Entrevista a Miguel Ángel Quintana

´El manifiesto de CL ha roto mi desconfianza, dice cosas nuevas´

España · Juan Carlos Hernández
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15 junio 2016
El filósofo Miguel Ángel Quintana, profesor de la Universidad Europea Miguel Cervantes, valora el manifiesto que Comunión y Liberación ha emitido con motivo de las próximas elecciones del 26-J.

El filósofo Miguel Ángel Quintana, profesor de la Universidad Europea Miguel Cervantes, valora el manifiesto que Comunión y Liberación ha emitido con motivo de las próximas elecciones del 26-J.

¿Qué valoración le merece la lectura del manifiesto?

Creo que todos, hoy en día, cuando nos ponemos a leer un manifiesto sentimos cierta aprensión. ¡Y más aún si es un manifiesto sobre cosas políticas! Estamos tan acostumbrados a oír palabras y palabras que es normal que cunda la desconfianza. ´¿Qué me querrá vender este?´, nos maliciamos; o en política nos asalta una pregunta aún peor: ´¿Cómo me querrá comprar este (el voto)?´.

Pero este manifiesto me ha gustado. Ha roto esa desconfianza mía previa pues dice cosas nuevas, que no estamos habituados a escuchar ni de los unos ni de los otros (o, como diría Unamuno, ni de los hunos ni de los hotros). No nos intenta vender nada. Y, además, el mismo manifiesto deja claro que lo que nos hacen falta no son más palabras, sino ponernos a hacer cosas juntos. Me encanta cuando nuestras palabras saben hacer eso, autorrefutarse un tanto y apuntar más allá de ellas mismas, como le pasó a Wittgenstein tras su análisis del lenguaje en el Tractatus o al Pseudo Dionisio cada dos por tres (por citar dos autores bien diferentes en todo lo demás).

En el texto se habla de la necesidad de recuperar el valor del otro para fundamentar la convivencia. ¿Por qué cree que se ha perdido la evidencia de que el otro es un bien? ¿Cómo se puede recuperar el valor del otro?

En mi humilde opinión, el problema (como bien apunta el propio manifiesto) reside en las ideologías. Estamos tan habituados a las ideologías que olvidamos que estas son un invento del siglo XIX y que bien podría existir una política no ideológica, aunque está claro que hoy por hoy no acertamos a imaginar cómo.

Las ideologías intentan dar explicaciones globales de todo lo que ocurre en una sociedad: economía, grupos sociales, religión, identidades nacionales, incluso cuestiones de género más recientemente. Una ideología fetén nos dice cuáles son todas las preguntas importantes y, ¡además!, cuáles son las únicas respuestas correctas para esas preguntas. A ningún antiguo se le hubiera ocurrido explicar todo todito todo lo que sucedía en su sociedad y esforzarse en convencer luego a cada uno de sus paisanos de esas explicaciones. A nosotros, los occidentales del siglo XIX en adelante, sí.

Lo más terrible es que a menudo ese empeño por lo ideológico ha invadido otras áreas de la sociedad. Mario Perniola tiene un libro muy interesante, por desgracia aún no traducido, ´Sul sentire cattolico´ (Sobre el sentir católico), en que denuncia cómo el propio catolicismo del siglo XIX, en su esfuerzo por oponerse a las ideologías, acabó adoptando por desgracia muchos de esos rasgos que he señalado antes (sobre todo, la obsesión por convertirse en un catálogo minucioso de preguntas y respuestas para todo). Y el catolicismo perdió así lo más interesante que tiene él, y muchas religiones (budismo, judaísmo, taoísmo…), que es su impulso para romper el corsé de las ideologías político-económico-sociales, por abrirse a algo diferente de nuestra obsesión por fijar quién debe mandar qué y a quiénes sobre qué asuntos.

En una política invadida por las ideologías, es normal que el otro no sea un bien: el otro es quien sostiene una ideología diferente a la mía, ¡el otro es un peligro para mi ideología entonces! Además, como las ideologías intentan explicarlo todo, para ello deben aspirar continuamente a un mundo cerrado, en que el todo ya se haya atrapado y fijado; y entonces el otro, el diferente, el que no cabe del todo en esa totalidad que me he inventado, resulta un tanto incómodo para mí. Tiene su lógica que el éxtasis de las ideologías haya terminado en Estados totalitarios y en exterminios del discrepante. Y la tiene también que los ideólogos no hayan sido casi nunca grandes intelectuales, ni los grandes intelectuales hayan sido casi nunca buenos ideólogos. A pesar de su similitud verbal, las ideas y las ideologías no se llevan bien, son cosas incluso en cierto sentido contrarias.

Se propone, para recuperar el diálogo, hacer algo juntos. ¿Qué es lo que los españoles podemos hacer juntos en este momento?

Puede parecer obvio, pero por desgracia no lo es: lo primero que hemos de hacer juntos los españoles es recuperar nuestra capacidad de hacer cosas juntos. A ese espacio para trabajar juntos los españoles se le llama, guste o no, España. Y ahí nos encontramos el primer problema, porque algunos no desean reconstruir esa capacidad de hacer cosas juntos que llamamos España, sino destruirla. Aun así, creo que hemos de contar con ellos, como ya se contó con los secesionistas en la Transición, pues se pueden hacer muchas cosas junto a ellos pese a todo; basta con que emprendamos con ellos cualquier tipo de cosas interesantes, menos una de las que más les pirra a ellos: destruir ese trabajo común, esa España que no es por supuesto una bandera o un himno o unos golpes en el pecho (nunca lo ha sido), sino un posible espacio de colaboración entre personas que tenemos unos vínculos evidentes.

Creo que otra cosa que podríamos intentar hacer juntos es reformar nuestra Constitución. Eso sí, habría de hacerse con un consenso no menor que el de 1978, pues sería absurdo pasar de una Constitución muy consensuada a otra más deficiente en este aspecto. Se trata además de un empeño este en el que, pase lo que pase, el resultado será positivo: si avanzamos hacia un consenso actualizado, ello será un gran logro de nuestra generación; si el consenso no es posible, entonces eso nos enseñará a apreciar algo más a nuestros padres constitucionales, que por muy de moda que esté ahora criticarlos, resulta que al menos sí fueron capaces de triunfar ahí donde nosotros ahora nos habríamos demostrado ya incapaces de llegar a buen puerto.

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