El Holocausto de los Mayas

Mundo · Guadalupe Pineda
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21 abril 2008
El desarrollo científico reciente ha trasformado diametralmente las concepciones sobre este pueblo. Estudiosos como Joyce Marcus, Jeremy Sabloff y Linda Échele, al evaluar los resultados de las últimas publicaciones, hacen hincapié en el total abandono de la visión idealizada de los mayas como un pueblo pacífico, gobernado por sabios sacerdotes que se entregaban a la observación de los astros y a la filosofía del tiempo, y que desconocían por completo la práctica del sacrificio humano.

En efecto, el predominio de esta visión idealizada de los mayas durante muchos años acotó las vías de análisis, distorsionó la imagen histórica de los mayas y los aisló artificialmente de su contexto cultural mesoamericano, inhibiendo en buena medida las comparaciones con sus contemporáneos. Hoy, por fortuna, se desmorona la idea de un mundo monolítico, excepcional y aislado, con lo cual se potencian las perspectivas de estudio y los mayas recobran su fisionomía humana.

La guerra no fue un fenómeno esporádico como lo creyeron los idealizadores del mundo maya. La antropología física descubre sacrificios masivos y mutilaciones; las imágenes escultóricas y pictográficas muestran batallas y trato cruel a los vencidos; los textos hablan de enfrentamientos, conquistas, triunfos y señores enaltecidos por las victorias, y la arqueología descubre zanjas y parapetos alrededor de Becán, o entre Tikal y su vecina Uaxactún.

Así piensan algunos de los más renombrados historiadores del mundo maya como son Alfredo López Austin y Leonardo López Luján, que han publicado sus estudios en el Fondo de Cultura Económica con el titulo El pasado indígena.

Los estudios mas recientes están en sintonía con lo que describieron los primeros misioneros dominicos, como es el caso de Fray Diego de Landa, que en el siglo XVI narra en las célebres Relaciones de las cosas de Yucatán cómo se realizaban los sacrificios humanos: "Llegado el día, en el patio del templo el esclavo si le habían de sacar el corazón le traían al patio, embadurnado de azul, con gran presteza le ponían de espaldas en la piedra. Con un navajón de piedra dábale con destreza y crueldad una cuchillada entre las costillas del lado izquierdo y luego con la mano echaba mano del corazón arrancándolo vivo y puesto en un plato untaban a los ídolos los rostros con aquella sangre fresca".

Como puede verse, el mito del buen salvaje no se sostiene, y Mel Gibson no está tan lejos de la verdad.

Guadalupe Pineda es profesora de Historia en México DF

 

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