que ha hecho, con cierta dificultad o no, una carrera universitaria y que no encuentra un trabajo como el que desea puede pensar perfectamente que después de todo, ¿dónde está el regalo?

¿Ha habido entonces una falta de transmisión de una generación a otra del valor de las instituciones

No. El asunto es que la globalización, un proceso que solo se está iniciando, no va a ser un proceso fácil. Hay muchas cosas en juego, hay valores en juego y hay enormes flujos económicos en juego. Cuando esto pasa, la gente teme por su presente y por su futuro, y deja de apreciar la política formal democrática. Puede ver que no le da soluciones a lo suyo, directamente, y entonces empieza el sentimiento de desafección. Ese sentimiento de desafección se puede transformar, y de hecho se ha transformado, en rabia, en ocasiones. Pero lo grave llega cuando se transforma en fervor por el líder carismático. Pensemos por ejemplo en un caso clarísimo. El primer gran líder carismático que nace en el tiempo es Napoleón. Napoleón es un producto de las nuevas condiciones de la Revolución Francesa. Napoleón es impensable en el Antiguo Régimen. Y es un tipo con carisma, ¡vaya si lo es! Y con un culto a la personalidad enorme, al cual se resistió poquísima gente. Pero el asunto es qué es el carisma; es una relación, no es algo que alguien tenga.

En ese proceso, ¿qué importancia tiene, por ejemplo, el agotamiento de un proyecto socialdemócrata clásico, de un proyecto conservador clásico…? ¿Eso pesa para ese hastío?

Podría hacerlo, pero primero nace la desafección, que es “¿para qué me sirve a mí la política?, ¿qué hace por mí?, yo no voto”. Se empieza a ver la desafección cuando empieza a bajar la participación. Pero inmediatamente surge la rabia, pero entonces aparece el decir: “esta gente está viviendo a mi costa”. La democracia es el mejor modo político que hemos logrado llegar a establecer, pero tiene alguna que otra debilidad fuerte, y la debilidad más fuerte de la democracia es que la gente tiende a exigirle cosas a una democracia que no le exige a una autocracia: que te cuide, por ejemplo. No creo que ninguno de los súbditos del Gran Kan estuviera deseando que lo cuidara. Además, en democracia hay que tomar decisiones impopulares. Tenemos el problema del cambio climático y el agotamiento ecológico, ¿cuál de los gobernantes de las democracias se atreve a decir que tenemos que dejar de consumir plástico ya? Y cosas parecidas. Entonces, hay gente que se va a hacer desafecta porque no encuentra su lugar y otra gente que va a pensar que la democracia es demasiado amante de la componenda. Son cosas distintas, pero este es el lugar en el que nos estamos moviendo.

En este contexto de globalización, ¿qué elementos serían convenientes para, por ejemplo, una renovación de la agenda de una socialdemocracia? ¿Cuál sería la agenda en ese contexto en que las soberanías nacionales se disuelven, donde el flujo de los mercados acaba siendo imperativos? Porque los parámetros cambian tanto que a veces es difícil imaginar cuál podría ser la agenda socialdemócrata.

No es fácil, pero desde luego para todo el mundo, no solo para los socialdemócratas, es necesaria una mejor educación de las élites. Tenemos unas élites muy provincianas. La mayor parte de ellas no sabe pensar en términos globales, no sabe ni siquiera qué partida se está jugando. Y eso no es bueno, porque son las encargadas de transmitir el horizonte a la gente. Y luego tenemos un cierto problema con los medios de comunicación. Tampoco les gusta desagradar y contar verdades incómodas. Pero yo espero que esos problemas, con todo, los superemos antes de encontrar por el camino a un individuo carismático.

¿Esa es la gran amenaza?

Es que siempre que se ha presentado ese tipo de individuo, pensemos por ejemplo en Hitler, un individuo carismático donde los hubiera, Mussolini, todos estos individuos se presentan como salvadores absolutos.

Hay quien dice que en la democracia el sistema había prometido mucho y que después de la crisis y de la situación concreta de la globalización, la igualdad no es real y todo eso favorece una especie de estado de ira, de rencor, porque la promesa no se ha cumplido.

Pero la promesa existe. Luego, el asunto es cuál es la vía para hacer que la promesa se haga real. ¿Las reformas parciales bien dirigidas hacia un objetivo que después todos conocemos, o un proceso violento que acabe directamente con lo que existe?

Pero hay una cierta desconexión con la generación joven, que entiende estas cosas con mucha dificultad.

En general, nadie aprende sin haber vivido, ni nadie aprende en la cabeza de otro. Es uno de los procesos más difíciles que existen: aprender en cabeza ajena. Sin embargo, es a eso a lo que llamamos cultura. Tenemos una enorme cantidad de cosas que hemos aprendido sin tener que haberlas vivido. Es útil que podamos hablar de ellas con serenidad, con franqueza. Estamos dejando que esto ocurra pero creo que deberíamos pararnos un momento porque es un deber de Occidente no dejarse aislar en un rincón del planeta en este momento, dado que somos la generación más educada que existe. Y aun así nos podemos llegar a comportar como auténticos estólidos.

En otro orden de cosas, sobre el movimiento #MeToo, está trabajado mucho tiempo por una auténtica liberación de las mujeres, ahora este movimiento está denunciando lo que parece una epidemia de abusos sexuales. ¿Esto es útil?

Esto es nuevo. Lo que es, es nuevo. Y significa que la vergüenza ha cambiado de acera. Antes las mujeres se sentían avergonzadas cuando eran atacadas, ahora están dispuestas a decir que nadie tiene derecho atacarlas, y que la vergüenza recaiga sobre el que lo hizo, no sobre ellas. Yo creo que es una novedad muy grande, y es una novedad que otra vez se produce en Occidente. Aunque yo he encontrado unas páginas fantásticas que se llaman “A mí también me pasó eso en La Meca”, en diversos idiomas. Como el #MeToo, hay mujeres que han hecho el hashtag y que dicen cómo fueron asediadas, asaltadas, molestadas, etcétera, durante la misma peregrinación. Lo cual quiere decir que la capacidad de extenderse de esta nueva conciencia es muy grande.

Por lo que veo, sigue pensando que, en este mundo global donde lo asiático gana cada vez más terreno, donde el eje se ha modificado, Occidente tiene todavía un papel que jugar.

De momento lo hemos jugado, ¿solo porque teníamos unos barcos mejores y unos banqueros más amantes del dinero, o también porque teníamos una idea del mundo? Yo creo que seguimos teniendo una cierta idea del mundo, no la hemos perdido. En esto estoy totalmente de acuerdo con uno de los grandes pensadores del siglo XX, Toynbee. Lo que pasa es que estamos ante un proceso que está en los inicios. Yo no sé si la gente sabe lo que es la paciencia intelectual, pero hay que tenerla.

A veces no se tiene la suficiente perspectiva para hacer la valoración adecuada.

Paciencia. Es que no todo se va a producir delante de tus ojos invocándolo. La historia no es una sesión de espiritismo.

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