El Papa y la sonrisa de la Virgen

Mundo · José Luis Restán
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15 septiembre 2008
Benedicto XVI se ha despedido de Francia tras una visita que ha superado todas las expectativas. Basta una lectura rápida de los principales diarios franceses. En apenas tres días, la Francia laicista cargada de prejuicios ha descubierto a un Papa que sabe hablar con los hombres de esta época sin eludir ninguna cuestión candente y que maneja el lenguaje de la tradición con frescura incomparable, consiguiendo que refleje una inesperada modernidad. En el fondo, porque está cierto de que en el origen de todas las cosas no está la irracionalidad sino la Razón creadora, no el ciego destino sino la libertad.

Son varios los registros que ha empleado el Papa para dirigirse a los diversos auditorios en los que se ha hecho presente: las autoridades, los intelectuales, los jóvenes, los obispos, los enfermos… Tiempo habrá de acoger y profundizar estos mensajes, pero en el momento de la partida me quedo con la sorpresa del Papa teólogo que habla de la sonrisa de María (ésa que los pintores medievales reflejaron con singular ternura). A más de uno podrá resultar embarazoso que el Papa que habla de cultura y laicidad, de fe y razón, hable de la sonrisa de la Virgen casi como de un "lugar teológico".

Rodeado por los enfermos y minusválidos, sedientos de esperanza para sostener cada minuto de sus vidas probadas por el dolor, Benedicto XVI  ha dicho que en la sonrisa de la Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad y a favor de la vida. Porque esa sonrisa anunciada en el Magníficat expresa la victoria de la gracia, de la iniciativa de Dios frente a los poderes del mundo.

Buscar esa sonrisa, ha insistido el Papa, no es infantilismo piadoso ni emoción descontrolada, sino conciencia de la única riqueza verdadera que posee todo hombre: la de saberse amado por Dios, la de estar cierto de que Él camina con nosotros, tanto en la mañana plácida como en la tempestad nocturna. La sonrisa de María es una fuente de agua viva, ha repetido incansable el Papa de la razón, sencillo con los sencillos, maestro a la altura de su pueblo. Y si el sufrimiento es siempre un extraño cruel que el hombre no puede domesticar, la compañía de Cristo resucitado le permite caminar erguido y seguro del destino de felicidad que le aguarda, sin ceder a la desesperación.

Lourdes es un lugar que nos recuerda ese misterio del Dios que actúa en la historia para confusión de los cínicos y regocijo de los humildes. Como dijo el Papa a los sabios que le escuchaban en París, la novedad del cristianismo consiste en que "Él se ha mostrado", y eso no puede dejar de trazar un surco en la historia. Benedicto XVI, que además de Sucesor de Pedro es uno de los hombres de mayor inteligencia de esta hora, se ha postrado en la gruta de Massabielle para subrayar este mensaje: que por encima de las locuras de los hombres y en medio de las oscuridades de cada época, vence la sonrisa de María, el fruto de la gracia acogida sencillamente por la razón y la libertad de aquella jovencita hebrea. En esa sonrisa se resume nuestra dignidad nunca abatida, brilla nuestra esperanza siempre firme, asoma nuestro destino de felicidad.    

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