El islam moderado y los ´despistes´ de Kareem Abdul Jabbar

Mundo · Luigi Campagner
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24 abril 2015
Tras el atentado parisino contra Charlie, la matanza de Copenhague, los atentados de Túnez, hay quien empieza a mirar a los conversos americanos de los años 70 en busca de garantías de que islam y terrorismo no son lo mismo.

Tras el atentado parisino contra Charlie, la matanza de Copenhague, los atentados de Túnez, hay quien empieza a mirar a los conversos americanos de los años 70 en busca de garantías de que islam y terrorismo no son lo mismo.

“El islam no tiene nada que ver”. “Espero el día en que estos actos organizados por personas que se autoproclaman musulmanes se vean como ataques políticos”. Ferdinand Lewis Alcindor Jr. ha bajado al terreno en las páginas de la revista Time para defender el islam, la religión que abrazó en 1964, a los 17 años, después de leer la autobiografía de Malcom X, cambiando su nombre a Kareem Abdul Jabbar, el de una de las estrellas de la NBA. Un campeón de estilo y técnica, record insuperable de realizaciones, Kareem, como le conocen sus fans en todo el mundo, es el emblema, o el espejismo, según desde dónde se mire, de un islam moderado, del que la mayoría no sabe decir si se trata de una quimera o si existe alguna “encarnación” en algún lugar del mundo.

Kareem agarra el balón y da la cara: “No importa la religión, la gente quiere tener una vida tranquila y vivir en una comunidad armoniosa, y eso se hace promoviendo la amistad, independientemente de la fe. Eso me lo ha enseñado el islam”. En los últimos meses Kareem, hoy columnista del Time, ha hecho firmes declaraciones a los medios, como si fueran ganchos celestiales, sello de fábrica de su inconfundible tiro a canasta de espaldas. Pero esta vez sus lanzamientos no mueven las estadísticas, van al vacío, no llegan al aro. En la base de las argumentaciones de Malcom X, profeta norteamericano de las conversiones islámicas en los USA de los 70, está la voluntad de distinguirse de las protestas de Martin Luther King, que consideraba de “patio trasero”. Una suerte de “tío Sam” siempre fiel a su jefe, contrapuesto a los “negros de los campos”, a los que Malcom X consideraba (a ellos y a sus descendientes) como una valiosa tierra de cultivo para la “lucha de clases”. Doctrina que, como es sabido, no es fruto del árbol de Mahoma.

La calma olímpica de Kareem Abdul Jabbar, la misma que tenía en el campo ante cualquier adversario, se apoya en su personal y pacífica elaboración del Corán (que leyó en inglés), y en el hecho de que su maestro Malcom, aun despreciando como “cosa de esclavos” la doctrina de la no violencia, nunca llegó al terrorismo. Pero el islam contestatario de Malcom X nunca habría visto la luz en el reino sunita de Saud ni en el Irán chiíta de los ayatolá, ni en el Afganistán primero de los muyahidín y luego de los talibanes, ni en Pakistán, ni en Malasia, ni en cualquier otro estado islámico. Porque el islam americano es un fenómeno occidental, nace genéticamente modificado, englobando en su seno las principales conquistas de Occidente: desde el “dad al César lo que es del César”, liberado de cualquier pensamiento laico, a los derechos de hombres y mujeres, el sufragio universal, la división de poderes… Resumiendo, engloba toda la filosofía política de la modernidad. En eso consiste la debilidad del análisis del gran baloncestista.

Por otro lado, y de signo contrario, nos encontramos en cambio con Irshad Manji, la brillante periodista (feminista y declaradamente homosexual) de fe islámica nacida en Uganda en 1968 y criada en Toronto (Canadá), donde se ha convertido en una polemista de primer nivel. “Nosotros musulmanes estamos en crisis, y en esta crisis estamos arrastrando al resto del mundo”. “A lo largo de mi vida he visto cómo el número de víctimas de los terroristas pasaba de pocas unidades a cientos, miles, potencialmente cientos de miles”. “Si mi análisis es acertado, ¿sabéis explicarme por qué ninguna otra religión del mundo está produciendo, en nombre de Dios, tantas tergiversaciones terroristas y tantas violaciones de los derechos humanos? ¿Y podéis hacerlo sin apuntar el dedo contra todos, excepto los musulmanes?”. Sus textos son una importante contribución en un tiempo en el que ir más allá de la sátira, de la boutade, de la viñeta burlona, del “y tú más”, se ha convertido en algo vital.

Su libro “Mis dilemas con el islam” es un torrente apasionado, “intencionadamente enfático”, pero al mismo tiempo lúcido, contra los prejuicios de los que está “impregnada la psique de la masa islámica”. A la comunidad islámica, en la que ha crecido, la sigue uniendo un sutil aunque tenaz sentido de pertenencia, y es con su tenacidad de creyente como Irshad Manji invoca el principio de una reforma del islam. Por eso su crítica rezuma de dolor: de la matriz imperialista del islam histórico a la subordinación de las demás razas a los árabes, el rechazo de una aproximación racional a la fe, de la mortificación de la mujer, del medievalismo saudí, del victimismo palestino, del papel de las madrasas, de la intolerancia ante otras religiones, de la prohibición de leer el Corán en una lengua distinta al árabe, que Irshad recuerda como su primera desobediencia.

En América, la era de Malcom X ha terminado. En el ilimitado “mundo islámico” nunca empezó.

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