El gran farol bancario que condena a Irlanda

Mundo · John Waters
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22 enero 2011
Ya nos hemos acostumbrado a dar por descontado que nuestro modelo de banca es el único posible, pero desde hace un tiempo este modelo, que obtiene sus beneficios de los intereses sobre los capitales prestados, está siendo sometido a un intenso debate.

Los padres fundadores de América, por ejemplo, consideraban que este tipo de sistema bancario era algo abominable. Thomas Jefferson, el tercer presidente de los Estados Unidos, dijo en una ocasión: "Creo sinceramente que las instituciones bancarias son más peligrosas que los ejércitos en batalla y que el principio de financiación, basado en gastar un dinero que después se tendrá que devolver, no es otra cosa que un engaño a largo plazo". Jefferson quería que el poder de emitir dinero le fuera retirado a los bancos y restituido al pueblo, "a quien pertenece".

Los bancos de Estados Unidos trabajaban originariamente con un sistema sin intereses, pero con la abolición del sistema oro los gobiernos renunciaron a su capacidad de emitir dinero a interés cero y delegaron en la banca privada. Como consecuencia, los bancos, prácticamente de la nada, crearon más del 90% del dinero que ahora teóricamente está en circulación. Los bancos modernos crean dinero que no existe, llamado crédito, y lo prestan con intereses, según el principio de la Reserva Fraccionaria de Préstamos, que más bien sería una "Reserva Ficticia".

Durante muchos años, los bancos han trabajado sobre la base de una relación entre crédito y reservas de 10 a 1, prestando así 100 euros por cada 10 que tenía en depósito. Recientemente, esta relación se amplió hasta unos niveles insensatos y esto implica ahora que las sociedades modernas sólo puedan sobrevivir en un estado de amnesia, si se "olvidan" de que el sistema bancario es sólo un juego de prestidigitación. Si un número considerable de depositarios retirase su dinero el mismo día, el sistema bancario quedaría "al descubierto" y se colapsaría. Mientras el público cierre los ojos ante este juego, todo parecerá ir bien y el problema de la proliferación de deuda, que afecta a todas las sociedades modernas, se podrá ir posponiendo para poder afrontarlo otro día.

Es como vivir bajo un volcán: hay una cierta paz, pero siembre con condiciones. Existen muchos volcanes que, aunque están ativos en términos geológicos, no presentan una amenaza inmediata probable. Se puede vivir felizmente debajo del volcán, incluso tiene un toque de romanticismo. Las nubes de ceniza del volcán activo hacen más fértiles las zonas circundantes, y por tanto más interesantes para vivir que otros lugares "normales" más seguros.

Una sociedad fundada sobre el crédito es algo parecido. Ahora el volcán ha entrado en erupción por venganza y tenemos que salir corriendo para salvar la vida. Todo el proceso se ha invertido y todo el dinero prestado, más los intereses, ha salido del sistema por orden de los mismos prestidigitadores que lo crearon. Así, el colapso de los bancos tiende a convertirse en un fenómeno que se retroalimenta con el tiempo: la exigencia de que los bancos en situación de riesgo sean sostenidos por los contribuyentes obliga a tomar medidas de austeridad que, a su vez, causan una contracción económica que produce paro e insolvencia, lo cual lleva a aumentar las dificultades de las entidades bancarias. Los gobiernos gastan aún más dinero en resolver el problema, pero una vez que la vulnerabilidad del sistema ha sido desenmascarada resulta casi imposible recuperar la estabilidad, que depende, por definición, de una financiación que ya no es creíble.

La misión del dinero es obviamente favorecer el comercio, agilizar el intercambio de bienes y servicios entre productores y consumidores. El problema es que se ha convertido en un fetiche en sí mismo y que genera procesos que hacen que la gente, sólo por apostar por el trabajo de otros, pueda acumular mucho más dinero del que podrían ganar con su propio trabajo. Esto lo favorece el principio de interés, o usura, que permite que el dinero "gane" dinero sin necesidad de añadir o crear valor intrínseco alguno.

