El impacto de las redes sociales. Un signo del cambio de época
La aparición de las redes sociales (sixdegrees en 1995; Windows Messenger, en 1999; LinkedIn, en 2003… a los que se sumarían Facebook, Flickr, Vimeo –en 2004–; YouTube –2005–, Spotify, Twitter –2006–, Tuenti, Pinterest, Instagram –2010–, Telegram, TikTok –en 2016–… y tantas otras); del teléfono móvil –en su diversa evolución tecnológica (iPhones, Smartphones)–; la creación de enviar mensajes inmediatos a través de WhatsApp… han transformado nuestro modo de expresarnos; han acortado distancias trayendo a nuestros ojos personas, lugares, cosas situados al otro lado del mundo, han captado nuestra atención y modificado nuestros hábitos. Han alterado, en suma, nuestro modo de vida, nuestra percepción de nosotros mismos. Ciertamente, puede decirse, con Manuel Castells, que vivimos inmersos en una sociedad en red, en el que las conexiones han sustituido a las relaciones.
A nadie tampoco se le escapan los efectos positivos del uso de las redes sociales –su capacidad para ofrecer a personas que sufren problemas de salud mental la posibilidad de leer, ver, escuchar o entender… de interaccionar; su condición de medio potencial de soporte emocional y construcción de lazos en comunidad, y de desarrollo de habilidades sociales–. Ciertamente, se trata de un mundo global y abierto que posibilita el acceso a un volumen de información mucho mayor, prácticamente inabarcable, y de una forma inmediata e indiscriminada. Podría decirse que jóvenes y adolescentes no sólo se relacionan entre sí a través de la realidad virtual, sino que entran en contacto –se relacionan, interactúan– con ésta.
Otras caras de la realidad
El mundo de las redes sociales es complejo, alberga una amplia variedad de realidades y estímulos. Es un mundo en el que se muestra la cara más bonita de la propia vida: ves a otros y eres visto por otros. Y en él la comparación está a la orden del día. Así lo constata también Daniel Gómez Casado, psicólogo miembro de la asociación Andaira, cuando advierte que “las redes sociales pueden generar una competición de nuestra vida con las vidas que se muestran en otros perfiles”, competición que puede llegar a resultar insana e irreal.
La inmediatez y la estimulación continua en este mundo virtual no están exentos de consecuencias. Como ha señalado Cristina Velasco, profesora del Departamento de Psicología y Pedagogía de la Universidad CEU San Pablo y doctora en Psicología, se trata de “un mundo de imágenes rápidas, atractivas y poco reales y están creadas de modo que un uso continuado de las mismas genere adicción”, capaz de mostrar contenido atractivo conforme a los gustos de cada uno –especialmente, al adolescente–. En este sentido, tanta variedad de realidades y estímulos “puede hacer que uno pierda el foco sobre lo que verdaderamente es”.
Que el uso de las redes sociales es capaz de generar adicción es un hecho que había sido constatado ya en un estudio realizado por la Royal Society for Public Health (RSPH), en colaboración con la Universidad de Cambridge, en mayo de 2017, el cual, reconociendo sus potenciales efectos positivos, mostraba una realidad escalofriante: se habían incrementado en un 70% los trastornos de ansiedad, las depresiones, la obesidad, los trastornos del sueño y otros problemas relacionados con la salud entre jóvenes que habían pasado más de dos horas al día en las redes sociales.
Por si fuera poco, también se ha constatado su impacto en la imagen que las chicas jóvenes y adolescentes tienen sobre su propio cuerpo. Como muestra, el hecho de que la preocupación por su apariencia (rostro, pelo o piel) se haya disparado exponencialmente entre las usuarias de Facebook, en donde se cuelgan cada hora en torno a unos 10 millones de fotos nuevas de chicas jóvenes. Aunque es cierto que habrá que seguir investigando, los resultados sugieren que el incremento de las operaciones de cirugía entre los jóvenes de edades comprendidas entre 18 y 24 años –que han tenido incidencia en la salud– está relacionado con el bombardeo que realizan los medios de comunicación social, lo que no resulta descartable si se tiene en cuenta que en torno a un 70% de los jóvenes ha pensado en dicha opción.
