Editorial

El PP y la verdadera fuente de renovación

Editorial · Fernando de Haro
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15 julio 2018
España cambió de Gobierno hace 45 días. En este mes y medio se han producido dos grandes novedades. El Gobierno socialista, que por primera vez desde la transición llegó al poder sin pasar por las urnas y sin ser el partido más votado, paradójicamente no tiene fuerza más que para tomar medidas de alto voltaje ideológico. Medidas que tienen poco que ver con las necesidades de la gente-gente. Sea porque quiere ocultar su debilidad con gestos simbólicos, sea porque tiene que cumplir con sus múltiples socios de la izquierda-izquierda o del nacionalismo, todo lo que ha hecho hasta ahora ha sido impulsar una agenda de polarización y de un radicalismo de bajo vuelo.

España cambió de Gobierno hace 45 días. En este mes y medio se han producido dos grandes novedades. El Gobierno socialista, que por primera vez desde la transición llegó al poder sin pasar por las urnas y sin ser el partido más votado, paradójicamente no tiene fuerza más que para tomar medidas de alto voltaje ideológico. Medidas que tienen poco que ver con las necesidades de la gente-gente. Sea porque quiere ocultar su debilidad con gestos simbólicos, sea porque tiene que cumplir con sus múltiples socios de la izquierda-izquierda o del nacionalismo, todo lo que ha hecho hasta ahora ha sido impulsar una agenda de polarización y de un radicalismo de bajo vuelo.

Por eso ha frenado el desarrollo de los cuidados paliativos para impulsar la eutanasia, ha querido presentarse como el Gobierno más antifranquista en un país en el que no hay franquistas, como el más feminista cuando el origen de la violencia machista sigue sin atacarse de modo adecuado. Es un Gobierno que resucita conflictos viejos contra la dictadura, la clase de Religión, o la enseñanza concertada (de iniciativa social). Socialismo del siglo XX cuando el siglo XXI reclama reforma en el sistema de pensiones, reforma del mercado laboral, reforma fiscal, reforma para mejorar la productividad y la competitividad… y una larga lista de cambios de los que ni habla. El ciclo de expansión económica permite continuar la política de aumento del gasto iniciada por el PP y olvidarse de lo importante.

El Gobierno socialista ha iniciado, eso sí, un intento de diálogo con el independentismo que puede ser útil como fuente de distensión pero que está condenado al fracaso. El secesionismo catalán, a pesar de su intensa gesticulación, está en un impasse: sabe que no puede seguir por la vía de la ruptura, al menos de momento, pero no encuentra una salida honrosa. En esta cuestión poco ha cambiado en los últimos 45 días. Donde sí han cambiado las cosas y mucho es en el PP, en un centroderecha que está profundamente desorientado. Es lógico que no haya asimilado la repentina pérdida de poder (después de siete años y después de haber ganado las últimas elecciones con un nada despreciable porcentaje del 33 por ciento). Ni el partido ni el expresidente Rajoy estaban mentalmente preparados para asimilar el daño que le estaban haciendo los juicios por casos de corrupción ni la posibilidad de ser derrotados por un pacto tan heterogéneo como el que hizo falta el uno de junio. No se habían dado cuenta de lo profundo y lo intenso que era el “Rajoy no”.

Tampoco ahora el PP parece haber entendido el alcance del proceso de primarias que se ha autoimpuesto. Ha caído en una dicotomía falsa. Los dos candidatos de la segunda vuelta, Soraya Sáenz de Santamaría (la que fue mano derecha en los gobiernos de Rajoy) y Pablo Casado (un hombre de partido, pero sin experiencia de Gobierno) quieren que el próximo sábado los compromisarios elijan entre dos alternativas rotundamente enfrentadas. La tecnocracia eficaz, pragmática y experimentada, útil en una sociedad que necesita, sobre todo, buena gestión que encarna Santamaría y la juventud de un Casado, con menos pasado, alejado de la corrupción, con unos “principios, valores e ideas” que este último postula recuperar.

Las primarias en la centroderecha española están transcurriendo sin debate alguno de ideas, solo se habla del porcentaje de apoyos conquistado en cada minuto. Casado ha intentado introducir cuestiones de fondo como el modelo de política territorial, de política familiar o la solidaridad con las víctimas del terrorismo. Es el mejor candidato de los dos, por su juventud, por su capacidad de superar el período agotado de Rajoy, de refrescar el aire en un partido en el que huele a cerrado. Le tachan de ser demasiado conservador, por su condición de católico y su ideario liberal clásico. Pero ese no es el verdadero punto débil de Casado. Su talón de Aquiles es una concepción ideal de la política basada en un rearme ético realizado desde arriba. Casado lo explica como quien dibuja un gráfico: en la parte superior de la pirámide están las ideas, los principios y los valores. Y de ellos cuelgan las acciones que hay que tomar en cada uno de los diferentes sectores. Es la respuesta a su rival, a la que considera demasiado práctica, demasiado absorbida por la gestión.

No parece que la mejor respuesta a la tecnocracia de cierta derecha y a la vieja ideología de cierta izquierda sea reforzar desde un plano superior unos valores cada vez menos reconocidos en una sociedad plural. La recuperación de la tensión ideal en política, si quiere ser algo más que un catálogo de criterios abstractos (sin duda convenientes), nace de abajo hacia arriba. La renovación o es fruto de una conversación, un contacto permanente con aquellos puntos sociales creativos, capaces de dar respuesta a las nuevas y viejas necesidades, o no será renovación. El ideal de la política no pueden ser ideas, principios y valores, sino aquellas realidades que están vivas, aquellos lugares en los que el encuentro con el otro, de hecho, ya se produce.

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