El Gran Hermano aún nos mira

Cultura · Paolo Gulisano
COMPARTIR ARTÍCULO Compartir artículo
| Me gusta 0
23 abril 2013
En la Inglaterra que ha asistido a los funerales por Margaret Thatcher, entre las celebraciones oficiales y los festejos en la periferia de Londres, Liverpool y Glasgow por parte de lo que queda de la clase trabajadora que en su tiempo se vio masacrada por la Dama de Hierro, han dado comienzo las conmemoraciones en el mundo de la cultura en honor al escritor George Orwell, celebraciones que llegarán a su culmen en junio, cuando se cumplan 110 años del nacimiento de una de las figuras más singulares de la cultura británica del siglo XX, el segundo por producción ensayística, precedido sólo por G.K. Chesterton.

Sin embargo, Orwell debe su inmortalidad literaria a dos obras de narrativa que pertenecen por otro lado al último periodo de su brevísima vida (murió a los 47 años): Rebelión en la granja de 1945, y 1984 de 1948. Se trata de dos obras pertenecientes a un género narrativo muy particular, la literatura distópica. La distopía, también llamada antiutopía o utopía negativa, describe una sociedad indeseable bajo cualquier punto de vista. El término se acuñó como antónimo de utopía – una palabra inventada cuatro siglos antes de santo Tomás Moro (147 8-1535), autor de la obra homónima de fantasía política – y se utiliza para representar una sociedad imaginaria (a menudo ambientada en un futuro próximo) que sufre degeneraciones totalitarias, con escenarios normalmente apocalípticos que parecen una pesadilla. Además de Orwell, otros exponentes de este filón fueron los también ingleses Abbot, con Flatland, y Huxley con Un mundo feliz.

La literatura distópica no es un mero ejercicio de la imaginación: en un hombre como Orwell, de una particular sensibilidad social, la utopía negativa era el resultado de su decepción ante las ideologías, y al mismo tiempo la expresión de su pasión por el hombre.

En el ámbito de las celebraciones en curso, a Orwell se le reconoce de modo unánime su gran papel en la cultura británica del siglo XX como opinador político y cultural, como uno de los ensayistas más apreciados y conocidos, y también como el novelista que realizó la más lograda alegoría política del totalitarismo. Era y seguirá siendo un hombre que inspiraba a la tradición política inglesa de izquierda, y que siempre condujo su actividad literaria en paralelo con la de periodista y activista político, pero su toma de conciencia de las contradicciones y errores del comunismo, después de trágicas experiencias personales, le llevaron a denunciar estos peligros en Rebelión en la granja y en 1984.

Sin embargo, no se puede clasificar a Orwell en categorías políticas o ideológicas. Poseía un sentido de la tragedia en la historia que podría llevar a definirlo como agustiniano: el genio de Hipona escribió, de hecho, que "la esperanza tiene dos hijas hermosas: la ira y la valentía". La ira ante la realidad de las cosas, ante el mal presente en el mundo de los hombres, y la valentía para tratar de cambiarlas, para dar fruto y afirmar el bien posible.

Por eso Orwell rechazó las seducciones de las utopías totalitarias, que soñaban con una palingenesia, un rehacerse del mundo según los propios proyectos y visiones, y describió en sus distopías todos los riesgos de estos designios que más que sueños cumplen pesadillas. "En este juego que estamos jugando no podemos ganar. Unas clases de fracaso son quizás mejores que otras, eso es todo", afirma, a la luz de su sentido de la historia, en su obra maestra 1984.

El realismo fantástico de Orwell hundía profundas raíces en su historia personal. Eric Arthur Blair, que luego adoptaría el pseudónimo de George Orwell, nació en la India en los albores del siglo, hijo de un funcionario británico de origen escocés. Luego fue a estudiar a Inglaterra, donde tuvo que sufrir humillaciones por parte de sus compañeros debido a la sociedad snob inglesa, algo muy similar a lo que le sucedió también en aquellos años a Clive Staples Lewis, el futuro autor de las Crónicas de Narnia. Fue entonces cuando maduró su simpatía hacia el socialismo, hacia una política que se hiciera cargo de los pobres, de los desfavorecidos.

Abandonó el college para volver a la India y para ganarse la vida se enroló en la policía. Fue una experiencia traumática, que le provocó asco hacia la arrogancia imperialista británica. Decidió marcharse y regresar a Europa. Se fue a vivir a París, donde se mantenía con trabajos muy humildes. Aquella experiencia inspiró su primera novela: Sin blanca en París y Londres, publicada en 1933 bajo el pseudónimo que ya nunca le abandonará: George Orwell.

Debuta en el periodismo colaborando con el diario Le Monde. Vuelve entonces a Inglaterra, donde empieza a escribir para diversas revistas y a trabajar también como profesor de primaria. En 1936 comienza a visitar las zonas más afectadas por la depresión económica, en la Inglaterra septentrional, donde mineros y obreros vivían en dramáticas condiciones de pobreza. En Newcastle conoce a la mujer de su vida, Eileen O'Shaughnessy, hija de inmigrantes irlandeses, que será su mujer y su musa.

