Entrevista a María Elosegui Itxaso, catedrática de Filosofía del Derecho

´El origen de los nuevos derechos es justo, la solución no´

Mundo · Fernando de Haro
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19 mayo 2014
Creo que muchas de las críticas de los movimientos feministas a favor de la igualdad son acertadas, si bien no comparto algunas de las soluciones que se proponen. La superación del modelo desigualitario (diferencia sin igualdad) se podría hacer desde el modelo marxista-feminista (igualdad sin diferencia) o desde otro modelo, que he denominado de corresponsabilidad entre mujeres y hombres, que defiende la igualdad junto con la diferencia.

Europa está a la cabeza del desarrollo de los que se han llamado nuevos derechos. Nuevos derechos que empezaron a proclamarse en los años 70 y que quieren dar respuesta a múltiples deseos subjetivos. Hablamos de aborto, matrimonio homosexual y un largo etcétera. ¿Cuál es la raíz de este afán por proclamar nuevos derechos?

Quizá le sorprenda un poco mi respuesta o no esté en la línea de lo que usted esperaba, pero si me permite ser sincera parte de la reivindicación de estos derechos tiene sus raíces en el hecho de que el modelo de relaciones no igualitario entre mujeres y hombres era ya insostenible. Creo que muchas de las críticas de los movimientos feministas a favor de la igualdad son acertadas, si bien no comparto algunas de las soluciones que se proponen. La superación del modelo desigualitario (diferencia sin igualdad) se podría hacer desde el modelo marxista-feminista (igualdad sin diferencia) o desde otro modelo, que he denominado de corresponsabilidad entre mujeres y hombres, que defiende la igualdad junto con la diferencia.

¿Es el más acertado, no?

Sí, considero que es el más acertado. En los países de la Europa continental hay una mezcla en la asunción simultánea en un mismo ordenamiento jurídico del modelo segundo, que es parte de la herencia del marxismo y del liberalismo, junto con el modelo de corresponsabilidad, especialmente a través del derecho comunitario y de las legislaciones nacionales. Concretamente se han incorporado normas jurídicas que responden al modelo antropológico de la corresponsabilidad, persiguen la igualdad real e intentan respetar las diferencias biológicas entre la maternidad y la paternidad. Critican con procedimientos legales las rémoras sociales en las que se detectan discriminaciones contra las mujeres o de los varones por asumir sus responsabilidades familiares. Se protege al trabajador padre, se tiene en cuenta que la conciliación entre vida familiar y laboral no atañe sólo a las mujeres, se sanciona el despido de las trabajadoras por su maternidad, etc. Como contraste y paralelamente, la sociedad europea, también en su normativa, ha introducido, especialmente a través del derecho sanitario, el modelo segundo, que pretende construir una identidad sexual a voluntad, que no quiere respetar las exigencias derivadas de la sexualidad biológica.

¿Pero no hay algo de espejismo en estos nuevos derechos?

Yo diría que más bien hay mucha confusión de conceptos y realidades en muchos sectores, tanto los que defienden determinadas posturas extremas del modelo segundo, como de otros que pretenden seguir en un inmovilismo en algunas posturas trasnochadas del modelo machista. Hay que distinguir lo que es sustantivo en la sexualidad y que debe respetarse frente a roles machistas que son culturales y que deben de reformarse. Hay que crear un nuevo estado de bienestar innovador en las tareas de cuidado.

Por un lado, hay cuestiones que dependen de la naturaleza humana y no van a cambiar. Hay que llevarse bien con los propios cromosomas. Por otro, la introducción de las nuevas técnicas de reproducción asistida ha llevado a problemas fácticos cuyas consecuencias el derecho debe de intentar resolver de la manera más justa posible para las personas implicadas, hijos de reproducción asistida, hijos de personas separadas y/o divorciadas, hijos de personas que cambian su identidad sexual, etc. Otra clave está en la educación sexual de los adolescentes y adultos no sólo en materias de control de la sexualidad, sino en cuestiones psicológicas sobre las diferencias entre hombres y mujeres, en la asunción de sus futuras responsabilidades familiares, etc. Por último, hay problemas que hay que estudiar de un modo riguroso y académico, como los relacionados con la construcción compleja de la identidad sexual. Hay que ver las causas reales de determinadas situaciones sin manipular la ciencia y proponer soluciones adecuadas. Ni manipularlos sectariamente desde determinadas ideologías, ni estigmatizarlos con generalizaciones porque detrás hay personas concretas que sufren.

