Entrevista a Mikel Azurmendi

´El manifiesto de CL sobre las elecciones es el papel que más necesitaba ahora´

España · Fernando de Haro
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7 junio 2016
El antropólogo Mikel Azurmendi valora en Páginas Digital el texto del manifiesto de Comunión y Liberación a propósito de la nueva convocatoria electoral para el próximo 26 de junio. Sobre cómo descubrir el bien que puede ser el otro, también en política, reconoce que “no lo sé. Ahora mismo es lo que más me gustaría indagar, pero seguro que el camino no es la ideología”.

El antropólogo Mikel Azurmendi valora en Páginas Digital el texto del manifiesto de Comunión y Liberación a propósito de la nueva convocatoria electoral para el próximo 26 de junio. Sobre cómo descubrir el bien que puede ser el otro, también en política, reconoce que “no lo sé. Ahora mismo es lo que más me gustaría indagar, pero seguro que el camino no es la ideología”.

¿Qué le ha sugerido la lectura del manifiesto?

Ha sido el papel que yo más necesitaba ahora mismo: llegar a saber que hay otros que también piensan que las ideologías democráticas las debemos negociar como artefactos culturales, como si fuesen religiones o sistemas simbólicos de mucho arrastre, y que casi todas ellas encierran algo de positivo para arreglar nuestra casa. Pero que, detrás de ellas, hay humanos y que es con éstos con quien hay que tratar de arreglar nuestra casa. Porque siempre merece la pena pararse a hacer un trato con otra gente que no piensa como yo, porque la casa es nuestra, de todos nosotros.

En el texto se habla de la necesidad de recuperar el valor del otro para fundamentar la convivencia. ¿Por qué cree que se ha perdido la evidencia de que el otro es un bien? ¿Qué razones históricas, sociales, políticas o antropológicas ha habido para que se produzca este proceso?

No solamente el otro es un bien, el otro es el único bien de cada uno tomado de uno en uno. En el comienzo de nuestra vida es el rostro del otro quien le ha mirado a uno: era nuestra madre, era nuestro padre, eran nuestros hermanos. Y luego eran los maestros y los colegas de clase y así, hasta hoy, en que son mi mujer, mis nietos, mis amigos, la gente, los inmigrantes y aquellos que no han tenido mi misma suerte de existencia. Todos ellos me han mirado y me han requerido que les atienda, que ellos son parte de mis obligaciones y que es así como yo obtendré su respeto. O sea, mi dignidad. Mi dignidad existe porque yo reconozco al otro y soy un otro para ese próximo.

Esta visión siempre la han aportado casi todas las religiones antiguas. Y eso está bien inscrito en las religiones del Libro. Lo cual no quiere decir que el humano siempre haya hecho caso a sus creencias y no haya sido cruel y despiadado con los demás.

Sin embargo es la ideología la que rompe ese ciclo de valorar al otro como su bien máximo. Para empezar, la Revolución francesa y la aceptabilidad social del terror de Estado. Desde entonces en el sistema cultural occidental se fabrican mapas sociales para crear conciencia colectiva donde el otro o es de los nuestros o es del enemigo. Estos mapas disfrazan los motivos del uso de la violencia y proyectan temores no reconocidos hasta expresar una nueva solidaridad intergrupal donde el otro, en tanto que rostro al que yo me debo, no pinta nada. Muy en nuestros días, la ideología liberal ha consentido con volver su mirada al rostro del otro y ha inventado los derechos humanos. Pero éstos no tienen al otro como eje de mi exigencia moral, sino que apuntalan el miedo que tengo yo de que el otro me vulnere y me impida ser yo.

¿Cómo se puede recuperar el valor del otro?

No lo sé. Ahora mismo es lo que más me gustaría indagar, pero seguro que el camino no es la ideología. En cualquier caso debe de tratarse de un camino de agradecimiento a la vida.

El manifiesto menciona como una referencia la Transición. ¿Lo es?

Eso parece, según lo afirman los pensadores que hoy yo más estimo. Durante la Transición yo no lo pensaba así, y era un hombre acercándome a los 40 tacos con un hijo en la escuela. Hoy pienso que el logro es muy aceptable, pero si hoy hay aquí comunismo, tardocomunismo populista y cierto izquierdismo revanchista dentro del propio socialismo se debe en buena parte a que aquella Transición fue interiorizada en la ciudadanía como algo fallido. Aunque fuese hipócritamente silenciado, ha terminado por aflorar en la siguiente generación que hoy ansía ganar la guerra civil perdida por sus padres. Nuestra democracia no ha sabido enseñar cuál fue el error de la II República y de la guerra civil. Por mi parte, creo que me equivoqué no participando en los comicios democráticos pero doy mi asentimiento a quienes afirman que aquello estuvo bastante bien hecho. Sin embargo, a gente como yo no nos han convencido de ello las instituciones sino el colmillo retorcido de los guerracivilistas.

Se propone, para recuperar el diálogo, hacer algo juntos. ¿Qué es lo que los españoles podemos hacer juntos en este momento?

Ante todo defender la Constitución y, desde ella, tratar de mejorarla cambiando lo que haya que cambiar. Debería, pues, haber un acuerdo básico entre partidos constitucionalistas. También se debería aceptar entre éstos que gobierne el partido más votado. Y hasta sería muy bueno acompañar en el Gobierno al partido mayoritario a poco que se pudiese converger en unos puntos mínimos de mejora del país: jubilaciones, sanidad y educación, por ejemplo. O sea, exigiríamos diálogo entre los partidos constitucionalistas.

Se habla de una política más humilde. ¿Le damos un papel demasiado relevante a la política?

La política debe ser siempre muy relevante en una sociedad democrática. Más que humilde esa política debería considerar al otro como adversario leal y no como enemigo. Y el otro debería mostrarse leal y no como un enemigo, mentiroso y faltón. Los políticos deberían decir siempre la verdad y buscarla. Una mentira o medias verdades deberían excluirle a uno de la política. La virtud más estimada para mí en un político es la vista puesta en el bien común sobre el que se le informe día a día al ciudadano. La razonabilidad del político es que sus demandas sean asequibles y lo razonable de la política democrática es no atropellar la opinión minoritaria sino escucharla y tenerla en cuenta.

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