El otro

Cultura · Vicente A. Morro López
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2 octubre 2014
Si miramos al otro como quien realmente es no podemos desear su mal. Y esto es significativo también en la cuestión del aborto. Precisamente no “mirar” al otro, al embrión, al feto, como lo que es realmente es uno de los factores que han contribuido a lo que Julián Marías denominó «la aceptación social del aborto», convertida para él en lo más grave, «sin excepción», ocurrido en el siglo XX. Hoy en día, el seno materno es uno de los lugares más peligrosos del mundo para el ser humano porque se ignora, se evita, se esconde la realidad del feto: un ser humano vivo, distinto de su padre y su madre, aunque esté temporalmente albergado en su seno. Por eso es falso, también especialmente como justificación del aborto, el slogan “mi cuerpo es mío”. «Mostrar al no nacido como el niño humano que es, para que entre por los ojos que es uno de los nuestros, uno como nosotros… Para recuperar la cultura de la vida, mostrar al niño no nacido…». A esto nos invita Benigno Blanco, Presidente del Foro de la Familia, en su libro “En defensa de la familia”.

 El Rector de la Universidad San Dámaso de Madrid, Javier Prades, intervino hace poco en las Jornadas Sociales Católicas Europeas. En su intervención se refirió al valor de la antropología cristiana para la construcción de una nueva Europa, en la que el otro sea considerado un bien y no un enemigo o un objeto. En un momento de su intervención señaló que «el otro ser humano es siempre un bien. Lo es en sí mismo y lo es para nuestra vida. La persona humana es un fin en sí misma, y lo es en todos sus niveles: el biológico-somático, el emocional y el espiritual.»

¡Qué diferente este planteamiento de aquellos que solo ven al otro como un objeto, como un medio para conseguir los propios fines, para satisfacer los propios deseos! ¡Qué diferencia, también, con quienes ven al otro siempre como un enemigo, como un problema, como un obstáculo para la propia “felicidad”! El ‘otro’, «la mirada del otro» como decía Sartre, se convierte en el infierno para mí, si sólo pienso en mí mismo.

El hombre, alejándose de Dios, ha dejado de ser hermano para su prójimo y se ha convertido en lobo, en enemigo, en competidor, en ‘otro’ y otro que me molesta y me fastidia.Me molesta porque me obliga a salir de mi mismo si quiero tratarlo como en justicia se merece, como un igual. En estas actitudes se hace, tristemente, realidad la expresión de Tito Maccio Plauto (254-184 a.C.) en su obra Asinaria, «lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit» («Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro»), popularizada por Thomas Hobbes, filósofo inglés del s. XVII. Esta es, precisamente, la clave: saber –conocer- quién es el otro, que no es un qué, un algo, sino un alguien, otro como yo. Mirarlo, conocerlo, ‘saber’ su verdad.

Si miramos al otro como quien realmente es no podemos desear su mal. Y esto es significativo también en la cuestión del aborto. Precisamente no “mirar” al otro, al embrión, al feto, como lo que es realmente es uno de los factores que han contribuido a lo que Julián Marías denominó «la aceptación social del aborto», convertida para él en lo más grave, «sin excepción», ocurrido en el siglo XX. Hoy en día, el seno materno es uno de los lugares más peligrosos del mundo para el ser humano porque se ignora, se evita, se esconde la realidad del feto: un ser humano vivo, distinto de su padre y su madre, aunque esté temporalmente albergado en su seno. Por eso es falso, también especialmente como justificación del aborto, el slogan “mi cuerpo es mío”.

«Mostrar al no nacido como el niño humano que es, para que entre por los ojos que es uno de los nuestros, uno como nosotros… Para recuperar la cultura de la vida, mostrar al niño no nacido…». A esto nos invita Benigno Blanco, Presidente del Foro de la Familia, en su libro “En defensa de la familia”.

Después de proclamar que «la guerra es una locura», el Papa Francisco dijo en la homilía de la Eucaristía celebrada en el cementerio militar de Redipuglia, recordando el comienzo de la Primera Guerra Mundial y a los caídos en esa y en todas las guerras, que «todas estas personas, cuyos restos reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños… pero sus vidas quedaron truncadas. La humanidad dijo: “¿A mí qué me importa?”… Para ser honestos, la primera página de los periódicos debería llevar el titular: “¿A mí qué me importa?”. En palabras de Caín: “¿Soy yo el guardián de mi hermano?”» Esta es la actitud de quienes ignoran al otro, de quienes no quieren mirarlo: no me importa quién es el otro ni lo que le suceda, no es mi problema.

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