Europa nació en torno a palabras como persona, trabajo, progreso y libertad. Sin embargo los fundamentos de esas palabras cada vez están más diluidos. ¿Qué ha sucedido?

Han sucedido muchas cosas, pero algunas de ellas son positivas. Si me permite, comenzaré posicionándome como profundamente europeísta, soy fan de Europa. Las ideas de persona, trabajo, progreso y libertad están profundamente arraigadas en los Estados de Derecho y en las constituciones de los países de la Unión Europea (excluyo todavía Rusia y sus antiguos países satélites). Quienes han nacido en una democracia, como mis alumnos por ejemplo, no se dan cuenta de que vivimos en una situación privilegiada. Por mi trabajo conozco directamente más de cuarenta países del mundo, he asistido como experta a varios foros internacionales de Naciones Unidas y del Consejo de Europa, en los que he tratado con personas de todos los países. Mi propia experiencia me permite afirmar que en Europa disfrutamos, a pesar de la crisis económica, ética y política, de un Estado de Derecho, de instituciones públicas consolidadas, de un bagaje de valores en los servicios públicos y sociales que no son comparables con otros continentes como África o Latinoamérica, donde la corrupción está generalizada, no existe ni un mínimo de seguridad jurídica, ni de seguridad ciudadana, la policía y el poder judicial están comprados, etc.

Pero no se ha respondido de un modo adecuado a la crisis económica.

No dejo de lado los problemas que ha suscitado la crisis económica, cuyas causas no podemos afrontar en esta entrevista, pero en cualquier caso hay que aprender varias lecciones, como la recuperación de la responsabilidad del individuo y la ética personal de todos los implicados. Me especialicé en un momento determinado en el pensamiento de la Ilustración escocesa y en el pensamiento de Adam Smith, pero no comparto su idea de que haya una mano invisible que mueve la economía. Detrás de todo se esconden responsabilidades individuales, aunque es cierto que en la actualidad debido al uso de las nuevas tecnologías, como internet, a los fenómenos de tomas de decisión tan rápida en los mercados, a la informatización, al uso hasta de los drones, sea más difícil señalar las responsabilidades individuales. El que sea más difícil demostrarlas no significa que los responsables últimos de lo que ocurre no lo sean personas con nombre y apellido, exceptuando sólo algunas de las catástrofes naturales, que escapan del control humano.

La responsabilidad está claramente relacionada con el valor del trabajo.

He pasado más de cinco años trabajando en universidades europeas, fuera de España, y dos de ellas eran de cultura calvinista y luterana respectivamente, la Universidad de Glasgow y la Universidad de Christian-Albrechts en Kiel, Alemania. Quizá estoy influida por esos virus, no lo sé. Lo que tengo claro es que la cultura del trabajo es esencial y que sigue estando muy presente en la mayoría de los países europeos. Trabajamos mucho y bien. Hay todavía muchísima educación y civismo, también entre la mayoría de la gente joven. No hemos perdido hábitos bastante arraigados como la disciplina, el respeto a las instituciones públicas, la educación, etc. Hay sectores marginales que no respetan esas pautas, pero no son ni mucho menos la mayoría de la población. Existen dificultades que plantea la inmigración de personas de otras culturas en las que no existen esos valores. Hay una gran tarea educativa por realizar y ese peso lo están llevando los profesores de primaria, secundaria, el personal sanitario, los trabajadores sociales, pero no debemos confundir ese hecho, real, con las afirmaciones genéricas de pérdida de valores cívicos por parte de toda la población europea.

En el centro del proceso de construcción de Europa está la experiencia de libertad. Ratzinger denunciaba hace algunos años que la lucha contra la discriminación se ha ensanchado tanto que ha surgido un dogmatismo que se ha vuelto en contra de la libertad.

En la sociedad europea nos enfrentamos a nuevos retos que requieren también nuevas soluciones reflexionadas. Desde enero de 2013 formo parte como experta independiente de la Comisión Europea contra el racismo y la intolerancia del Consejo de Europa (ECRI). En ese organismo examinamos la situación del respeto a los derechos contemplados en el Convenio Europeo de Derechos Humanos en los 47 países europeos miembros de dicho organismo internacional. Uno de los problemas patentes es el uso de la libertad de expresión y sus límites. No se puede usar la libertad para insultar al otro. La tradición jurídica europea ha establecido que no existe una prioridad absoluta de la libertad de expresión frente a otros derechos como el de la dignidad de los demás, el derecho a la fama, al honor, a la intimidad, a su privacidad.

