Entrevista a Alberto Galiana, director general de Educación

´El manifiesto de CL es muy esclarecedor: desmonta mitos´

España · Elena Santa María
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14 junio 2016
Alberto Galiana, director general de Educación de La Rioja, comenta para www.paginasdigital.es el manifiesto de CL sobre las elecciones. Galiana denuncia una cosificación del adversario y la debilidad de la sociedad civil.

Alberto Galiana, director general de Educación de La Rioja, comenta para www.paginasdigital.es el manifiesto de CL sobre las elecciones. Galiana denuncia una cosificación del adversario y la debilidad de la sociedad civil.

¿Qué le ha sugerido la lectura del manifiesto?

El manifiesto de Comunión y Liberación es muy esclarecedor, puesto que desmonta mitos comúnmente aceptados. Lo primero que llama la atención es su insistencia en que la persona está por encima de la ideología que profesa. Una de las causas de la enorme distancia que hoy en día nos impide el diálogo es la estrategia de “cosificación del adversario político”. No se trata de un nuevo ardid esbozado por los actuales politólogos sino que es una dinámica perversa que ya se utilizó ampliamente en conflictos bélicos del pasado y que facilitaba la eliminación del pensamiento crítico en los soldados en el frente, evitando con ello que tuvieran dudas sobre la supuesta maldad intrínseca de los enemigos y fueran más eficaces en su eliminación física.

Es enormemente evocador el acontecimiento que tuvo lugar en el frente europeo durante la Primera Guerra Mundial, en concreto en el invierno de 1914. Cuando los soldados en ambas trincheras (alemanes por un lado y franceses e ingleses por otro) comenzaron a cantar villancicos en plena Nochebuena, se dieron cuenta de que al otro lado también había hombres, no cosas o enemigos odiosos. Esta situación conllevó un breve espacio de paz y camaradería entre combatientes, durante unos días, cesando temporalmente la matanza. La tregua duró poco y se silenció por completo, aunque hoy en día está ampliamente documentada por los historiadores. Lejos de ser una anécdota histórica, es una muestra de que el espíritu humano es capaz de superar las más abyectas situaciones cuando se le recuerda su nobleza esencial y se le eleva por encima del fango para situarse en perspectiva.

Es urgente recuperar espacios de humanidad y diálogo en la política, como se consiguió hacer, salvando las distancias, en un momento aún más difícil en plena contienda bélica europea. Eso no significa equiparar todas las posiciones políticas, puesto que hay unas que son más acordes con la consecución de un bien común que otras (tampoco todo es relativo en política), pero sí que implica reconocer que en el contrincante político existe una aspiración de grandeza humana que viene de serie, por muy descabelladas que puedan parecer sus posturas y eso debe conllevar un grandísimo respeto por la persona, aunque se combatan ardientemente sus ideas.

En el manifiesto se hace referencia a la Transición como un ejemplo de construir juntos. Actualmente hay muchos ejemplos pequeños en la sociedad (en las familias, el trabajo, etc.) en los que se pone de manifiesto que sí es posible construir juntos, pero en el plano político parece algo lejano. ¿Podría volver a traspasar esta experiencia de convivencia al plano político? ¿Cómo?

La Transición española tuvo algo de esa “tregua de Navidad” que mencionaba anteriormente. Los contrincantes políticos, que cuarenta años atrás habían sido contrincantes bélicos, fueron capaces de mirar la realidad española con perspectiva histórica y elevarse más allá del momento que vivían para, conociendo bien el trágico pasado, cimentar un futuro de paz para los españoles que ha durado otros cuarenta años.

Efectivamente, a nivel familiar y de sociedad civil, existen ejemplos de construcción de una realidad mejor. No hay más que mirar la extraordinaria labor de las familias españolas durante la crisis económica que hemos padecido o el fundamental papel de Cáritas en ese mismo contexto. En los citados casos, su capacidad de atención a los más débiles y necesitados ha evitado sin duda muchos males mayores.

