El poder del corazón. Buscadores de verdad
Un gesto potente como el encuentro con el Padre Pizzaballa, custodio de Tierra Santa, ha servido para dar inicio al programa cultural del Meeting 2014. El título, ya de por sí sugerente, deja claro que este año nos encontramos ante una edición especial, tanto por el contexto de nuestro mundo, como por los desafíos sociales y culturales en los que se mueve Europa.
Un Meeting dedicado al hombre, a su corazón, al irreductible deseo de bien que lo constituye y que no deja de gritar incluso en los contextos más difíciles y contradictorios, como vemos en estos tiempos dramáticos para la suerte del mundo. El corazón es poderoso porque es libre, y a partir de esta libertad siempre es posible un nuevo inicio.
El punto de partida del encuentro ha sido precisamente ese, el corazón. Ese corazón, que es necesidad de infinito, pero que en esta época está ciertamente amenazado. Emilia Guarnieri, presidenta de la Fundación Meeting para la amistad entre los pueblos, enumera dos caras de esta amenaza. Una es la miopía con la que se mira a las necesidades del hombre. Hay otra cara de esta amenaza, que es el mal. El mal existe, el hombre es capaz de hacer mal, y es necesario asumir una responsabilidad ante este hecho.
Para el Padre Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa, no basta con un análisis político de los últimos acontecimientos vividos en Oriente, donde algunos de los equilibrios que parecían seguros, se han desmoronado. Aun siendo importante este análisis, es tiempo de una mirada nueva, libre, amplia. Una mirada verdaderamente religiosa ante los cambios que está viviendo el mundo ante nuestros ojos.
El Padre Pizzaballa hace una importante comparación entre la manera de entender la convivencia y la integración en Oriente y en Occidente. Mientras en Occidente predomina la renuncia a la propia identidad en el intento de “no molestar” al otro, en Oriente la convivencia siempre había conservado estas identidades, de modo que la vida religiosa no es un espacio cerrado y particular del individuo, sino que trasciende a todo el tejido social y cultural. Incluso quien no practica una religión, no pierde, en cambio, la identidad de cristiano, musulmán, judío o yazidí. De esto resulta el crisol de culturas que hemos conocido.
La convivencia, ejemplificada en situaciones como la colaboración habitual entre cristianos y musulmanes en las coyunturas diarias de escasez de alimentos y de agua, está amenazada. Nunca se había presenciado una limpieza religiosa como la que estamos viviendo estos días, y que es una perversión de la historia de Oriente Medio. Es necesario que todos los musulmanes levanten la voz, sin tibiezas, contra esta abominación de la propia historia. Y con los musulmanes todo el mundo.
La fuerza no es el camino. Puede servir como contención, pero la solución de estos conflictos por la fuerza, termina generando más rencor, y por tanto, más fuerza. Es necesario que en estos tiempos de quiebra de las viejas formas de convivencia, surjan las nuevas formas de convivencia, un lugar de paz. Es necesario algo que rompa con las antiguas formas y los antiguos equilibrios, e indique un camino.
En este sentido, la visita del papa Francisco a Tierra Santa ha sido una semilla de convivencia, aunque después la violencia se haya intensificado, porque ha indicado una nueva vía, rompiendo viejos esquemas y equilibrios, y ha puesto delante de los ojos del mundo entero a los presidentes de pueblos históricamente enfrentados rezando juntos por la paz. La búsqueda de una convivencia pasa, necesariamente, por el corazón del hombre.