En esto la construcción de la jurisprudencia de los tribunales constitucionales europeos, y especialmente la doctrina jurídica alemana está marcando unas pautas y unos límites. La cultura europea difiere bastante de la jurisprudencia estadounidense en la que se prioriza la libertad de expresión. Europa se mueve indudablemente entre contradicciones. No sé si su pregunta está más dirigida al hecho de que hay cosas que no se pueden criticar porque su crítica se ha convertido en un tabú, como por ejemplo, expresar puntos de vista sobre determinadas cuestiones morales controvertidas, como la familia, el aborto, el matrimonio, mientras que se permite criticar a todos aquellos que tengan convicciones religiosas (cristianofobia, islamofobia). En este sentido, merece la pena destacar que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos otorgó amparo a la reclamación de la azafata Eweida (británica cristiana copta) contra la compañía de vuelo British Airways por haberle expulsado del trabajo durante cinco meses porque no quería quitarse el crucifijo que llevaba junto con el uniforme, cuando la compañía permitía la adaptación del uniforme a empleadas de otras religiones como los siks y los musulmanes. La compañía había rectificado sus códigos de vestimenta al poco tiempo y aceptó a Eweida con su crucifijo. Por otro lado, también en el Consejo de Europa se está trabajando sobre el concepto del discurso del odio para marcar límites a la libertad de expresión, cuando incite al odio racial o religioso, o a la violencia. Remito al manual publicado por el Consejo sobre el discurso del odio, cuya autora es Anne Weber.

Todo esto nos lleva a la cuestión de la justicia. En el Bundestag Benedicto XVI aseguró que la cuestión de determinar qué es justo e injusto no ha sido nunca fácil, pero que en Europa se ha hecho especialmente complicado ¿Por qué?

El Papa se refirió en definitiva a lo que muchos filósofos como Hannah Arendt, Viroli, Leo Strauss, denominan el humanismo cívico. Si nos referimos concretamente a Europa para mí la raíz de esa crisis se sitúa en mayo del 68 y en la crisis del postconcilio en la Iglesia Católica, y no tanto en la actual crisis económica. Quizá tenga alguna relación indirecta en la pérdida de la ética personal y en hacer una economía de espaldas a la ética. Por otro lado tampoco es nada nuevo, en el sentido de que en todas las épocas hay crisis de ideas y que la lucha entre definir lo justo y lo injusto es algo intrínseco al ser humano. Por otra parte, la búsqueda de soluciones justas, incluso para quienes defienden una justicia objetiva, se debe hacer atendiendo a través de la virtud de la prudencia a las circunstancias concretas del caso. Se debe aplicar la ley ética general al caso concreto.

¿Pero no se ha perdido tensión ideal?

La situación actual europea es diferente a la de épocas anteriores desde el punto de vista político, geoestratégico, y a su papel en la esfera mundial. Los equilibrios de poder hoy son muy diferentes desde la caída del muro de Berlín, el protagonismo bélico de Estados Unidos que no obedece ya a ninguna ley internacional (tampoco Rusia), los países económicos emergentes como China y Brasil, los intereses económicos y geoestratégicos en Oriente Medio, en el Máshrek y en el Magreb, la primavera árabe, la globalización de los mercados, etc. En todo ello, y a pesar de las múltiples hipocresías de occidente y de Europa en sus relaciones internacionales, su absoluta falta de ética en poner y deponer dictadores, en vender armas a países terceros, en alimentar los conflictos según sus intereses en los recursos de esas zonas, en respetar los acuerdos internacionales cuando le conviene para actuar con la fuerza y en desobedecerlos en otros, en que la sociedad civil de esos países le importe bastante poco, etc. A pesar de todo ello Europa sigue teniendo un rol o un papel esencial en la defensa de los derechos humanos y de la democracia y el Estado de Derecho, puede hacer de puente entre la Europa central y la Europa del Este, tiene quiera o no una relación y una obligación moral con sus antiguas colonias, sigue siendo el lugar de llegada de la inmigración de muchos países, y forman parte de ella ya personas venidas de países terceros, que han adquirido una nueva nacionalidad. Por todo ello, considero que con sus propias crisis, perplejidades y contradicciones indudables, Europa seguirá teniendo un papel insustituible como defensora y garante de los derechos humanos dentro y fuera de sus fronteras.

¿Puede la ley frenar el fenómeno de la destrucción de lo humano que se está produciendo en Europa?

