Editorial

El futuro afortunadamente no es lo que solía ser

Editorial · Fernando de Haro
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16 julio 2017
Este es un tiempo de distopías (neologismo anglosajón que se utiliza para describir sociedades del futuro indeseables). Las distopías vuelven a dominar la narrativa cinematográfica (estos días se estrena el tercer capítulo de un remake del clásico Planeta de los Simios), los relatos económicos y también los sociológicos y antropológicos. Estos últimos se pueblan de barbarie y de humanos desnaturalizados que han adquirido características propias de los primates más elementales.

Este es un tiempo de distopías (neologismo anglosajón que se utiliza para describir sociedades del futuro indeseables). Las distopías vuelven a dominar la narrativa cinematográfica (estos días se estrena el tercer capítulo de un remake del clásico Planeta de los Simios), los relatos económicos y también los sociológicos y antropológicos. Estos últimos se pueblan de barbarie y de humanos desnaturalizados que han adquirido características propias de los primates más elementales.

Seguramente esta “literatura del declive” en la que hay mucho material de no ficción tiene que ver con el momento de transición que vivimos, con la incertidumbre de un cambio demasiado agudo, con el miedo que suscita percibir que la tierra conocida ha desparecido y no emerge la nueva.

La digitalización, por ejemplo, ha generado pulsiones apocalípticas. En un trabajo publicado ya hace unos meses por Carl Benedikt, profesor de la Universidad de Oxford, titulado “The future is not what it used to be” (El futuro no es lo que solía ser), se pronostica que casi el 50 por ciento de los trabajos que en este momento realizamos van a desaparecer por la automatización. La cuarta revolución industrial (la de los datos) suscita temores y reacciones semejantes a los que provocó el ludismo de hace doscientos años, cuando los artesanos ingleses se alzaron contra los telares industriales de la primera revolución industrial. La máquina era entonces el enemigo, ahora lo es esa actividad digital que representa el 20 por ciento del PIB mundial, porcentaje que irá en aumento, y ese flujo de datos que se ha multiplicado al menos por 45 desde 2005.

El asunto es complejo y sin duda los efectos de la “destrucción creativa” no serán inmediatos, la digitalización genera nuevas formas de exclusión (no por casualidad se habla de la famosa brecha) y como señalaba el informe ´The Future of Jobs: Employment, Skills and Workforce Strategy for the Fourth Industrial Revolution´ (presentado en el World Economic Forum de 2016) hay ámbitos en los que se pueden destruir 7 millones de empleos y crear solo 2. Pero responder al reto y al cambio pensando que estamos ante el “fin del trabajo”, como señalan algunos, es ignorar el más elemental de los principios económicos: las necesidades son infinitas, los recursos son escasos.

Percibir en el cambio una amenaza y no oportunidad dice mucho de los recursos disponibles que tiene el observador, de con qué y cómo afronta el presente. La regla sirve lo mismo para lo económico como para lo antropológico. Rod Dreher, editor de www.theamericanconservative.com y autor del gran best seller espiritual de los últimos meses en los Estados Unidos (The Benedict-Option), en uno de sus recientes post hacía una loa del discurso pronunciado por Trump en su visita a Polonia. Rod Dreher, que aboga por refugiarse en un arca mientras pasa el diluvio antropológico, sostenía que “mantener la hegemonía judeo-cristiana -lo que significa comprendernos como el pueblo que encuentra su unidad en las historias de la Biblia- es vital para mantener nuestra identidad. Como hace tiempo que no lo hacemos, estamos en declive”.

La hegemonía judeo-cristiana ciertamente ha desaparecido (las hegemonías espirituales suelen ser el resultado de la alianza con algún poder que no respeta la libertad y que seca la frescura de la verdad). Los relatos de la Biblia han dejado de vertebrar al pueblo (porque la tradición se interrumpió en aras de fomentar un cristianismo y un judaísmo reducido a ética. Se pensó que así podría ser universal y no necesitaría más ese “primitivismo” que supone depender de los acontecimientos que nutren las narraciones bíblicas). ¿Qué haremos ahora? ¿Nos pasaremos el día lamentando la oscuridad de los tiempos y nos retiraremos, como sugiere Rod Dreher, a islas en las que se guarden las esencias?

La mirada que percibe, en el cambio, una catástrofe económica o antropológica y no una oportunidad es una mirada vencida, una mirada parcial, anclada en el pasado. El llamado “declive” ha dejado más limpio el aire, ha dejado al descubierto heridas que estaban ocultas. Esta perplejidad, este aburrimiento, esta impotencia, esta necesidad de volver a repensar y reconstruir qué significa trabajar, qué significa vivir juntos, nos deja a todos menos tentados de viejas arrogancias, más inclinados a encontrarnos los unos con los otros, menos dispuestos a aceptar de forma acrítica soluciones, en todos los campos, que hace tiempo ya no funcionan. Y desde luego, si alguna estima por el presente queda, nos deja más dispuestos a acoger cualquier sombra de respuesta que verdaderamente lo sea. Es cierto que es un tiempo ambiguo, en el que se repiten pretendidas respuestas disecadas por la ideología. Pero estos días tienen también la belleza de las preguntas rotundas. Y una pregunta siempre se formula cuando se intuye la respuesta. Las necesidades, no solo en lo económico, son infinitas. Hablan de algo positivo que está ya de algún modo presente.

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