´El individualismo es inmoral, todos tenemos que hacer política´
¿Está justificada la preocupación de los españoles por la corrupción o se exagera?
La inquietud de los españoles está muy justificada. Es más, se ha producido tardíamente y se ha limitado a algunas áreas accesibles a la opinión pública. La corrupción viene de atrás y no afecta solamente a la política, sino que se extiende a las finanzas, a la universidad, a la medicina y a diversas profesiones. Esta amplitud de la corrosión ética manifiesta que su origen es hondo, permanente, y no meramente coyuntural. El núcleo del problema se localiza en algo a lo que no se suele aludir: la cultura. Desde hace decenios, la mayoría de los españoles se ha desentendido de las cuestiones que afectan al significado del comportamiento personal y social. La formación ética y religiosa ha desaparecido prácticamente de las aulas, en todos los niveles, y las referencias morales se reducen, en el mejor de los casos, al ámbito individual o familiar. La situación es muy alarmante y nada fácil de reencaminar.
Se hacen afirmaciones genéricas sobre la política, los partidos y las instituciones. ¿Es peligroso un estado de opinión "antipolítico"?
Los políticos se han ganado a pulso su desprestigio. Además de una difundida mediocridad profesional, muchos de ellos han mostrado una lamentable ausencia de convicciones cívicas. La población ha reaccionado -aunque todavía débilmente- con claras manifestaciones de crítica y descontento. Tal estado de cosas es muy inquietante y, en cierto sentido, peligroso. Pero el remedio no consiste en el silencio ni en la ocultación. Es necesario abrir puertas y ventanas, para que se airee el ambiente político y se vaya individuando quiénes incurren en comportamientos reprobables, tanto por comisión de delitos como por omisión de la responsabilidad en las respuestas obligadas para evitarlos y castigarlos. La mayoría de la población española se ha vuelto timorata, excesivamente "prudente": prefiere la injusticia al desorden y ha perdido buena parte de su "coraje cívico". Lo peligroso es la corrupción misma, no su crítica ni su castigo (se trata de fenómenos desagradables e inquietantes por lo que manifiestan, no por lo que producen). Naturalmente, no hay que generalizar de manera simplista, y evitar en cualquier caso que paguen justos por pecadores.
Se habla mucho de regeneración moral pero poco de regeneración democrática.
Lo primero que tienen que hacer los partidos respecto a la corrupción es no provocarla ellos mismos, ni dar ocasión a que se produzca entre sus responsables. Son las instituciones que tienen la responsabilidad más directa en el campo de la ética política. Han de ser implacables con la falta de honradez y poner en cuarentena a sus miembros sospechosos. La primera condición para que alguien sea un buen político es la integridad moral. No hay contraposición entre la regeneración moral y la regeneración democrática, porque la democracia es el modo ético por excelencia de entender la actividad política. Claro que "la corrupción de lo mejor es lo peor". Si los responsables de velar por la altura moral de los partidos se corrompen, entonces no hay posibles soluciones internas, sino que debe intervenir la Justicia y castigar en primer lugar a quienes corresponden las más altas responsabilidades. La paradoja de lo que está sucediendo en nuestro país estriba en que los elementos clave de la democracia -los partidos políticos- son los primeros que no practican la democracia en su funcionamiento interno. Se trata de un engaño, y ese engaño es inmoral.
¿Cuáles cree que son los criterios de moralidad para la política?
En principio, son los mismos que para cualquier otra actividad profesional y pública: la honradez, la sinceridad, la solidaridad, el respeto a los más débiles, la laboriosidad… La ética política no se sitúa aparte de la ética misma, de lo que se podría llamar "ética general", porque sus protagonistas son los mismos y los criterios morales básicos resultan idénticos. Como es obvio, hay problemas que se presentan específicamente a quienes tienen responsabilidades directas en los ámbitos públicos. Pero los ciudadanos de a pie no pueden considerarse olímpicamente exentos de cargas y obligaciones. Hace unos años publiqué un libro titulado Humanismo cívico, que ha alcanzado mucha difusión en otros países y no tanta en España, donde apenas se habla de estos temas. Allí insisto en que todos los ciudadanos tienen responsabilidades políticas, y especialmente en un régimen democrático. El individualismo -"Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como"- es una postura lamentable y, en el fondo, inmoral. Todos hemos de participar, cada uno a su modo, en la vida política. Condición previa para lograrlo es una buena formación intelectual. El nivel de la enseñanza en España, cada vez más bajo, y la despreocupación tanto de los políticos como de los ciudadanos de a pie por esta cuestión se encuentran en el origen de que no resolvemos nuestros problemas de vida en común, porque ni siquiera los percibimos en su auténtica realidad y no disponemos de los recursos intelectuales y éticos para solventarlos. Un ejemplo de los grandes fallos que pueden registrarse en este terreno es la asignatura Educación para la Ciudadanía, impuesta durante dos legislaturas por los socialistas. Porque sus contenidos no eran éticos ni políticos, sino pura y llanamente ideológicos y, en su aplicación, no pocas veces inmorales. La izquierda radical española se cree que la enseñanza es patrimonio suyo, y se irrita cuando amplios sectores de la sociedad reivindican su "derecho a elegir" en lo que respecta a la orientación de la enseñanza para sus hijos. Una imposición de este tipo sólo se puede perpetrar en un país con un nivel educativo muy bajo. Nuestro gran problema es la incultura y la ignorancia.