No soy de la opinión de que se esté produciendo una destrucción de lo humano en Europa, sino que se entremezclan muchos avances con otros retrocesos o con nuevos cambios sociales para los que hay que buscar nuevas soluciones. Hemos heredado una historia, pero no podemos cambiar el pasado, como mucho debemos conocerlo para aprender de él, pero lo que tenemos en nuestras manos es construir el presente y hacer el futuro.

¿Qué valor tiene la ley para sostener una determinada antropología?

La ley o el derecho en sí mismo se basa ya en determinadas antropologías. Hay una relación clarísima entre derecho y ética, con sus ventajas y sus inconvenientes. Las leyes no son neutrales sino que contribuyen a priorizar un tipo de valores sobre otros. Los sistemas jurídicos no son absolutamente coherentes, sino que se van haciendo a través del proceso democrático, de manera que van reflejando las opiniones de los ciudadanos y de los partidos políticos que ellos eligen. El legislador, como nos gusta nombrarlo a las personas de derecho, no es un ente abstracto, son las múltiples personas que van tomando decisiones en los Estados democráticos. Estas son tomadas no sólo por los parlamentos y los partidos políticos, sino por miles de profesionales, técnicos, expertos, funcionarios de carrera, que forman parte de todo el entramado de las instituciones y administraciones públicas, de la sanidad, de la educación, de los servicios sociales. Es una cuestión de educarnos en la ética pública y en la deontología profesional. Todos los ciudadanos debemos contribuir y responsabilizarnos en que las leyes contribuyan a la dignidad de la persona. Pero hay muchas respuestas válidas, siempre que respeten el meollo de esa dignidad. Yo no estoy de acuerdo con la afirmación inicial de su pregunta.

Habermas proponía hace algunos años que Europa tuviera, al elaborar sus leyes, un “proceso de argumentación sensible a la verdad”. ¿Cómo puede tenerse en cuenta esa indicación?

Es imprescindible enseñar a los ciudadanos a usar la argumentación racional a la hora de elaborar las leyes. Para ello también es necesario implicarse activamente en la elaboración de la legislación con propuestas concretas. Eso requiere implicarse en trabajar por el bien común, abandonar la comodidad del sillón, sacrificar nuestro tiempo libre y nuestro ocio, y no dedicarse sólo a protestar y criticar lo que hacen los demás, y estar donde se hacen las leyes. Para ello en esa búsqueda de soluciones justas y posibilistas debemos aprender a dialogar con argumentos racionales, en los que discutamos ideas, y no nos centremos en criticar las vidas personales de los adversarios, con independencia de que debemos exigirles una integridad ética no sólo pública, sino también personal. El diálogo exige un proceso de intercambio riguroso de puntos de vista, entre personas que pertenecen a grupos de diferente origen y diversa tradición política, étnica, cultural, religiosa y lingüística, en un clima de apertura, comprensión y respeto mutuo. Creo que en el Parlamento europeo se trabaja más en común por sacar proyectos conjuntos en la Unión Europea que en el Parlamento nacional español o en los parlamentos autonómicos, donde prima es llevar la contraria al que no es de mi partido diga lo que diga; “al enemigo ni agua”, “no te daré nunca la razón aunque la tengas”. Este modo de hacer política lo encuentro absurdo y deplorable: me refiero a la exigencia de militancia ciega, más allá de toda racionalidad y de búsqueda de la justicia o del bien común.

La educación en una cultura democrática supone educar en las siguientes destrezas: apertura de espíritu, voluntad de diálogo, dejar a los demás que expongan sus puntos de vista (aprender a discutir), capacidad de resolver los conflictos por medios pacíficos, la actitud de reconocer los argumentos bien fundados del otro, evitar los estereotipos y las falacias en la vida pública y en el discurso político. El libro de Habermas “Entre naturalismo y religión”, así como el de Charles Taylor sobre “Laicidad y libertad de conciencia” podrían ser libros de cabecera, sumados al de Ratzinger titulado “Fe, verdad y tolerancia”, o el de Juan Pablo II “Memoria e identidad”.

En Europa se multiplican las llamadas a reconocer el valor de una sociedad multicultural. ¿Cómo compaginar pluralismo y respeto a las tradiciones más consolidadas?

