El nuevo arzobispo de Nueva York: joven, educador y dialogante

Mundo · José Luis Restán
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24 febrero 2009
Timothy Dolan, de 59 años y actual arzobispo de Milwaukee, es el nuevo "arzobispo de la capital del mundo". Con una larga experiencia romana (fue rector del Pontificio Colegio Americano del Norte), Dolan ha mostrado sus dotes de pastor primero como auxiliar de San Luis, a la sombra del cardenal Justin Rigali, uno de los hombres fuertes del episcopado norteamericano, y después como arzobispo de Milwaukee a orillas del lago Michigan, donde tuvo que lidiar con la dura herencia de su predecesor en materias disciplinares y doctrinales.

Su trayectoria demuestra que sabe aunar la firmeza doctrinal con la suavidad en las formas, y que prima el trabajo educativo de fondo sobre las batallas públicas en torno a  los valores, aunque en este terreno sus pronunciamientos han sido siempre muy claros y en plena sintonía con el magisterio del Papa. Su designación para la sede de Nueva York demuestra que Benedicto XVI desea una inversión a largo plazo en la ciudad de los rascacielos, ya que se trata de un arzobispo joven que podrá trabajar con perspectiva de futuro.

A nadie se le oculta que la era Obama plantea a la Iglesia serios desafíos debido a sus anunciadas políticas en campos como la familia y la defensa de la vida, pero también en lo que se refiere al modelo de laicidad norteamericana tan alabado por Benedicto XVI, que empieza a verse seriamente cuestionado en la práctica por diversas medidas legislativas e intervenciones de los tribunales. Por todo ello, algunos observadores esperaban para Nueva York un arzobispo que mantuviese altos los decibelios de la dialéctica con la Casa Blanca. No ha sido ésa la opción del Papa, consciente de que el problema de fondo es más la debilidad interna que la hostilidad ambiental.

La elección de Dolan combina el deseo de mantener un espacio de diálogo con un Obama todavía ignoto en muchas materias, y la apuesta por la cohesión interna de la comunidad católica y la educación en la fe de las nuevas generaciones. Destaca la apertura con la que Dolan ha acogido a los nuevos movimientos en Milwaukee y su dedicación a generar un sujeto eclesial más consistente. Las macroestructuras escolares y caritativas de la Iglesia en los Estados Unidos, con todo su mérito y su historia a las espaldas, no pueden esconder serios problemas de formación y de presencia pública de un catolicismo que legítimamente ha buscado su lugar al sol, pero que a veces ha pagado un alto precio en cuanto a su identidad y su capacidad misionera.

Evidentemente esto no significa que la voz de los obispos, en cuyo coro sonará con especial timbre la de Timothy Dolan, deje de comparecer con fuerza en la escena pública. Pero el protagonismo católico en el debate público no requiere sólo voces episcopales contundentes, sino fortalecer la fibra espiritual, cultural y comunitaria del catolicismo en los Estados Unidos. Ésa será la prioridad del nuevo arzobispo neoyorkino.

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