Hablar en este momento de la dimensión de la deuda de las democracias occidentales significa quedarse casi sin audiencia, a excepción de una pequeña minoría con buenos conocimientos de matemáticas. Un sondeo reciente ha puesto de manifiesto que casi la mitad de los irlandeses piensan que nos quedan entre seis y diez años, con las medidas de austeridad actuales, para que la economía se pueda recuperar. Es una valoración claramente optimista. La verdad es que Irlanda no tiene ninguna posibilidad de librarse de sus deudas, porque su endeudamiento tiene poco fundamento real y es previsible que siga creciendo mientras el sistema actual siga vigente.

Con el tiempo, el país ha quedado secuestrado. Olvidemos el concepto eufemístico del "rescate". Todo lo que le ha sido impuesto últimamente a Irlanda representa un rescate sólo para los bancos internacionales, que han prestado dinero irresponsablemente a los bancos irlandeses y que han provocado un encarecimiento desorbitado de los precios de los inmuebles. Los irlandeses se han convertido en rehenes y les han dicho que si dejan de pagar, ocurrirá algo feo. Pero algo feo está sucediendo ya, y así seguirá al menos mientras vivan nuestros nietos. Sobre nuestra democracia pesa una hipoteca, término que debemos entender en su significado etimológico de "sometimiento": nuestro gobierno actúa en conformidad con el sistema bancario.

Es un problema que no sólo afecta a Irlanda, ni se limita a algunos estados "periféricos", como quieren hacernos creer. Afecta a todos: Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos. De momento, se calcula que la deuda de las democracias mundiales asciende a 1,5 cuatrillones de dólares, es decir, 1,5 billones. Una deuda así es real porque aparece escrita en algún libro. Pero no es real en ningún sentido, pues no refleja ningún análisis, valor, operación comercial o equivalencia monetaria de actividades económicas reales. Es una deuda creada por los banqueros según condiciones dictadas por ellos mismos en situaciones que se han creado como resultado de su actividad.

La industria bancaria ha creado trillones de deudas fraudulentas, es decir, deudas sin fundamento ni actividad real, que claramente no se podrán liquidar nunca. ¿Por qué? ¿Para hacer más dinero? Sería plausible, si no fuera porque ahora estos bancos han acumulado tanto dinero que han acabado con la capacidad productiva de las economías en las que ellos, o cualquier otro, podía gastar su dinero, y así lo han perdido en una nube de humo. Está claro que, así las cosas, no podrán recuperar su dinero, pero los contribuyentes tienen que pagar para mantener su actividad porque, según nos dicen, nuestra sociedad no puede permitirse el colapso de nuestros bancos.

Las medidas actuales en Irlanda y en otros lugares para afrontar el déficit presupuestario no son otra cosa que un espejismo que pretende recuperar la confianza en la capacidad de la economía, para recuperar así la ilusión. Estos recortes carecen totalmente de sentido frente a las deudas que los bancos irlandeses han acumulado: es como intentar vaciar el mar a cucharadas. Es una catástrofe de tales dimensiones que, en teoría, nos quedarían al menos 60 ó 70 años con las medidas actuales de austeridad para salir del déficit.

Lo único que distingue a las llamadas economías "avanzadas", como Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos, de las demás es que de momento los mercados no dejan ver sus vulnerabilidades, pero todos saben que existen. Gran Bretaña, la más cercana a Irlanda, que nos ha prestado casi 10 millones de libras esterlinas como parte del "rescate", debe a su vez seis trillones de euros. Dejando a un lado el motivo, que seguramente se debe al hecho de que los bancos irlandeses deben a la banca británica muchos múltiplos de esta cifra, surge una pregunta: ¿de dónde saldrá ese dinero? La respuesta es que también se pedirá prestado, probablemente a los mismos bancos que han prestado a Irlanda el dinero que tendrá que devolver a Gran Bretaña.

Es una locura. No existe posibilidad alguna de que estas deudas se puedan reducir de forma significativa. En teoría, crecerán cada vez más, pero en la práctica no será así, porque esto nos llevaría a un escenario que probablemente ni los banqueros ni los políticos estarán en condiciones de sostener.

Il Sussidiario

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