El pin parental y la necesidad de una experiencia elemental

Mundo · Javier Folgado
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20 enero 2020
Una nueva polémica, y no será la última, es la que ha surgido en los últimos días por el “pin parental”, una propuesta de Vox en algunas comunidades autónomas por la que los padres pueden “vetar” algunos contenidos especialmente sobre sexualidad, LGTBI y violencia de género.

Una nueva polémica, y no será la última, es la que ha surgido en los últimos días por el “pin parental”, una propuesta de Vox en algunas comunidades autónomas por la que los padres pueden “vetar” algunos contenidos especialmente sobre sexualidad, LGTBI y violencia de género.

Cada bando podría pensar que el otro es un malvado (que los habrá) y reducir el debate a las “trincheras ideológicas” pero me parece que este tipo de polémicas son consecuencia principalmente de las “fricciones” de una sociedad plural. La lucha no es entre buenos y malos sino entre hombres que se han emancipado de Dios y otros donde es una presencia que permite afrontar la vida de un modo novedoso. Es cierto, que en las declaraciones de la ministra Celaá (“no podemos pensar que los hijos pertenecen a los padres”, ha afirmado) se observan tics totalitarios. Pero no debemos olvidar que la polémica por el “pin parental” es una expresión más de una sociedad donde una vez descartada la hipótesis del cristianismo ciertas evidencias y juicios se han desvanecido. Aquellos que ya no viven de esta hipótesis buscan vivir como creen que es mejor y en esta búsqueda de nuevos derechos buscan cumplir sus expectativas. No podemos dar por supuesto que muchos planteamientos acerca del final de la vida, la sexualidad… sean compartidos por la sociedad sin la gracia. Lo observaba agudamente el catecismo. “Los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos sin dificultad, con firme certeza y sin mezcla alguna de error. En la situación actual la gracias y la Revelación son necesarias al hombre pecador para que las verdades religiosas y morales sean reconocidas por todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error”.

Es cierto que ante este desafío la objeción de conciencia podría ser una herramienta útil pero, sobre todo, es necesario que hablemos todos en un lenguaje donde nos podamos entender. ¿De dónde partir en esta sociedad plural como punto de encuentro?

Se puede enseñar a chicos de instituto los métodos anticonceptivos. De hecho, si van a tener relaciones promiscuas lo mejor es que los usen. Pero, ¿habrá algún profesor que les diga que no son una cosa de usar y tirar? ¿Existe un adulto que les diga que lo que buscan en la sexualidad, de un modo más o menos confuso, es un deseo de ser amados infinitamente? Que no son una vaca y un toro. ¿Tenemos algo más bello que mostrar que lo que ven en el colegio? ¿Este es el desafío al que nos enfrentamos los padres?

¿No forma parte de nuestra experiencia que una sexualidad vivida solamente como satisfacción de un placer deja un profundo vacío? O en positivo, ¿no forma parte de nuestra experiencia que la sexualidad cuando es vivida como donación gratuita al otro es una experiencia sublime?

En la experiencia elemental del ser humano, nos podemos entender todos: conservadores, progresistas, agnósticos, creyentes… Por tanto, hace falta testimoniar la belleza de lo que hemos encontrado. Los debates de estos días, y lo que nos queda de legislatura desde la trincheras ideológicas, son la trampa con la que Pedro Sánchez tiene todas las de ganar.

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