El problema es que en España el papel de las familias y de la sociedad civil es cada vez más débil. Estamos siendo fagocitados por esa “cosificación del adversario” de la que hablábamos antes. Sólo si somos capaces de poner cara y nombre a tantas y tantas personas necesitadas de ayuda de diferentes tipos, podremos construir una España más justa y sólida. Pero para ello el Estado es insuficiente y además es enormemente ineficaz si, yendo más allá de las atribuciones subsidiarias que le son propias, invade ámbitos privados. En ese caso se convierte en una rémora para el crecimiento de una sociedad sana en lugar de cumplir su papel de estimulador de la misma.

Muchas de las buenas prácticas observadas en las familias y en la sociedad civil de construcción de estructuras positivas para el ser humano pueden desde luego traspasarse al ámbito político pero, para ello, hace falta que el ámbito político no eclipse y absorba totalmente las energías sociales sino que las promueva desde el reconocimiento de su libre desarrollo como algo positivo, no como algo sospechoso.

Cuando el ámbito político tiene la tentación de llegar a todos lados no busca construir juntos, busca el control. En términos de Orwell, podríamos decir que para poder construir algo juntos, el Gran Hermano debe dejar de ser “Gran” y poner los medios para que los “hermanos” puedan colaborar. Creo que esto puede ser coincidente con lo que afirma el manifiesto de que “hay que desacralizar la política”. Si la política está alejada de las personas se hace mística e insondable pero para acercarse y poner cara a los problemas hace falta bajarse del pedestal. Y no demagógicamente para instrumentalizar los problemas de las personas sino para contribuir a resolverlos. Necesitamos en este sentido una política encarnada.

En el párrafo siguiente se dice que la experiencia del encuentro con el otro se abrirá paso en la medida en que reconozcamos nuestra necesidad. ¿Qué relación tiene la necesidad humana con la labor política? ¿Qué lugar ocupa en la situación actual?

Es que si no hubiera necesidad humana no tendría sentido la política. Su auténtica razón de ser es la de ser útil en la resolución de los problemas humanos en la medida en la que a pequeña escala o individualmente no puedan resolverse. Todo lo que salga de esto es un abuso de poder y un instrumento de dominación. La política ha de estar unida al servicio y no a la dominación, pero lamentablemente creo que en esta batalla dialéctica está ganando la segunda opción.

El gran peligro es que, precisamente en la medida en que la política se considere como un instrumento de dominación, surjan nuevas necesidades artificiales fabricadas desde el poder para dar una respuesta predeterminada cuyo precio sea la libertad. Este es uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos hoy en día.

Se habla de una política más humilde. ¿Le damos un papel demasiado relevante a la política?

La política como actividad humana encaminada a cubrir auténticas necesidades es una actividad nobilísima y necesaria, central en una sociedad. Pero debe entenderse con una actitud humilde para ocupar el sitio que le corresponde. Como dice el Papa Francisco, “el auténtico poder es el servicio”. Si se desvincula lo uno de lo otro, el poder se hace esclavizador y contrario a la naturaleza humana.

Por desgracia, la política en estos momentos está caminando más hacia una situación de dominación que de servicio y en ese sentido se hace omnímoda si no le ponemos límites. La manera más eficaz de garantizar que predomine el servicio y no la dominación, teniendo en cuenta que esta tentación de avasallar es connatural al ser humano, es el establecimiento de un sistema de límites y contrapesos que evite los abusos. Entre esos límites está el de definir muy claramente cuáles son los derechos individuales y de las familias, evitando intromisiones del Estado en esas esferas.

Estamos en un momento en el que podemos fortalecer esos límites y clarificar la función de la política para que no ocupe el papel central del escenario (por seguir un símil del mundo del espectáculo) o por el contrario abonar las tesis del Estado omnímodo. La verdad es que no en vano se están poniendo de manifiesto últimamente demasiados ejemplos de política-show, puesto que entronca perfectamente con esa vis expansiva del político con afán de dominio y no de servicio. Creo que hacen falta menos shows y más apoyo callado a las personas. Esta es la gran disyuntiva: elegir entre el servicio público humilde que pone el centro en la persona o el show que pone en el centro al político en detrimento de la libertad. Me quedo con lo primero y estoy dispuesto a luchar con todas mis fuerzas por ello.

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