Entrevista a José María Marco

`El perdón y la reconciliación en la transición fue la traducción práctica de algo que ya estaba en la sociedad`

España · Juan Carlos Hernández
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6 julio 2017
José María Marco valora para Páginas Digital el momento de la transición política en España. Marco apuesta por un bien común que, en términos cívicos, se llama España.

José María Marco valora para Páginas Digital el momento de la transición política en España. Marco apuesta por un bien común que, en términos cívicos, se llama España.

Recientemente hemos conmemorado el cuarenta aniversario de las primeras elecciones democráticas en España después de la dictadura de Franco. Con la perspectiva que nos da el tiempo transcurrido, ¿qué cree que hizo posible que cuarenta años después de una guerra civil se pudieran celebrar unas elecciones con ese espíritu de concordia?

El perdón y la voluntad de reconciliación. En nuestro país se dieron, como en el resto de países europeos, en ese largo período que va del final de la guerra a los años 60. Es el mismo movimiento que lleva a asumir la creación de lo que luego sería la UE. Eso fue lo que hizo posible la Transición, que es la traducción práctica de algo que ya había cuajado en la sociedad. También lo hizo posible el desarrollo económico, de ritmo distinto al de los otros países europeos pero de consecuencias idénticas, en particular la consolidación de una amplia clase media.

Sin embargo, muchos ponen hoy en tela de juicio la época de transición, sin querer idealizar ninguna obra humana pero ¿hemos fallado en la transmisión a las nuevas generaciones del valor que tenía la reconciliación y el enorme mérito que supuso esa época?

Me parece que no todos hemos fallado, o no hemos fallado igual. Una parte muy importante de la izquierda no ha admitido nunca, al menos en el discurso y en la estrategia, que todos los que aceptan la democracia liberal tienen la misma legitimidad política. En consecuencia, siempre ha habido partidos y personas más demócratas que los demás. Tampoco se ha hecho el menor esfuerzo por articular la identidad española, que la generalidad de los españoles (salvo la elite político intelectual) ha vivido hasta ahora con naturalidad, y la acción cívica y política. Así que hemos acabado viviendo en una sociedad en la que la lealtad política no se funda en la convicción de que existe un bien común, que en términos cívicos se llama España. Al contrario, esta palabra (y la nación, que es su fórmula política) están siempre bajo sospecha. En vez de profundizar en la reconciliación, basada en el perdón, desde las propias instituciones se ha fomentado –no hay más que ver la enseñanza y la cultura oficial– la sospecha y la revisión de los términos en los que se hizo la Transición. Frivolidad y cobardía son los términos que definen la acción realizada.

En una entrevista a este periódico, Fernández Álvarez de Miranda afirmaba poco antes de fallecer: “Lo que soñábamos entonces y que creíamos haber consolidado, que era un sistema democrático parlamentario suficientemente estructurado, de repente pues parece que va fallando, que no se consigue en estos momentos normalizar el juego democrático”. Decía Von Goethe que “lo que heredaste de tus padres, conquístalo para poseerlo”. ¿Cómo podemos reconquistar nuestra democracia?

Las instituciones están intactas, entre otras cosas porque no hay recambio a la democracia liberal que es tanto como decir, en nuestro país, la monarquía parlamentaria. También sigue viva la naturalidad con la que los españoles, en general, viven su propia nacionalidad. Con que dejaran de atacarse sistemáticamente estos dos principios se habría dado un paso de gigante. Pedir que se comprenda, se difunda y se promueva la articulación de los dos me parece demasiado pedir. En realidad, bastaría con empezar a hablar bien de España.

Muchos afirman que estamos en un momento de crisis. ¿Es suficiente esgrimir solamente razones económicas para explicarla?

Crisis es cambio, y hemos entrado en una etapa de cambio permanente, no sólo en España y por razones que no atañen sólo a nuestro país, desde la globalización a la revolución tecnológica. Vamos a tardar mucho tiempo, si es que llega alguna vez, en ver un horizonte estable como el que se vivía hace cincuenta años, antes de la gran crisis de los años 70. La economía va bien y si se hiciera un mayor esfuerzo reformista iría aún mejor. Lo importante en épocas como esta es reforzar las instituciones, comprender que son la garantía de la estabilidad y que sin ellas las sociedades van a la deriva. Véase la vida política catalana, o la venezolana.

Algunos afirman que Podemos tiene parte de razón en el diagnóstico, no así en la cura. ¿Qué parte de razón ve en esta hipótesis? ¿Qué parte de la indignación deberíamos tener en consideración sin caer en la destrucción del espacio público?

Me parece que se puede hacer bien poco con la indignación. Es un desahogo de sociedades ricas, personas que viven en la abundancia y que están convencidas de que los demás tenemos que seguir pagándoles los gastos, que llaman “derechos”. Los movimientos neocomunistas asamblearios, como en su tiempo los anarquistas, son incompatibles con la democracia liberal.

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