´El pacto entre PP y Ciudadanos podría funcionar bien´
Es un hombre de la Transición. Él habla de las “transiciones”. Ha publicado hace unas semanas ´Memorial de transiciones (1939-1978). La generación de 1978´ (Galaxia Gutemberg). Unas memorias de un tiempo que parece cada vez más lejano. Fue ministro y hombre de confianza con Adolfo Suárez. Ahora pide reformas en la ley electoral y en la Constitución. No tiene nada claro que estemos todavía en un cambio de ciclo.
En el final de su libro asegura que es normal que haya descontento entre las nuevas generaciones hacia el sistema político actual. ¿Por qué es normal ese descontento?
Mi Memorial de Transiciones es en cierto modo una crónica de la Generación de 1978, principal autora de la gran Transición. Los nacidos después de 1978 se encontraron con un sistema ya establecido y hecho: el de la democracia pluralista parlamentaria dentro de un Estado autonómico, como algo natural y normal. Luego han padecido las consecuencias de la crisis económica y moral actual, con las secuelas de paro y corrupción muy altos. Es normal que desde su perspectiva generacional estén descontentos con lo que recibieron y quieran poner su propia impronta en la convivencia entre españoles. Es ley de vida: los nuevos que llegan ponen en tela de juicio lo que reciben de sus padres, sea bueno o malo, lo cambian y añaden algo, malo o bueno, que también será modificado por los siguientes.
Termina sus memorias preguntándose por la conveniencia de una reforma de la ley electoral y de la Constitución. ¿En qué términos podría producirse esa reforma?
La actual ley electoral se preparó para ser usada una vez pero se ha perpetuado. Su reforma debería ser consensuada. Para el Congreso el sistema electoral se debería acercar al alemán combinando un voto genérico a un partido, sumando el resultado total en toda España, con otro del mismo elector muy singularizado referido a personas, en circunscripciones más pequeñas que las actuales, desterrando las listas cerradas y bloqueadas que hoy nos aquejan. Partidos que sacasen menos del 5% en el conjunto de España no tendrían representación parlamentaria. Para el Senado la reforma habría de ser competencial a la par que electoral, para conseguir una verdadera Cámara de representación territorial y no una fotocopia del Congreso.
La reforma de la Constitución, siempre por consenso, podría abarcar, sin duda, el título VIII sobre articulación territorial. Es difícil imaginar cómo. Pero yo sugeriría un sistema autonómico (o federal) con menos pero más potentes autonomías (no veo gran fundamento para las uniprovinciales), una vinculación sólida pero singular para el País Vasco y Cataluña, sin reconocimiento de un derecho unilateral de secesión y un sistema justo de redistribución de los recursos públicos que garantice la igualdad básica entre los españoles.
También habría que reformar el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional para remediar los defectos que se han identificado y por supuesto, como ya he dicho, el Senado. Habría otros puntos, como la sucesión en la Corona, profundización de derechos fundamentales, compatibilidad de los apegos y estructura democrática de los partidos… Mucho tajo, mucha dificultad. ¡Ah! Y ni un paso atrás en la libertad de expresión. Todo eso cabe hacer. Lo que no hay que hacer es una nueva constitución y tirar esta a la basura. La de 1978 es una gran Constitución.
Cuando se acabó el ciclo de la UCD apareció el PSOE. Cuando se acabó el ciclo del PSOE apareció el PP. ¿Se ha acabado el ciclo del PP? ¿Cuál puede ser el recambio?
Cuándo empiece o termine un ciclo histórico se sabe a clavo pasado. Como escribió Hegel, el búho de Minerva alza el vuelo en el ocaso. UCD, PSOE y PP, en realidad, pertenecen al mismo ciclo, con sus alternancias. Este ciclo se puede prolongar aún con un mero recambio. O puede apuntarse ya un cambio de ciclo, de verdad, y abrirnos a un tiempo nuevo. Este proceso puede llevar años. El sistema de la Restauración canovista y la Constitución de 1876 estaba en crisis ya en 1900 y aguantó con estertores hasta la dictadura de Primo de Rivera.
Parece que no vamos a tener mayorías claras después de las elecciones. ¿Qué consecuencias podría tener que el PP se viera obligado a pactar con Ciudadanos?
Hablan muchos del fin del bipartidismo, de igualdad aproximada de resultados entre cuatro partidos –PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos–, etc. pero queda aún mucho partido por jugar y la regla d’Hondt seguirá primando mucho al partido que salga primero y bastante al segundo; bajará no poco al tercero y mucho al cuarto. O sea que es pronto azaroso hacer predicciones. Me parece claro que los partidos necesitarán un máster de pactismo y buenas maneras. Uno de esos pactos –no el único posible– sería ese entre PP y Ciudadanos, que podría funcionar bien.
¿Hay que temer la formación de ´frentes populares´?
A mí no me gustan los “frentes”, porque soy un centrista incorregible. No me gusta que los políticos hagan frentes entre sí –sean populares o impopulares– ni que se vayan al frente unos contra otros. Yo estoy por la cooperación y por la búsqueda de la concordia entre los discordantes. Solo muy a favor de hacer frente común contra la desvergüenza, la granujería y la corrupción.
¿Qué hace falta en España para retomar la ´conversación nacional´ que se produjo durante la Transición?
Es esencial retomar la conversación entre españoles en forma de diálogo en el que las partes se escuchan, se reconocen en su dignidad y se respetan. Diálogo entre Comunidades Autónomas, entre generaciones, entre mayorías y minorías, entre izquierda y derecha… Hay que reconstruir una narrativa y una memoria comunes y me atrevo a decir, como en mi Memorial de Transiciones, un “ordo amoris”. He falta aprender a compatibilizar los distintos apegos.