El miedo nos hace vulnerables
Lukashenko, el penúltimo dictador soviético, nunca hubiera decidido por su cuenta acosar las fronteras polacas, las fronteras exteriores de Europa, utilizando migrantes, si no hubiera sido impulsado por el líder ruso. Cuanto más se empeña en negar que está detrás de lo que ha ocurrido en los últimos días en los fríos bosques cercanos a Bialowieza, más lo confirma. Putin utiliza el fantasma que desde 2015 recorre el Viejo Continente, el temor a una “invasión” de refugiados, para intentar desestabilizar a los 27. Ya lo hizo recurriendo con la desinformación en el intento de secesión de Cataluña en 2017. Lo hace habitualmente con Russia Today o Sputnik. Desde hace meses instrumentaliza con crueldad la esperanza de iraquíes, sirios, afganos, iraníes, en búsqueda de un futuro mejor.
Los conflictos de este siglo XXI cada vez se van a parecer más a lo que hemos visto estos días en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. No se enfrentarán en muchos casos ejércitos de dos Estados. Como en este caso, un país, agentes no estatales (organizaciones terroristas, de trata o de narcotráfico) recurrirán a las noticias falsas, los ciberataques, los sabotajes o los migrantes para desestabilizar a sus adversarios.
El “conflicto gris” de estos días se parece a los vividos en la frontera de España con Marruecos el pasado mes de mayo y al que tuvo lugar en la frontera de Grecia con Turquía en marzo de 2020. En los tres supuestos interviene un país al que la Unión Europea ha “subcontratado” el control de los migrantes. España, que acaba en las ciudades africanas de Ceuta y Melilla, depende para regular el flujo migratorio de que su vecino del sur decida mantener a raya a las mafias dedicadas al tráfico de personas. Es una dependencia definida por razones geográficas. En el caso de Turquía no es una cuestión geográfica, la dependencia es consecuencia de haber “contratado” los servicios de Erdogan en 2016 para mantener a raya a los refugiados de Oriente Próximo. No habría miles de personas pasando frío y en riesgo de muerte frente a la frontera polaca si el propio Erdogan no hubiera utilizado Turkish Airlines para abrir una extraña ruta migratoria.
Pero hay una diferencia entre lo sucedido el pasado mes de mayo en Ceuta y lo que está ocurriendo en la aldea de Kranica. En la ciudad española se podía hablar, aunque fuera metafóricamente, de una invasión de civiles. En pocas horas entraron en la ciudad española, que tiene una población de menos de 90.000 personas, 12.000 marroquíes engañados y utilizados por su gobierno. Los nuevos llegados representaban más del 13 por ciento de la población residente en una ciudad separada del resto de España por el Mediterráneo. Sin embargo, en lo que va de año han entrado por la frontera bielorrusa solo 6.500 personas, Polonia tiene 38 millones de habitantes y el conjunto de la Unión Europea, 500 millones. El dato de las llegadas por la extraña ruta del norte no resiste la comparación de las llegadas en lo que va de año por el Mediterráneo. Se han producido 55.000 por el Mediterráneo central, 40.000 por la ruta oeste y 50.000 por los Balcanes.
No estamos pues ante una crisis migratoria sino ante una crisis política. Putin, instrumentalizando cruelmente a relativamente pocas personas, puede intentar desestabilizar a la UE porque los europeos estamos atenazados desde 2015 por el pánico hacia los refugiados. Prueba de ello es que los 27 no se ponen de acuerdo para sacar adelante el nuevo Pacto Migratorio, presentado hace más de un año, que en realidad tiene objetivos muy modestos. El proyecto es un pacto de mínimos para aplicar soluciones a corto plazo. Aunque contiene elementos positivos, da un paso atrás respecto al acuerdo de 2015. Elimina, por ejemplo, las cuotas obligatorias de acogida que tan estrepitosamente fracasaron. Todo esto ocurre cuando Europa en los próximos 30 años va a necesitar, para mantener su sistema de vida, millones, muchos millones de nuevos trabajadores, que no va encontrar dentro de sus fronteras.