Entrevista a Alfredo Marcos

´El pensamiento griego, el derecho romano y la tradición religiosa judeocristiana ha dado lugar a las bases éticas de Occidente´

Cultura · Enrique Chuvieco
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27 abril 2020
Autor, junto al profesor Carlos Javier Alonso del libro ‘Un paseo por la ética actual’ (Digital Reasons), Marcos es catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Valladolid y ha pertenecido a diversos comités hospitalarios de bioética.

Autor, junto al profesor Carlos Javier Alonso del libro ‘Un paseo por la ética actual’ (Digital Reasons), Marcos es catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Valladolid y ha pertenecido a diversos comités hospitalarios de bioética.

Después de siglos de debate filosófico en torno a la ética, el significado último de esta palabra parece haberse perdido, ¿Qué es la ética?

Es cierto que la palabra ética, y el prestigio que esta tenía, se ha venido utilizando para todo tipo de finalidades, algunas de carácter meramente ideológico. Pero la ética, en realidad, es una parte muy respetable de la filosofía. También se puede llamar filosofía moral. Es la parte de la filosofía que nos ayuda a reflexionar sobre nuestras convicciones morales. Todo el mundo emplea criterios morales, aunque sea de un modo intuitivo o irreflexivo, para decidir lo que hace o deja de hacer. Pero desde hace siglos la filosofía nos ha ayudado a pensar sobre nuestra moral. Con Sócrates empezó de un modo serio y sistemático esta reflexión.

¿Por qué la cartografía del filósofo Alasdair MacIntyre resulta más útil que la cartografía estándar a la hora de clasificar las distintas corrientes filosóficas sobre la ética?

Tradicionalmente se oponen las éticas deontológicas a las utilitaristas. Las primeras se fijan en el deber. Hago lo que debo, sin reparar en las consecuencias. Las segundas, por el contrario, se fijan en las consecuencias de nuestras acciones, en su utilidad. Pero MacIntyre nos ha hecho ver lo mucho que tienen en común estos dos tipos de ética. En realidad son ambas producto de los tiempos modernos. Entre otras cosas, comparten debilidades. La crítica postmoderna a las éticas de la modernidad ha puesto al descubierto esas debilidades. Las éticas modernas tienen mucho de valioso y esclarecedor, pero son demasiado abstractas, están demasiado desligadas de la vida concreta y real. El pensamiento posmodernista nos sume, así, en el relativismo moral. Puestas así las cosas, se entiende muy bien la función que cumple actualmente la ética de la virtud, que arraiga en tradiciones pre-modernas, como la aristotélica o la tomista, pero, en nuestros días, conversa con las éticas modernas, integra lo mejor de las mismas; además, acepta en muchos puntos la crítica postmoderna, pero es capaz de darle a la misma una función constructiva y alejada del relativismo. A partir de lo dicho emerge un nuevo mapa de la ética. Tenemos las éticas modernas (que MacIntyre engloba bajo el término Enciclopedia), las posmodernas (Genealogía) y las éticas de la virtud (Tradición). Este mapa de la ética actual resulta muy iluminador, muy fructífero a la hora de interpretar los textos de los filósofos e incluso los debates morales socialmente más activos.

«El filósofo norteamericano John Searle decía que las explicaciones reduccionistas de la mente dejaban sin explicar siempre algo, a saber, la mente.»

Tal y como explican en su libro, se ha pasado del racionalismo extremo de Kant a un cientificismo radical, que pretende definir al ser humano desde una concepción únicamente biológica. En este marco se insertan, por ejemplo, las obras del autor superventas Yuval Noah Harari, ¿cómo explican el actual éxito de la corriente cientificista?

Es verdad que algunas antropologías contemporáneas falsifican la imagen del ser humano. Algunas lo presentan como un viviente más, e intentan reducir todo lo humano a lo biológico. Otras entienden al ser humano como una especie de programa informático, que podría fluir sin problemas de una base material a otra. Son los que abogan por la migración de nuestra mente a algún soporte informático duradero o incluso a una esfera puramente lógica, a una especie de nube de información. Ambas antropologías son parciales. La primera es de corte materialista y niega o reduce los aspectos espirituales del ser humano. La segunda es espiritualista en el peor sentido de la palabra. Niega los aspectos biológicos y corporales del ser humano. También existen en la actualidad antropologías dualistas que consideran que el cuerpo y la mente son dos realidades distintas. Lo cierto es que solo existen personas concretas, con aspectos físico-biológicos, sociales y espirituales. Estos aspectos no están simplemente yuxtapuestos ni pueden ser reducidos unos a otros. Los podemos distinguir por abstracción, pero en la realidad son aspectos completamente integrados en la unidad de cada persona. El éxito de las corrientes cientificistas tiene que ver con la aparente simplicidad de las (pseudo)explicaciones que ofrecen. Pero son explicaciones que acaban por dejar fuera lo propiamente humano. El filósofo norteamericano John Searle decía que las explicaciones reduccionistas de la mente dejaban sin explicar siempre algo, a saber, la mente. Una antropología sensata tiene que reconocer los aspectos biológicos, sociales y espirituales del ser humano, así como la integración de todos ellos en cada persona concreta.