Esta obsesión por la imagen parece afectar más a las jóvenes y adolescentes, aunque los adultos tampoco parecen estar exentos de ello, condicionando su autoestima. Muchas usuarias de las redes sociales escrutan cada gesto, filtro o retoque para parecer más cool. Aplicaciones como FaceTune (una de las más descargadas), YouCampPerfect, Beauty Plus, RetouchMe… permiten aumentar la longitud de las piernas o adelgazar cintura, blanquear dientes, eliminar arrugas, agrandar los ojos, graduar el brillo del cutis… en suma, borrar imperfecciones. Este culto no está exento de consecuencias; como ha observado Velasco, “genera mucho sufrimiento en el ser humano porque impide la verdadera autoaceptación”. Pero no sólo eso, también conlleva “la obsesión por el tener cosas, el viajar, el llevar una vida como los demás. Esta obsesión por subir tu vida a las redes y que los demás la vean o bien por saber la vida de los demás te impide en cierto modo aceptar la realidad de tu vida”.
Para el caso de los adolescentes, señala Velasco, el impacto es mayor, porque “sin duda la adolescencia es un período en el que la aprobación social es muchísimo más importante que en otras etapas de la vida”, y el problema de convertir esa aprobación social en likes es que potencia esa necesidad de aceptación por parte de los demás, el adolescente acaba poniendo su vida “al gusto de los demás”, sin tener en cuenta las propias necesidades, interrogantes del yo.
La realidad del cyberbullying y de sus efectos (disminución del rendimiento escolar, ansiedad, depresión, autolesiones, soledad y trastornos del sueño y alimenticios) es otra de las consecuencias que no han sido pasadas por alto en el estudio realizado por la RSPH. El acoso en las redes es uno de los principales factores de riesgo en los problemas asociados a los niños de hoy. Ya sea en el colegio, sea en las redes sociales, niños, adolescentes y jóvenes se encuentran en una interacción constante, aunque la virtual está ganando terreno al encuentro cara-a-cara. La inmediatez de los mensajes instantáneos (Snapchat, Whatsapp) constituye campo abonado para el acoso: siete de cada diez jóvenes han sufrido este ciberacoso, más en Facebook que en otras redes sociales.
El miedo de perderse algo (Fear of Missing Out), de no estar al día, se ha convertido en otro de los síntomas más evidentes de este uso tan compulsivo de las redes sociales entre la población más joven, al igual que en la sociedad de hoy. Esta necesidad de estar en constante conexión en la red, para ver qué hacen otros, esconde, en realidad, una herida: la baja autoestima, la soledad, el vacío… que te llevan a vivir continuamente la vida de los otros en la red.
La sexualización precoz y la pornografía son también parte de las consecuencias que el uso indiscriminado de las redes sociales ha dejado, especialmente, entre los adolescentes. El llamado fenómeno de las sexygrammers adultas con imágenes provocativas ha suscitado numerosas críticas, al fomentar los estereotipos de género. Igualmente resulta preocupante el aumento del consumo de pornografía a través de internet o redes sociales –sobre todo a raíz de la pandemia de Covid19–. Como ha señalado la profesora Velasco, los datos han revelado que un 46% de adolescentes entre 14 y 17 años han consumido pornografía (donde un 37% del consumo es semanal). Y es que el consumo de pornografía en redes sociales “distorsiona la realidad y, a la vez, somete a las jóvenes en este caso a muchísima presión, en un mundo muy ansioso y autoexigente en el cual hay que cumplir con las expectativas impuestas desde fuera”, como ha señalado la profesora del Departamento de Psicología y Pedagogía de la Universidad CEU-San Pablo, que afirma que “la presión relacionada con la sexualidad puede llevar, además, a trastornos sexuales como la dispareunia o falta de apetito sexual al igual que puede llevar a generar falsas expectativas sobre lo que es y lo que se espera de una relación sexual”.
Los efectos de la pornografía en niños y adolescentes también han sido puestos de relieve por Daniel Gómez, de la asociación Andaira, en referencia a un informe publicado por la ONG Save The Children (Informe ‘(Des)información sexual: pornografía y adolescencia’ | Save the Children), que ha significado como edad media en la que un adolescente accede, por primera vez, a contenido pornográfico la de 12 años.
¿Responsabilidad de los creadores de redes sociales?
