El insuficiente juego del desgaste

La presidencia de la Unión Europea se ha convertido en un foco que ilumina el déficit desbocado, la progresión de la deuda y la resistencia injustificada a las reformas estructurales y a los cambios de calado en el mercado de trabajo. En el torbellino del viernes negro, en el tornado del 29 de enero, estaban todos los vientos que marcan nuestro presente y el próximo futuro. El viento de una España más pobre y endeudada de la que los inversores huyen, las turbinas de última hora de un Gobierno que anuncia la ampliación de la vida laboral y la resistencia del PSOE y de los sindicatos a un cambio brusco que contradiga el discurso mantenido en los últimos años. Los primeros días de febrero han sido clarificadores.
La política económica no es la política terrorista, no hay cambio serio. Salgado retira la ampliación del período de cálculo de la pensión de 15 a 25 años. La ministra, en lugar de aceptar la disciplina de Bruselas, se enfrenta a Joaquín Almunia. Zapatero, recién llegado de pronunciar su homilía relativista en el desayuno de oración, rebaja la reforma laboral que había anunciado y la deja en un guión con pocas pretensiones para abrir un nuevo proceso de diálogo. Pasará la tormenta, al menos la más ruidosa, seguirá aumentando el paro, no disminuirá el riesgo país y la deuda continuará incrementándose. Volveremos a una decadencia silenciosa sin que haya cambios sustanciales. Zapatero hará algún retoque en su Gobierno y aguantará hasta el último momento una recuperación en la intención de voto.
El fin de ciclo puede ser largo, muy largo. El entorno de Rajoy, en estas circunstancias, teoriza claramente que no hay que hacer nada. Por eso, aunque Cospedal se atrevió a hablar de moción de censura, la palabra ya ha sido enterrada. Los sondeos de Sigma Dos y de Metroscopia (para El Mundo y El País) arrojaban una ventaja del PP sobre el PSOE de 6 puntos el pasado fin de semana. Rajoy dice que tiene un plan pero que no quiere explicarlo. Y sus chicos de Génova te explican por qué no lo explica: "hemos ampliado la ventaja, si Rajoy se pusiera a contar qué recorte hay que hacer en el gasto público, qué política seguir con los funcionarios, qué cambios hay que hacer en las pensiones y en los contratos de trabajo, sería terrible, demasiado duro". Rajoy quiere llegar a La Moncloa sin definir la política de ajustes que es necesaria. Justo lo contrario de lo que hizo Aznar en el 96.
En los meses anteriores a la primera victoria del PP, Montoro, con la paciencia pedagógica que le caracteriza, explicaba en la cafetería del Congreso dónde y cómo había que actuar para recortar los 400 puntos básicos que separaban a la deuda alemana de la española. "Por eso Aznar -contestan en Génova- sólo ganó por un punto de diferencia". Pasividad teorizada. Las encuestas reflejan el juego de Rajoy. Según la de Sigma Dos, el PP ha incrementado en el último año su intención de voto del 42,6 por ciento al 43,5 por ciento, menos de un punto. Sólo un 37 por ciento de los encuestados cree que los populares lo harían mejor que los socialitas. El Barómetro del CIS. que ampliaba también la distancia entre populares y socialistas, reflejaba un descenso en la intención de voto de una décima. Víctor Pérez Díaz recordaba en El País, ("La desconexión", http://www.elpais.com/articulo/opinion/desconexion/elpepiopi/20100204elpepiopi_11/Tes) que un 43 por ciento de los españoles no cree que ni Gobierno ni oposición sean capaces de resolver la crisis. La mala situación desgasta a Zapatero pero también, en alguna medida, a Rajoy.
Jugar sólo al desgaste es arriesgado. Las encuestas pueden darse la vuelta, existen imprevistos de última hora y la falta de percepción de que exista una alternativa clara puede ser un freno para avanzar por el centro. Algo que sí está consiguiendo Rosa Diez. Sería paradójico que, al final, ganara las elecciones el PP y se viera obligado a pactar con una UPyD españolista y laicista, que le hubiera robado votos del centro-derecha. La necesidad de definir una alternativa clara hace falta no sólo para consolidar posiciones, conviene para construir país desde ya. Lo dice bien Mayor Oreja cuando asegura que la oposición "tiene que pensar en algo más que en sustituir al Gobierno o a unas siglas; hace falta el coraje para adoptar un proyecto de gran envergadura".
Cuando el PP ha hecho una contrapropuesta al Pacto de Educación, se ha pasado del debate genérico a la discusión sobre qué cambios son necesarios para empezar a realizar una labor que nos llevará décadas. Cuando algunas Comunidades Autónomas han puesto en marcha leyes y políticas a favor de la maternidad, se ha puesto de manifiesto cómo se puede construir la España del post-aborto, apoyando a las gestantes. Una concepción de la política al servicio del bien común exige realismo para que Zapatero abandone el poder. Pero cómo se trabaja para lograr un relevo es determinante. Si el cambio no está presente desde el primer momento, no traerá la necesaria regeneración. Pérez Díaz en el mencionado artículo denuncia la desconexión entre la clase política y la ciudadanía, y añade que "la sociedad está confusa porque, aunque comprende algunos problemas, no entiende la dirección de la marcha". Zapatero nos lleva hacia el desastre pero necesitamos saber algo más, saber cuál es la dirección de la marcha para superar la confusión educativa, económica, laboral y social.