El mal de Europa
Con el plan de rescate del euro se intenta convencer al mercado de la sostenibilidad y liquidez del mercado financiero europeo. En primer lugar, se garantiza un mayor rigor en los programas de saneamiento de las cuentas públicas, empezando con España y Portugal, dos países que siguen la estela de Grecia en la clasificación de los países más afectados por la crisis económica.
Los controles serán especialmente rigurosos en lo que se refiere a la tendencia de las finanzas públicas según las propuestas de la Comisión europea en el nuevo Pacto de Estabilidad. Por último, el suministro de préstamos (que de hecho define los eurobonos) por parte de la Comisión europea a través del balance de la UE (hasta 60.000 millones), el Fondo Monetario Internacional (250.000 millones) y un nuevo instrumento gestionado por el Gobierno del área (denominado Special Purpose Vehicle con 440.000 millones de euros) para todos aquellos países que no tengan acceso al mercado.
La apertura a los eurobonos, unida a las valoraciones positivas expresadas por el Eurogrupo tras la reunión del 17 de mayo, son buenas señales. Pero el camino es largo y duro, sobre todo si empiezan a hacerse habituales los cuidados de emergencia en esta Europa enferma. En otras palabras, la solidaridad justamente demostrada no debe ofrecer en ningún caso la imagen de una Unión Europea que, violando los tratados, se reduce a pagar las deudas de aquellos países que delegan en un consenso puntual su responsabilidad sobre el futuro de sus ciudadanos.
Lo que necesitamos es una Comisión europea independiente y con autoridad suficiente frente a los gobiernos que maquillan sus cuentas. Una Comisión que imponga nuevas reglas a los mercados financieros. Una Europa que reclame con firmeza a los Estados su responsabilidad y una estabilidad en beneficio de las generaciones futuras.
Tenemos que convencernos de una vez por todas de que esta crisis no se debe a un exceso de Europa, sino que, al contrario, es el fruto de la arrogancia de los estados nacionales y de la debilidad de Europa. La causa de la crisis la encontramos, por tanto, en la tremenda insuficiencia de Europa. Prueba de ello son los errores cometidos durante la fase de construcción del euro: es paradójico que la moneda única todavía no se rija por políticas comunes de mercado fiscal y pensiones.
Para que todos estos buenos propósitos no caigan en el vacío, hoy y en el futuro, tienen que pasar a formar parte de una estrategia política que se anticipe a los acontecimientos y no se limite a perseguirlos.