El papiro de Miray

Cultura · María Caballero
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13 diciembre 2022
El pasado mes de marzo y en una nueva editorial (JDBooks) apareció en el mercado El papiro de Miray, la primera novela de Guadalupe Arbona, profesora de literatura en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.

La autora ha publicado dos libros de creación (Puerta principal, 2017, y Enredada en azul, 2020) y lleva décadas ejerciendo la crítica literaria plasmada en libros y artículos de investigación. Pero quizá haya sido su implicación en el máster de escritura creativa de su universidad la responsable de esta primera salida ficcional. Porque a quien enseña a escribir debe tentar lanzarse a la palestra sin paracaídas. Y eso es lo que ha hecho Guadalupe Arbona, aun a sabiendas de que para una profesional como ella, el riesgo es saber demasiado de técnicas literarias, estar de vuelta a la hora de construir una ficción, que es lo que enseña a hacer cada día. La autora ha sorteado ese peligro con habilidad, a pesar de utilizar recursos de vieja raigambre como el manuscrito encontrado en que es especialista.

El lector de a pie se encuentra con una novela histórica que recrea la figura bíblica de Salomé, la hija de Herodías. Un tema super explotado a lo largo de los siglos: recuerdo ahora el soneto del cubano Julián del Casal, tan emparentado con el cuadro del simbolista francés Gustave Moreau que retratan a la voluptuosa bailarina tan nefasta para Juan el Bautista. Arbona no se pierde en intertextualidades innecesarias para su relato. Solamente intercala como intertextos algunas sugerentes descripciones de la famosa escena tomadas de la novela de Oscar Wilde. Aunque buena conocedora de la historia de la literatura, huye de la erudición para ir al corazón de sus personajes.

Ese mismo lector verá con sorpresa que en el texto hay al menos otra historia:

Así comienza el relato que Caroline Angels había rehecho a partir de un rollo de papiro. Lo que se refleja en estas páginas es su traducción al inglés. Se trata de un escrito copiado cuidadosamente en un cuaderno de tapas duras con dibujos de color rosado (p. 27).

¿Quién es esta Angels que se superpone a la Miray, esclava de Salomé del siglo I? El texto presenta a una arqueóloga inglesa que excavó en Palestina como integrante de una expedición de la universidad de Cambridge a mitad del siglo XX. Muchos años después, viuda y deprimida, descubre accidentalmente que en el interior de un pequeño jarrón que guardaba como recuerdo y se acaba de romper, hay un papiro con una historia apasionante. A partir de ahí sale de su letargo para transcribirla.

La novela superpondrá las dos historias (la más completa de Miray y los últimos años de Angels). Porque hay tres niveles narrativos: en primer lugar, La historia de Miray en primera persona, hallada en el papiro y dictada a un escriba que funciona como destinatario en el texto:

Te pido escriba y amigo, que aquí no te equivoques en nada de lo que te dicto (…). El recitado en voz alta de lo que ha sido mi vida me ha ayudado a comprender (p. 138).

Lo que te dicto hoy, escriba, es la memoria de una pobre huérfana del desierto que vivió en palacios importantes, que huyó de la muerte y que, por la mirada y las palabras de un hombre, ha recuperado la vida que estuvo a punto de abandonar (pp. 157-158).

Este último fragmento, un auténtico sumario narrativo en el sentido genettiano, sintetiza a la perfección el argumento del relato primero, la historia de la esclava Miray; mientras que el primero (“revivir la propia historia en alta voz para comprender su sentido”) confiere un toque moderno a su protagonista.

En consecuencia, el segundo nivel narrativo es el protagonizado por la arqueóloga Carolina Angels: su encuentro del papiro y la transformación que sufre su vida a partir de entonces dedicada a transcribirlo. Incluso el texto sugiere entre líneas un cierto paralelismo (salvando las infinitas distancias) entre ambas protagonistas.  Excepto el comienzo y el final, suele tratarse de un par de páginas a modo de acotación sobre la lectura del papiro (pp. 27-35, 45, 50, 60, 66, 73, 80, 91, 118, 130, 140, 152, 161, 168 y 185-190)

Es decir, la vieja técnica del “manuscrito hallado” funciona como el “tema con variaciones” en la música. Las consecuencias están a la vista: la estructura narrativa encaja en la “caja china” o mejor la más moderna mise en abyme. Y, como estamos ante una experta en técnicas literarias, el lector avezado y el especialista no se extrañarán ante una nueva vuelta de tuerca: en el nivel de la transcripción y paralelo a ella se desarrolla la propia vida de la arqueóloga:

Estas cosas no las contaba Angels en el cuaderno rosa sino en un diario que se descubrió mucho después. Este segundo cuaderno, azul y forrado en tela, da razón de datos y sobre todo, de las experiencias personales que dejó al margen de la transcripción y traducción del papiro (p. 29).

Y aquí encaja el tercer nivel narrativo, el del narrador /narradora que maneja y cierra el relato. Y descifra para nosotros (como Angels lo hiciera con el papiro de Miray), no solo la transcripción inglesa de la arqueóloga ficticia, sino sobre todo su vida, sus inquietudes personales e intelectuales… jugando con la duda, con la posible manipulación textual. Hay un momento inquietante al respecto:

Estoy aturdida y perpleja: he tenido que abandonar la traducción de la historia dictada por Miray porque de repente he encontrado textos que proceden de otros repertorios. Los primeros todavía tienen su lógica. Son textos testimoniales recogidos por los discípulos de Jesús de Nazareth que conocieron a Juan. Pero ¿los segundos? (…) son frases literales de una obra teatral de Oscar Wilde estrenada por primera vez en 1891. ¡Es imposible! (p. 60).

A años luz de la novela histórica de tipo arqueológico, ficción que el narrador certifica con su voz, ahora se cuelan las inseguridades de la postmodernidad, así como las manipulaciones textuales que Cervantes inventó y a las que Borges y los que le siguieron nos tienen acostumbrados: “no sé… no sé… se me escapa” (p. 67), “es de suponer… (p. 130). Hay que inquietar al lector, recordarlo el estatuto ficcional del texto y las libertades que los narradores se toman.

Los tres capítulos en que la novela está estructurada (“Miray en palacio”, “¡No llores!” y “La entrevista”) siguen paso a paso la historia de Miray, es decir, el relato primero. Es una novela femenina no solo porque sus protagonistas son mujeres, sino porque los varones están vistos a través de su óptica, nunca tienen entidad independiente. Si no temiera ser tachada de “patriarcal” diría que la sensibilidad con que se esbozan los sentimientos, amores y desamores y psicologías de la galería de personajes apuntan a una narradora femenina. Porque no importan los acontecimientos, sino las vivencias… Incluso los intertextos aludidos (como los evangélicos) nunca se explicitan demasiado; solo contextualizan al lector de formación cristiana que se siente “como un personaje más” ante el conocido episodio de la viuda de Naín, por ejemplo, tan central en el segundo capítulo y desde luego definitivo para lo que es una auténtica conversión en Miray.

La complejidad estructural y de niveles narrativos es solventada por la última parte en que la intriga sube de punto agarrando al lector desprevenido. Y aquí explota entre líneas el auténtico tema de la novela: la lucha entre el Mal y el Bien… o mejor la pregunta implícita ¿es posible curar el Mal con el Bien? Y sobre todo, quién es capaz de conseguirlo? Entre líneas se sugiere mucho más de lo que la intriga argumental explicita. Y creo que ahí está el acierto de esta novela, el toque atemporal que la consagrará.

 

María Caballero es Catedrática de la Universidad de Sevilla

 

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