Desde luego, no pasaron inadvertidos, para los creadores de Facebook e Instagram, quienes, a pesar de los efectos nocivos que el uso de redes sociales estaban causando en muchos adolescentes (como prueba el hecho de la existencia del informe interno de la empresa de Mark Zuckerberg, que concluía, tras una investigación interna realizada, que un 32% de las adolescentes encuestadas, que no se sentían bien con su cuerpo, reconocían que Instagram las hacía sentir peor), decidieron ocultarlo. Asimismo, existía una política de trato especial en favor de las celebrities, políticos y usuarios de Facebook con perfil alto en cuanto al contenido que podían publicar, a través de un sistema de verificación cruzada (X Check) –el caso del futbolista Neymar, al que se le permitió mostrar fotos de una mujer desnuda a decenas de millones de sus seguidores antes de que Facebook eliminase el contenido–.
A pesar de que Facebook, en un comunicado, contrarrestara el contenido de lo publicado, alegando que sus críticas eran injustas, lo cierto es que nada se ha aclarado al respecto del escándalo en el que se vio involucrado, y que implicó la obtención, a través de un test de personalidad, de información privada de millones de usuarios, y sus ramificaciones con la campaña de las elecciones presidenciales norteamericanas (mediante la emisión de fake news en redes sociales, medios y blogs) le pasó factura con la consiguiente pérdida de 37.000 millones de $USA en un día y, para resolver el escándalo, tener que pagar a la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos una cantidad de 5.000 millones de dólares. Tampoco ha sido rebatido por la empresa el hecho de que sus empleados detectaban, con regularidad, publicaciones sobre cárteles de la droga y de tráfico de personas; ni el hecho de que Facebook impulsara campañas de lavado de imagen. Además, se ha constatado que, a pesar de su enorme equipo de expertos globales, diseñado como parte de su estrategia para mantener a las personas seguras y minimizar los daños, éste se ha revelado insuficiente, y del trabajo contra la desinformación realizado en 2020, únicamente un 20% ha sido fuera de Estados Unidos.
Expresión de un cambio de época
La magnitud y complejidad de este fenómeno podría hacernos perder de vista el verdadero foco: estamos en un cambio de época. No es sólo una cuestión de reclamar que las empresas tecnológicas –el llamado Silicon Valley– una política corporativa responsable, o medidas legislativas para contrarrestar los abusos cometidos en el tratamiento y obtención de la información privada de millones de personas. Estamos en un escenario en el que los conceptos proximidad y distancia física están siendo difuminados por la proximidad virtual, que hace más próximas e inmediatas las conexiones (no hablo ya de relaciones); un mundo en el que los procesos se aceleran, los inputs y outputs son infinitos y donde el algoritmo campa a sus anchas. Una realidad, en suma, en su dimensión compleja, que hay que aprender a interpretar.
Lo que está sucediendo es este signo de los tiempos: no es un problema sólo de los adolescentes y los jóvenes. Los adultos son víctimas de un extravío que la sociedad líquida de hoy genera: el escándalo que salió a la luz en Estados Unidos, hace meses, sacó a relucir que muchos padres falseaban las fotos de sus hijos en aras a conseguir que éstos fuesen admitidos en las mejores universidades americanas. Entre ellas, dos actrices fueron acusadas de utilizar Photoshop, superponiendo el rostro de sus hijos sobre fotos de atletas, con el objetivo de poder acceder a universidades como Yale o Georgetown.
En un mundo acelerado tecnológicamente, en plena transformación digital, donde el valor de la tradición cultural, histórica, política, social, religiosa, cada vez se pone más fuertemente en cuestión, no resulta descabellado aventurar que el reto para los próximos años sea recuperar el significado original de las experiencias elementales de la vida humana: la relación, la palabra, el rostro, el encuentro; sus implicaciones ontológicas. No es cuestión de una nostalgia o retorno al pasado: un poner vino nuevo en odres viejos. Aun habiendo nuevos paradigmas, la experiencia humana viva (la de alguien que ha leído un buen libro, ha escuchado una buena pieza de música, ha visto una película… con deseo de comprender verdaderamente, y la ha disfrutado) es siempre nueva. Lo bueno (con toda su profundidad) siempre se comunica.