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El lío de Francisco

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28 julio 2013
Entusiasmo. Entusiasmo en Río, en Copacabana. No solo ha habido euforia en los más de dos millones congregados sobre la arena de la playa carioca. También hay admiración de la prensa habitualmente fría de Europa, la de derechas y la de izquierdas, la habitualmente laicista.

Entusiasmo. Entusiasmo en Río, en Copacabana. No solo ha habido euforia en los más de dos millones congregados sobre la arena de la playa carioca. También hay admiración de la prensa habitualmente fría de Europa, la de derechas y la de izquierdas, la habitualmente laicista. La JMJ brasileña de este Papa que se traslada en un pequeño Fiat, que se deja abrazar, tocar, que busca y señala a los pobres, que deja los papeles de lado y que denuncia la corrupción y el mal ejemplo de los cristianos ha seducido a los de fuera y a los de dentro. Francisco invita a montar lío a los jóvenes y lo monta él mismo.

La corriente positiva hacia “la revolución Francisco” ha llegado hasta un medio tan adverso como el diario El País, referente en España y en toda América Latina del mundo anticlerical. “El Papa defiende la laicidad del Estado”, “El Papa critica la incoherencia de la Iglesia” titulaba el periódico de Prisa. Sus informaciones han destacado cómo el Santo Padre ha fustigado a una Iglesia que es referente de sí misma y cómo ha proclamado la cercanía de Jesús con aquellos que han abandonado la fe por la incoherencia de los cristianos.

Francisco ha conseguido, con su lenguaje y con sus gestos, que su mensaje aparezca como absolutamente nuevo para muchos que hasta ahora no querían escuchar la voz de la Iglesia. Es una fortuna, una gracia que se dice en lenguaje más tradicional. El mensaje de Francisco es nuevo porque es similar a la doctrina social de los pontífices “desde por lo menos la encíclica “Rerum Novarum”, de León XIII, publicada en 1891”, decía Clóvis Rossi en La Folha de S.Paulo. En esa y en otras de sus insistencias se repite el inédito fenómeno de la Lumen Fidei: la continuidad. La crítica a la autorreferencialidad y la denuncia del fracaso de la catequesis moderna fueron dos de las grandes provocaciones de Ratzinger. Un cardenal que pocos días antes de suceder a Pedro denunció en el Vía Crucis de Roma la suciedad de la Iglesia y de muchos de sus sacerdotes.

¿Pero en qué consiste el lío de Francisco? El Papa es muy consciente, como mostró en su intervención al episcopado brasileño, de que la Iglesia en Latinoamérica sufre la mordedura del secularismo. No hace un panegírico acrítico del “Continente de la Esperanza”, no habla del pueblo latinoamericano como un pueblo “naturalmente católico” que per se pueda ser el sujeto de la nueva evangelización.

Brasil es el país con más católicos del mundo pero las sectas avanzan rápido. Toda América Latina se desarrolla, se hace urbana, se globaliza, ve crecer una nueva clase media y se seculariza. Lo dijo claro Francisco ante los obispos: “actualmente hay muchos como los dos discípulos de Emaús; no sólo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica”. ¿Por qué? La Iglesia ha abandonado al mundo y el mundo ha abandonado a la Iglesia: “tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado”. Y muchos de los esfuerzos hechos parecen no haber servido para nada: “hemos trabajado mucho, y a veces nos parece que hemos fracasado, viendo a los que se han marchado o ya no nos consideran creíbles, relevantes”.

¿Cuál es la respuesta que sí sirve, la que no está condenada al fracaso? La belleza de la fe. ´Una Iglesia que da espacio al misterio de Dios; una Iglesia que alberga en sí misma este misterio, de manera que pueda maravillar a la gente, atraerla. Sólo la belleza de Dios puede atraer. El camino de Dios es el de la atracción, la fascinación. A Dios, uno se lo lleva a casa´ (Discurso a los obispos brasileños). Eso es lo que permite “encontrar en su camino” a los que viven sin Dios.

Este el lío de Francisco. El cristianismo no licuado: el de una vida que atrae.

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