El islam y los no musulmanes, el desafío de Marrakech
Marrakech acogió a finales de enero una conferencia internacional que reunió a cerca de trescientas personalidades procedentes de 120 países, sobre todo musulmanes, pero también de Europa y Estados Unidos.
La conferencia fue organizada conjuntamente por el Ministerio marroquí de Habous y Asuntos Islámicos, y el Foro para la Promoción de la Paz en las Sociedades Musulmanas, una fundación con sede en los Emiratos Árabes Unidos dirigida por Abdullah Bin Bayyah, profesor mauritano de Ciencias Islámicas y miembro del Consejo Europeo de la Fatwa y la Investigación, cercano a los Hermanos Musulmanes.
El tema era “El derecho de las minorías religiosas en el mundo islámico”. Al término de los trabajos, los participantes –ulemas y pensadores musulmanes– “apoyados por los hermanos de otras religiones” (entre las personalidades religiosas cristianas estaban el arzobispo de Rabat y la presidenta de la Iglesia evangélica en Marruecos, entre otros) redactaron la “Declaración de Marrakech sobre los derechos de las minorías religiosas en el mundo islámico”. El texto promueve la renovación, cuando no una auténtica reforma, de los textos que establecen el estatuto de las minorías no musulmanas en los países de mayoría musulmana.
Los puntos fuertes del texto
La primera parte recuerda “los principios universales y valores fundantes (o consensuales) recomendados por el islam”:
1. El documento reconoce la existencia de una sola y única humanidad, y afirma que tal unidad ha sido querida por Dios. Todos los seres humanos son hijos de un único padre, Adán (§1-3) [y de única madre, Eva].
2. Una de las facultades que caracteriza al ser humano es la libertad, lo que implica la facultad de elegir, especialmente en lo que concierne a la religión (§2).
3. Uno de los fundamentos de la sociedad es el principio de justicia. Es una “norma de conducta para todos los seres humanos con el fin de prevenir la tentación del odio y la violencia” (§4).
4. La paz es un valor privilegiado en el islam y debe ser la finalidad suprema de la ley sagrada, la sharía (§5).
5. “El islam exhorta a ser caritativos y benevolentes hacia los demás, sin distinción” (§ 7), y el profeta Mahoma fue enviado por Dios “como misericordia para los mundos” (§6).
La segunda parte del texto menciona la Carta de Medica como “referencia para garantizar los derechos de las minorías religiosas en tierra del islam”. Ya en la primera parte se recuerda que “la ley islámica mantiene el cumplimiento de los contratos, compromisos y tratados” (§8) y que la carta de Medina fue “redactada por el profeta Mahoma como constitución de una sociedad multiétnica y pluriconfesional” (§9). A pesar de que históricamente se haya estipulado solo entre los judíos de Bani Ouaf por un lado y los musulmanes y sus aliados por otro, sigue siendo un hecho excepcional para la época. En primer lugar, “su visión universal del hombre (…) no menciona ni minorías ni mayorías sino que remite a la idea de la existencia de varios componentes dentro de una sola nación (dicho en otros términos, ciudadanos)” (§11a). En segundo lugar, esta carta no fue la “consecuencia de guerras o luchas” sino “un contrato entre comunidades que inicialmente vivían en armonía y en paz” (§11b). Por tanto, hoy esta carta podría “constituir para los musulmanes una referencia fundante para la ciudadanía”.
La tercera y última parte quiere ser “una exposición de los fundamentos metodológicos de la posición canónica sobre los derechos de las minorías”. Se trata, ni más ni menos, de proporcionar reglas para una buena exégesis de los textos fundantes del islam.
Por último, la conclusión se presenta como una invitación múltiple, dirigida a:
– Los ulemas y pensadores musulmanes para que “se impliquen en un recorrido que trate de consolidar el principio de ciudadanía, que engloba todas las pertenencias.
– Las instituciones académicas y magisteriales para que “actualicen con revisiones valientes y responsables los manuales escolares”, con el fin de “corregir las distorsiones” que incitan “al extremismo y a la agresividad”, alimentan las guerras y los conflictos, y minan la unidad de las sociedades.
– Los responsables políticos y decisores para que “tomen todas las medidas constitucionales, políticas y jurídicas necesarias para dar contenido a la ciudadanía contractual” y apoyen “las iniciativas dirigidas a reforzar los vínculos de entendimiento y convivencia entre las comunidades religiosas que viven en tierra del islam”.
– Los intelectuales y actores de la sociedad civil para que favorezcan “el nacimiento de una amplia corriente que haga justicia a las minorías religiosas en las sociedades musulmanas, y susciten la toma de conciencia de sus derechos”.
– Las diversas comunidades religiosas “unidas por el vínculo nacional” para que reconstruyan “el pasado dando de nuevo vida al patrimonio común, y construyan puentes de confianza, lejos de las tentaciones del aislamiento y la violencia”.
– Las comunidades internacionales para que promulguen “leyes que castiguen las ofensas a las religiones, las violaciones de los valores sagrados y los discursos que inciten al odio y al racismo”.
¿Qué esperar de esta declaración?
Esta declaración invita a abrir una mina. Pero el verdadero trabajo aún no ha empezado. Por tanto, habrá que esperar para ver si suscita algún efecto en las sociedades musulmanas. Dicho esto, el texto de la declaración es valiente y decidido. Es valiente porque, superando siglos de luchas e incomprensiones, se sitúa en una perspectiva contemporánea y en una dimensión “moderna”, la de la ciudadanía contractual, con la que los miembros de la nación se ponen en el mismo nivel de igualdad jurídica y tienen los mismos derechos y deberes, independientemente de su pertenencia religiosa.
En cuanto a Marruecos, en el espíritu de esta declaración, el rey Mohammed VI, durante el consejo de ministros celebrado en Laayoune diez días después de esta conferencia, pidió al Gobierno que diera comienzo lo antes posible a la reforma de los programas y manuales de educación religiosa musulmana, asignatura obligatoria en los cursos escolares desde el primer año de primaria hasta la selectividad. Es una señal que da motivos para tener esperanza.