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El futuro no está escrito

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9 junio 2013
¿Atrapados? Es una pregunta que a estas alturas de la legislatura se hacen muchas personas, entre ellas muchos católicos inquietos, amantes de la libertad en el sentido amplio de la palabra y espíritus críticos y responsables. Gente que en su momento votó al PP o al PSOE pensando en un cambio pero que no se reconocen en muchas cosas que hacen o no hacen el Gobierno y la oposición.

¿Atrapados? Es una pregunta que a estas alturas de la legislatura se hacen muchas personas, entre ellas muchos católicos inquietos, amantes de la libertad en el sentido amplio de la palabra y espíritus críticos y responsables. Gente que en su momento votó al PP o al PSOE pensando en un cambio pero que no se reconocen en muchas cosas que hacen o no hacen el Gobierno y la oposición.

Reconocen los aciertos del primero, sobre todo, en política económica, aunque lamenten la falta de una visión global de la sociedad que se desea. Y están alarmados por la falta de sensibilidad cultural, educativa y social del Ejecutivo. Por su debilidad para armar un proyecto a largo plazo que revitalice la vida democrática, que supere el estatalismo y que sea poroso a las aportaciones de la sociedad civil. Esas personas echan en falta en el Ejecutivo un diagnóstico serio de nuestros problemas y, en consecuencia, un discurso coherente, explicable y atractivo que dé razón de las medidas que se adoptan. Desearían ver un Gobierno que, más allá de la tecnocracia economicista, sea capaz de dar razón de sus decisiones y del marco analítico en que se adoptan.

Las críticas se hacen, a menudo, en privado. Porque esta gente es seria. Y está preocupada porque la antipolítica crece de forma alarmante en nuestro país. Los necesarios ajustes han dejado la intención de voto del PP por los suelos. El PSOE está derrotado y desarmado. Y las formaciones que van ganando terreno, IU y UPyD, no suponen una verdadera alternativa de Gobierno. El resto de los descontentos, que son muchos, se inclinan por la abstención.

Este panorama provoca que entre las minorías creativas, entre los votantes del PP y entre los miembros del partido, haya desilusión y preocupación aunque también reparos para poner de manifiesto los muchos puntos débiles del Ejecutivo. Los socialistas, por su parte, no han hecho todavía la catarsis necesaria. Siguen teniendo los viejos tics de la izquierda anticlerical y no han sido capaces de fraguar una propuesta para toda España propia de una izquierda moderna que supere la época Zapatero. Si no gobernarse Rajoy tendríamos un gobierno de coalición entre nacionalistas del más variado pelaje y un PSOE débil y sometido al chantaje. Algo parecido a lo que fue el tripartito de Cataluña, quizá con más siglas.

Pero todo ello no significa que necesariamente haya que quedarse atrapado en el silencio. La responsabilidad en este momento exige precisamente hacer propuestas, señalar deficiencias, ser creativo. No quedarse atascado en un dilema falso.

La agenda para llevar a cabo esa labor es amplia. En el ámbito económico no todo lo que está haciendo el Gobierno es bueno. El último Informe de FOESSA ha puesto de manifiesto que en nuestro país crece de un modo preocupante la desigualdad. Está en peligro la gran conquista de los años 60 del siglo pasado: el desarrollo de una amplia clase media que democratizó el bienestar. Hay ciertas políticas fiscales indiscriminadas que aceleran esa destrucción de las clases medias. Seguimos en este campo sin una verdadera política de familia capaz de atajar, simultáneamente, los problemas de la pobreza y la desigualdad —pues no se olvide que dos de los grupos sociales más desprotegidos son los niños, entre los que son minoría los cubiertos por los subsidios familiares, y las mujeres, negativamente afectadas por la disparidad salarial y por unas menores oportunidades de empleo—, y de la sostenibilidad del sistema de bienestar.

La reforma de la enseñanza sigue siendo una de las asignaturas pendientes. Para fomentar la libertad, para modernizar realmente el país. Y en este campo lo que tiene pensado hacer el PP es claramente insuficiente. El nuevo proyecto de ley, la LOMCE, no corrige la estatización de nuestro sistema de enseñanza. No basta con hacer retoques. Es necesario desregular desde el principio, sobre todo para superar la vieja discriminación de la enseñanza de iniciativa social. Es necesaria una verdadera revolución normativa que funde el sistema escolar en la libertad: libertad de creación de centros, libertad de elección por parte de las familias, libertad pedagógica. Es imprescindible una reforma estructural basada en la desadministrativización del sistema educativo. Las últimas reformas universitarias han bajado el nivel formativo de forma considerable.

La inaplazable transformación del Estado del Bienestar también requiere otras políticas. En España pervive una especie de tabú según el cual lo público se identifica con lo estatal. Y este a priori no lo ha corregido la derecha. Es necesario abrir la gestión de los servicios de interés general a las entidades de iniciativa social. Favorecer lo que surge desde abajo. Pero eso no significa necesariamente privatizar. Al centro-derecha español hay que ayudarle a entender que entre la estatalización absoluta y la mercantilización absoluta hay otras vías. Que es conveniente desarrollar y fortalecer un Tercer Sector responsable que haga posible la transición a la Sociedad del Bienestar.

El crecimiento de la antipolítica, por otra parte, debe ser escuchado. Es lógico que haya malestar. Es necesario abrir los partidos a la vida social. La elección directa de los alcaldes o las listas electorales desbloquedadas son fórmulas que conviene poner en marcha. Y habría que equilibrar las oportunidades electorales de todas las opciones políticas mediante una reforma de la LOREG que preservara mejor el secreto del voto —obligando a los electores a pasar por una cabina cerrada antes de ejercerlo, tal como ocurre en la mayoría de los países democráticos— y que eliminara el envío de las papeletas a domicilio —el llamado mailing electoral, cuyo coste sólo es asequible, gracias a unas generosas subvenciones, a los partidos más grandes—. Luego habrá que poner en marcha otras.

Hay mucho por hacer, mucho que pensar, mucho que proponer. El silencio no es la alternativa. No basta hoy con gestionar una crisis; es necesario pensar nuestro tiempo, atreverse con un diagnóstico, generar discurso político, animar esperanzas, proponer objetivos ilusionantes.

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