El Papa con sus hermanos de Oriente y la urgencia de salvar a los cristianos

Mundo · Federico Pichetto
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10 julio 2018
Casi ha pasado desapercibido el histórico encuentro en Bari entre el Papa y los delegados de las iglesias orientales para afrontar juntos la dramática situación de los cristianos en Oriente Medio. Nunca antes en la historia un pontífice había conseguido reunir una especie de mini-concilio ecuménico de unas horas con representantes de todas las confesiones religiosas presentes en un territorio. Será por la urgencia del momento –en Iraq los cristianos han pasado del millón en 2003 (antes de la guerra de Bush) a los actuales poco más de 200.000–, será por la estrecha red de relaciones personales con todos los líderes religiosos que Bergoglio ha establecido en estos años de pontificado, o será por Bari, la más ecuménica de las ciudades italianas que custodia las reliquias de san Nicolás. El caso es que el milagro ha sucedido y la iniciativa del pontífice podría no quedarse en un evento aislado.

Casi ha pasado desapercibido el histórico encuentro en Bari entre el Papa y los delegados de las iglesias orientales para afrontar juntos la dramática situación de los cristianos en Oriente Medio. Nunca antes en la historia un pontífice había conseguido reunir una especie de mini-concilio ecuménico de unas horas con representantes de todas las confesiones religiosas presentes en un territorio. Será por la urgencia del momento –en Iraq los cristianos han pasado del millón en 2003 (antes de la guerra de Bush) a los actuales poco más de 200.000–, será por la estrecha red de relaciones personales con todos los líderes religiosos que Bergoglio ha establecido en estos años de pontificado, o será por Bari, la más ecuménica de las ciudades italianas que custodia las reliquias de san Nicolás. El caso es que el milagro ha sucedido y la iniciativa del pontífice podría no quedarse en un evento aislado.

De hecho, como Francisco ha repetido varias veces, en la sangre de sus mártires –más que en las reflexiones o en los tratados políticos– es donde los cristianos pueden reconocer mejor su unidad. Vivimos una época que el recientemente desaparecido cardenal Tauran no dejaba de calificar como amenazada no por “un choque de civilizaciones sino más bien por un choque de ignorancias y radicalismos” que impiden la paz, que dificultan el conocerse y el reconocerse.

Pero algunas mentes mal intencionadas han destacado que en Bari se han visto pocos “líderes”. Muchos delegados pero ningún jefe de verdad. El hecho es que nunca como ahora ha tenido que afrontar el cristianismo eso que san Pablo llamaba la esclavitud de los “stoikeia tou cosmou”, los elementos del mundo, es decir, todos esos factores culturales que se proponen determinar la identidad del Yo antes que la fe. San Pablo pensaba en los planetas y en los astros, de los que los hombres hacían derivar su propio destino a través de los horóscopos. Hoy son en cambio los nacionalismos, los distintivos de etnia, género y rol social los que vienen a invalidar la experiencia personal de los creyentes, insinuando la sospecha de que el ser de un país, hombre o mujer, empleado o en paro, resulta mucho más determinante para la persona que el reconocimiento de Cristo presente.

La cuestión es más urgente que nunca, ¿qué es lo más determinante en este momento histórico? ¿Qué factor es el que expresa más quién soy yo? ¿Qué es lo que más “pesa” en mi manera de afrontar la realidad? Hay toda una generación de cristianos que sostiene, implícita o explícitamente, que lo que hoy decide quiénes somos es la pertenencia a una patria o las circunstancias que vivimos, como si pesara mucho más el ser rusos, franceses, o el vivir solos, que el ser hombres salvados. La experiencia de la fe es débil porque no incide en la conciencia del yo, sigue siendo como algo añadido a lo que hace de mí lo que Yo soy, haciendo así que el determinismo sea más letal para la fe incluso que el relativismo.

De hecho, por este determinismo se entiende que la fe no basta ante los problemas del mundo, que compete a las decisiones de la política “poner en orden la historia”, perdiendo completamente de vista quién es el verdadero “protagonista de la historia”. Necesitamos una experiencia tan familiar de la presencia de Cristo que un hombre, un occidental de nuestros días, pueda llegar a reconocer su propio Yo como coincidente con un Tú que lo hace. Sin este “descubrimiento radical” siempre acabarán prevaleciendo otros factores, otros cálculos, otros intereses. Mientras los cristianos mueren en Oriente Medio. Y la fe se reduce a una peligrosa ideología a la que un hombre vestido de blanco trata de responder con la sola arma del Evangelio.

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