¿Cómo puede ser que la ética de la virtud, planteada por Aristóteles hace más de 2000 años, se pueda aplicar a nuestros días?

Efectivamente, la ética de la virtud tiene hondas raíces históricas, cuenta con más de dos milenios de antigüedad, pero, al mismo tiempo, es una tradición viva y dialogante. No la hemos rescatado directamente de los textos de Aristóteles, sino que ha llegado activa hasta nosotros, a través de una lectura continua, crítica y creativa. Es una tradición muy integradora y abierta. Se mantuvo viva durante toda la antigüedad, en contacto con el pensamiento de los griegos, de los romanos y de los hebreos, en diálogo con paganos y cristianos. Se formuló en muchas lenguas, griego, latín, árabe, y más tarde en lenguas modernas. Se mantuvo vigente en la antigüedad tardía y en la Edad Media. Autores como Santo Tomás de Aquino, en lo filosófico, o Dante, en lo literario, lograron obras integradoras, en las que la tradición aristotélica conversa con la tradición judeocristiana, y ambas salen mejoradas y reforzadas de este diálogo. Durante los tiempos modernos nunca fue abandonada la tradición aristotélica. Esta veta de pensamiento iluminó a los autores de la Escuela de Salamanca y, por supuesto, a los grandes pensadores modernos, como Descartes, Kant o Locke. En nuestros días, el aristotelismo es enormemente influyente en áreas científicas tan distantes como la economía, la lingüística y la biología, por citar algunas, y, por supuesto, en filosofía y en pensamiento moral. En el fondo, estamos ante una tradición que pervive de manera dinámica y sobrevive a las modas gracias a que está muy próxima al sentido común humano, a nuestra experiencia cotidiana como seres humanos, a lo que tenemos en común todas las personas de cualquier tiempo, cultura y condición.

Es verdad que algunas antropologías contemporáneas falsifican la imagen del ser humano. Algunas lo presentan como un viviente más, e intentan reducir todo lo humano a lo biológico. Otras entienden al ser humano como una especie de programa informático, que podría fluir sin problemas de una base material a otra. Son los que abogan por la migración de nuestra mente a algún soporte informático duradero o incluso a una esfera puramente lógica, a una especie de nube de información. Ambas antropologías son parciales. La primera es de corte materialista y niega o reduce los aspectos espirituales del ser humano. La segunda es espiritualista en el peor sentido de la palabra. Niega los aspectos biológicos y corporales del ser humano. También existen en la actualidad antropologías dualistas que consideran que el cuerpo y la mente son dos realidades distintas. Lo cierto es que solo existen personas concretas, con aspectos físico-biológicos, sociales y espirituales. Estos aspectos no están simplemente yuxtapuestos ni pueden ser reducidos unos a otros. Los podemos distinguir por abstracción, pero en la realidad son aspectos completamente integrados en la unidad de cada persona. El éxito de las corrientes cientificistas tiene que ver con la aparente simplicidad de las (pseudo)explicaciones que ofrecen. Pero son explicaciones que acaban por dejar fuera lo propiamente humano. El filósofo norteamericano John Searle decía que las explicaciones reduccionistas de la mente dejaban sin explicar siempre algo, a saber, la mente. Una antropología sensata tiene que reconocer los aspectos biológicos, sociales y espirituales del ser humano, así como la integración de todos ellos en cada persona concreta.

¿Cómo puede ser que la ética de la virtud, planteada por Aristóteles hace más de 2000 años, se pueda aplicar a nuestros días?

Efectivamente, la ética de la virtud tiene hondas raíces históricas, cuenta con más de dos milenios de antigüedad, pero, al mismo tiempo, es una tradición viva y dialogante. No la hemos rescatado directamente de los textos de Aristóteles, sino que ha llegado activa hasta nosotros, a través de una lectura continua, crítica y creativa. Es una tradición muy integradora y abierta. Se mantuvo viva durante toda la antigüedad, en contacto con el pensamiento de los griegos, de los romanos y de los hebreos, en diálogo con paganos y cristianos. Se formuló en muchas lenguas, griego, latín, árabe, y más tarde en lenguas modernas. Se mantuvo vigente en la antigüedad tardía y en la Edad Media. Autores como Santo Tomás de Aquino, en lo filosófico, o Dante, en lo literario, lograron obras integradoras, en las que la tradición aristotélica conversa con la tradición judeocristiana, y ambas salen mejoradas y reforzadas de este diálogo. Durante los tiempos modernos nunca fue abandonada la tradición aristotélica. Esta veta de pensamiento iluminó a los autores de la Escuela de Salamanca y, por supuesto, a los grandes pensadores modernos, como Descartes, Kant o Locke. En nuestros días, el aristotelismo es enormemente influyente en áreas científicas tan distantes como la economía, la lingüística y la biología, por citar algunas, y, por supuesto, en filosofía y en pensamiento moral. En el fondo, estamos ante una tradición que pervive de manera dinámica y sobrevive a las modas gracias a que está muy próxima al sentido común humano, a nuestra experiencia cotidiana como seres humanos, a lo que tenemos en común todas las personas de cualquier tiempo, cultura y condición.