Como reflejo en mi libro sobre “El derecho a la identidad cultural en la Europa del siglo XXI”, la vía adecuada que permite compaginar pluralismo con el respeto a las tradiciones es el interculturalismo, tal y como se refleja por ejemplo en el libro blanco sobre el Diálogo Intercultural del Consejo de Europa. El modelo intercultural se apoya en el reconocimiento de los derechos humanos universales, reconocidos en los instrumentos jurídicos internacionales de Naciones Unidas y del Consejo de Europa. Muchos países tienen una cultura mayoritaria dominante, y es lógico que la construcción de la nación esté impregnada de esa cultura, de unas tradiciones y responda a un contexto histórico. Desde la tesis aquí defendida de la interculturalidad, esto en sí no es un hecho negativo, con la condición de que se afronte con transparencia y se incluya a las otras minorías. La misma lógica es aplicable a aquellas regiones con una identidad más definida, siempre que sus políticas sean inclusivas y no caigan en un etnicismo excluyente. Desde el modelo que yo he defendido, que llamo “Republicanismo intercultural”, los Estados y regiones tienen derecho a construir en sus territorios un entramado de instituciones y lenguas comunes, siempre que respeten las siguientes reglas, que al mismo tiempo son características del modelo intercultural: los medios para integrar en los valores constitucionales deben respetar la libertad de los individuos y no ser coercitivos; se debe uniformar el espacio público sólo en lo imprescindible y en cuestiones sustantivas relacionadas con los derechos y libertades constitucionales; se debe permitir ejercer las libertades políticas y la crítica al propio Estado y a la cultura dominante; los criterios para tener la nacionalidad de un país deben basarse en el respeto a las leyes y a la Constitución y no en criterios raciales, étnicos o religiosos; las condiciones para la adquisición de la nacionalidad deben basarse en requisitos de admisión claros, reglados jurídicamente y uniformes en todo el país; el modelo intercultural permite respetar las tradiciones culturales mayoritarias o dominantes, pero excluye anteponer una meta política o una lengua si esto se realiza a costa de incumplir con los valores cívicos, constitucionales y los derechos humanos protegidos en los Tratados Internacionales; se deben de reconocer los derechos de las minorías tanto autóctonas como extranjeras que pertenecen al propio Estado.

Para entender la situación contemporánea de los países y de Europa es imprescindible conocer y profundizar en la historia, con datos rigurosos, académicos y científicos. No manipulada por intereses partidistas de unos y de otros. La tradición, las raíces y la historia son claves en la construcción de la identidad de los ciudadanos europeos. Pero de todos modos, tampoco la tradición es una momia fosilizada, sino que va evolucionando positiva y negativamente. En ocasiones hay tradiciones que han justificado la discriminación y el racismo y que deben ser cambiadas.

Cuando la multiculturalidad es multiculturalismo suele venir acompañada de una indiferencia hacia el otro. La multiculturalidad y el respeto y la estima por el otro no siempre van juntas.

Precisamente en Europa, a raíz de los acontecimientos históricos de las dos guerras mundiales que marcan nuestra situación actual, y posteriormente con la desmembración de la República Socialista Soviética, hemos vivido sucesivas evoluciones en este sentido. Voy a referirme ahora a los propios ciudadanos europeos y no a los inmigrantes provenientes de países terceros. Entre 1870 y 1945, en el apogeo del Estado-nación predominó la idea de que todos los individuos que vivían en el interior de las fronteras del Estado debían asimilarse al modelo de vida dominante. En un segundo momento, a raíz de los desplazamientos de minorías europeas, producidos por los cambios de fronteras después de la segunda guerra mundial, nació una actitud multicultural, que suelo denominar de multiculturalismo cerrado, que intentaba respetar a esas minorías, permitiéndoles seguir sus costumbres o su religión, pero en un mundo aparte y en paralelo a la cultura mayoritaria. Eso se agudizó con la caída del telón de acero y el colapso de la República socialista soviética y la caída de los gobiernos totalitarios dominados por la órbita soviética.

Por todo ello, la Declaración de Opatija, realizada en Croacia en el año 2003 por el Consejo de Europa, rechazó ese modelo de un multiculturalismo cerrado que divida a la sociedad en cultura mayoritaria frente a unas culturas minoritarias simplemente toleradas porque esto propicia la segregación y la incomprensión mutua. Se corre el peligro de destacar los derechos de los grupos o de los colectivos y de no proteger suficientemente los derechos individuales. Es lo que estamos viviendo ahora mismo con la situación de las minorías rusas en Ucrania y de las minorías ucranianas en Crimea, o de los tártaros que son musulmanes y se ven amenazados. De hecho han comenzado a abandonar el país. Los problemas entre los armenios y los georgianos y otras zonas colindantes son también múltiples por razones históricas. Los países bálticos, Estonia, Lituania y Letonia, que son miembros de la Unión Europea, y que todavía están en vías de solucionar su nueva situación histórica y la integración de sus ciudadanos rusos, están bastante incómodos ante la actuación de Rusia.

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