Orwell describió en sus artículos, ensayos y relatos la condición desesperada de aquella gente de Yorkshire y Lancashire, una Inglaterra olvidada por los poderosos. Es el momento de máxima simpatía del autor hacia las ideas socialistas. Además, decide irse como voluntario a España, donde había estallado la guerra civil, para combatir contra Franco en las filas del Partido Obrero de Unificación Marxista, de inspiración trotskista.

La historia del voluntario inglés inspiró hace unos años al director Ken Loach, que relató en su película Tierra y Libertad las vivencias de aquellos idealistas procedentes de varios países que soñaban con una izquierda libertaria y que fueron expulsados, antes incluso que por Franco, por los estalinistas españoles, que actuaban bajo el estricto control de los consejeros militares soviéticos. Orwell dejó España para volver a Inglaterra, ya profundamente decepcionado por el comunismo.

Un lúcido juicio que da lugar al alegórico relato de Rebelión en la granja, que sin embargo – paradójicamente – no encuentra editores dispuestos a publicarlo porque mientras tanto la Unión Soviética se había convertido en aliada de Gran Bretaña en la guerra mundial. Una amargura más que empuja al escritor y a su mujer a retirarse durante un tiempo a Jura, una remota isla de las Hébridas escocesas. La novela no se publicará hasta 1945, cuando el conflicto estaba ya casi terminado, pero el escritor no pudo regocijarse de ello puesto que coincidió con la muerte repentina de su amada Eileen.

En 1948 – dos años antes de su muerte prematura – publicó por fin su obra maestra, 1984. Estamos en un Londres del futuro, donde domina el colectivismo oligárquico, un sistema político monstruoso que representa lo peor del comunismo y del capitalismo elitista, los males de que Orwell conocía por experiencia propia. Las dos cabezas del monstruo que otros ingleses en aquellos años, en concreto Chesterton y Tolkien, habían denunciado. A través de la imaginación y de la utopía negativa, Orwell si hizo profeta de un mundo donde domina un pensamiento único. El jefe indiscutible del régimen es el Gran Hermano (significativamente, en inglés "brother" era un apelativo que usaban los masones para identificarse) cuyo rostro invade los televisores (mediante equipos y cámaras ocultas para controlar capilarmente a toda la población) y los manifiestos de la propaganda. El pensamiento único no admite ninguna oposición, ninguna deformidad, ninguna libertad que luche con la supervigilancia de la existencia de los ciudadanos y de las manifestaciones culturales, empezando por la censura total de la historia, que sólo pueden escribir los vencedores y bajo control de su lenguaje, con una nueva lengua que prevé la eliminación de todo el léxico que tenga finalidades intelectuales y pueda expresar una búsqueda. Contra este poder enorme y monstruoso se erigen dos pequeñas y humildes criaturas que ante la ira, al tomar conciencia de la mentira del poder, encuentran la valentía necesaria para oponerse a ella. Un hombre y una mujer que se encuentran, que se aman, que tratan de vencer la soledad a la que el poder constriñe a sus ciudadanos, porque una sociedad fragmentada hasta la atomización de los individuos se convierte en una masa informe perfectamente controlable.

No sabemos hasta qué punto los trabajadores y ciudadanos de la Inglaterra actual (y del resto de Europa) podrán captar el extraordinario pensamiento de este escritor, o si de algún modo la censura del nuevo pensamiento único, que en ciertos casos ha superado incluso las pesadillas de Orwell, hará que se diluyan los contenidos de su obra, pero en todo caso vale decididamente la pena volver a descubrir los territorios recorridos por este apasionado defensor de la humanidad.

Noticias relacionadas

En el 300 aniversario del nacimiento de Kant
Cultura · Costantino Esposito
Para recordar a un genio como Kant trescientos años después de su nacimiento -Königsberg, 22 de abril de 1724- es mejor no ceder al gusto de la celebración. Mejor partir de algunos de los nodos no resueltos de su pensamiento....
24 abril 2024 | Me gusta 0
Simón: ¿por qué frente a tanto mal surge tanto bien?
Cultura · Isabella García-Ramos Herrera
Simón (2023) es la primera película venezolana en llegar a Netflix Latinoamérica y España, después de su nominación a los premios Goya como “Mejor película iberoamericana” y ser ganadora y nominada en otros certámenes como el Heartland International Film Festival, The Platino Awards for...
1 abril 2024 | Me gusta 6
Tomarse a Dios en serio
Cultura · Antonio R. Rubio Plo
Ha llegado a mis manos un interesante libro "Tomarse a Dios en serio", escrito por Joan Mesquida Sampol, un funcionario de la Administración balear, con formación jurídica y en ciencias religiosas. El título va acompañado de este esclarecedor subtítulo "La dificultad de creer en un Dios que no...
19 marzo 2024 | Me gusta 5