Tiene que haber igualdad de oportunidades e igualdad ante la ley para todas las personas, con independencia de su sexo, edad, situación social… Estos son objetivos irrenunciables. El feminismo sensato los apoya. Pero la ideología de género hace tiempo que se distanció del feminismo sensato. Esta ideología se ha convertido en un vector para la descalificación y la censura, para reprimir muy diversas libertades, la libertad de expresión, la de educación, la de cátedra, la de prensa, así como la independencia de los jueces… Constituye también un medio para la acaparación ideológica del poder político y de los recursos financieros que desde el mismo se controlan. Es decir, en el caso de la ideología de género encontramos la clásica maniobra de perversión de las causas justas. Se parte de una causa perfectamente justa, como la de la igualdad, y se pervierte o degrada hasta ponerla al servicio de un interés no común, sino parcial e ideológico.

«La ideología de género se ha convertido en un vector para la descalificación y la censura, para reprimir libertades, la de expresión, la de educación, la de cátedra, la de prensa, así como la independencia de los jueces»

¿Por qué no se les pueden reconocer derechos a animales con genética muy similar a la nuestra?

Los derechos de los animales no pueden ser reconocidos ya que no existen por naturaleza. ¿Todos los metazoos tendrían esos supuestos derechos?, ¿qué animales los tendrían y cuáles no?, ¿por qué?, ¿por qué no las plantas? Podrían, eso sí, ser otorgados o construidos derechos para los animales si la sociedad lo estimase pertinente. Pero el otorgamiento de derechos a los animales debilita la fuerza moral y política de los derechos humanos. Este debilitamiento desprotege precisamente a las personas más indefensas. Por otro lado, la protección de los animales no exige en absoluto el otorgamiento de derechos a los mismos. Se puede proteger el bienestar animal y prevenir la crueldad sin necesidad de otorgar arbitrariamente derechos a los animales. De hecho, las leyes de protección animal están vigentes en muchos países, en especial en la Unión Europea. Se han hecho muchos progresos en este sentido sin necesidad de apelar a derechos y sin poner en riesgo a los seres humanos más vulnerables.

¿Pueden las religiones contribuir positivamente a la construcción de una ética “actual”?

No estoy seguro de que todas las religiones puedan hacer aportaciones interesantes a la ética, ya que no conozco a fondo muchas de ellas. Lo que sí veo con claridad es que el cristianismo puede hacerlo. De hecho, la integración del pensamiento griego con el derecho romano y con la tradición religiosa judeocristiana ha dado lugar a las bases éticas de Occidente. Dichas bases se han hecho extensivas al resto de la humanidad gracias a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El diálogo que mantuvieron en su día Joseph Ratzinger y Jürgen Habermas es muy ilustrativo al respecto. La religión aporta vitalidad y motivación, nervio moral, bases realistas y afectivas a la ética. La ética aporta claridad argumentativa, reflexión y universalidad racional a la religión. Esta relación de mutuo enriquecimiento se da, al menos, en el seno de las civilizaciones con raíces cristianas, y no descarto que también pueda darse con otras religiones.

Por último, ¿cuáles son los retos del futuro en el campo de la ética?, ¿hacia dónde apunta la investigación?

Si algo nos ha enseñado la actual situación de pandemia es que no sirve de mucho hacer predicciones de futuro (valga la redundancia). No sé cuáles serán los retos de la ética mañana. Los de hoy tienen que ver con el respeto a la dignidad humana, incluso con el reconocimiento de la misma, pues hay quien la pone en duda. Ese reconocimiento ha de ser máximamente inclusivo -por usar un término a la moda-. Ha de incluir a todos los seres humanos, a cada uno de ellos, en todas las fases de sus vidas, desde la concepción hasta la muerte. Cada persona, en todo momento, tiene un valor infinito que llamamos dignidad. Esta perspectiva nos orienta respecto de cuestiones tan actuales como el uso de biotecnologías o de la llamada inteligencia artificial, así como respeto de las cuestiones más clásicas que nos siguen afectando.

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