El fraude Kretschmann

Mundo · Ricardo Benjumea
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30 enero 2014
La introducción de un plan educativo en las escuelas de Baden-Wurtemberg para formar a los niños en la «diversidad sexual» ha desencadenado un terremoto político, cuyas repercusiones traspasan las fronteras de Alemania. Winfried Kretschmann, de Los Verdes (a la izquierda de los socialdemócratas), gobierna desde 2011 este estado de mayoría católica y con fama de mentalidad más bien conservadora. Kretschmann, primer verde jefe de Gobierno de un Land alemán, personificaba una nueva izquierda de ideales “clásicos”, con la que los cristianos podían sentirse cómodos. Hasta ahora.

La introducción de un plan educativo en las escuelas de Baden-Wurtemberg para formar a los niños en la «diversidad sexual» ha desencadenado un terremoto político, cuyas repercusiones traspasan las fronteras de Alemania. Winfried Kretschmann, de Los Verdes (a la izquierda de los socialdemócratas), gobierna desde 2011 este estado de mayoría católica y con fama de mentalidad más bien conservadora. Kretschmann, primer verde jefe de Gobierno de un Land alemán, personificaba una nueva izquierda de ideales “clásicos”, con la que los cristianos podían sentirse cómodos. Hasta ahora.

El día que ganó las elecciones, Winfried Kretschmann dijo que lo más importante que tenía que hacer ese día era ir a Misa, y después, votar. Miembro del foro laical a veces “crítico” (pero no cismático) Comité Central de los Católicos Alemanes, al que también pertenecen destacadas personalidades de la CDU de Merkel, personificaba una nueva esperanza de entendimiento entre la izquierda y los cristianos. La ecología, la promoción de la paz y, desde luego, la justicia social, son valores de gran atractivo para un electorado católico como el que le dio a los Verdes un histórico resultado en Baden-Wurtemberg, con el 24,2% de los votos. Una alianza verdi-roja desbancó a los democristianos del poder en este estado, el tercero de Alemania en población (más de 10 millones de habitantes) y tamaño, donde la CDU gobernaba ininterrumpidamente desde hace 6 décadas.

El secreto del éxito electoral de Kretschmann consistió básicamente en no dar miedo. No había propuestas económicas radicales en su programa, ni mucho menos la ingeniería social que propugnan Hollande, Obama, la reelegida en Chile Bachelet o el PSOE en España. Hasta ahora, el ministro-presidente había actuado con moderación en estos temas moralmente controvertidos, pero “el pacto” se ha roto con la introducción de un polémico programa transversal que, a partir de 2015, según denuncian los críticos, adoctrinará a los niños en la ideología de género y en una visión deshumanizada de la sexualidad. La oposición, las jerarquías católica y evangélica, y decenas de miles de ciudadanos han pedido la retirada de este plan, no previsto en el programa electoral de los Verdes. Kretschmann no ha querido entrar en debates, ni buscar consenso en el punto en el que todos estarían de acuerdo: combatir la intolerancia contra las personas homosexuales. Por el contrario, ha preferido descalificar a sus críticos como fundamentalistas que actúan según «motivaciones religiosas». La vicepresidenta del Parlamento regional y miembro de su partido Brigitte Lösch (perteneciente también al sínodo regional de la iglesia evangélica) ha desenterrado el hacha de guerra: «Debemos evitar que las iglesias torpedeen» el proyecto educativo.

Este viraje del “moderado” Kretschmann va a tener repercusiones en la política nacional alemana, justo cuando la CDU y el SPD quieren intensificar el diálogo con las principales confesiones religiosas, y cuando, en los Verdes, el serio retroceso en las últimas elecciones generales había desencadenado duras críticas contra quienes llevaron al partido a posiciones extremas en materia de valores morales y de familia. El panorama idílico lo completaban los elogios al Papa desde Die Linke, los ex comunistas de la extinta RDA. Si ya su líder Gregor Gysi sorprendió por sus elogios a Benedicto XVI, la número dos de la fracción parlamentaria, Sahra Wagenknecht, citó hace unas semanas elogiosamente la exhortación Evangelii Gaudium de Francisco en el Bundestag.

Pero esas esperanzas se desvanecen al comprobar que asuntos como el aborto o la equiparación al matrimonio de las uniones homosexuales, tarde o temprano, terminan apareciendo en la acción de gobierno de la izquierda, que parece considerarlos ya un elemento nuclear de su ideario, con rarísimas excepciones, como la del ecuatoriano Rafael Correa. Cuando el SPD y los Verdes tengan ocasión de pactar en Berlín, pocas dudas existen ya de que ésa será la línea en la que avancen. No habrá eutanasia, que en Centroeuropa trae todavía malos recuerdos (la gran coalición austríaca, con los socialdemócratas al frente, ha iniciado el proceso para prohibirla en la Constitución), pero en lo demás, la cosa está bastante clara. Y cuando surgen esas controversias, es sólo cuestión de tiempo que los promotores de esas políticas dirijan sus dardos contra la Iglesia católica, a la que –no sin razón– consideran el gran bastión cultural frente a sus proyectos de ingeniería social. Incluso el católico y “moderado” Kretschmann abandona entonces el buen talante y se transforma en un laicista furibundo.

Esta nueva agenda de la izquierda tiene una nefasta consecuencia para los católicos: los empuja a echarse en manos de una derecha que, a menudo, no lo merece, y que, además, poco a poco va asumiendo también esos mismos postulados. Esto pone a muchos católicos en la tesitura de elegir entre su fe y sus preferencias políticas de izquierda. En el Reino Unido, un estudio ha demostrado que los católicos tienden más que los anglicanos a votar a los laboristas, igual que, en EE.UU., suelen preferir a los demócratas antes que a los republicanos. En Alemania o en Francia, el voto católico favorece en cambio al centro-derecha, pero esta corriente adopta allí un marcado tono social.

Hay, por tanto, para los católicos, fundamento para realizar un trabajo serio con –y en– los partidos de izquierda, tendiendo puentes y exponiendo también con claridad las divergencias. Es además cuestión de necesidad vital, ya que el avance de la agenda de la nueva izquierda va sistemáticamente asociado a una creciente presión para que se expulse a los católicos de la vida pública, obligándoles, de un modo u otro, a dejar de lado su fe.

La experiencia demuestra que ese trabajo da resultados cuando va a acompañado de un esfuerzo sostenido y en clave positiva en el ámbito de la sociedad civil. Un claro y esperanzador ejemplo es la labor provida en EE.UU. desde los años 90, surgida de las parroquias de todo el país y apoyada sin complejos por los obispos, a pesar de un clima mediático claramente en su contra, por los escándalos sexuales destapados en esos años. Desde 2009, una mayoría de la población norteamericana se define “provida”, entre otras cosas porque ha calado en la opinión pública el mensaje de que los católicos ayudan a las embarazadas con problemas y también a las mujeres que han abortado, rompiéndose así la identificación entre aborto y derechos de la mujer.

Misericordia en las obras y firmeza en el discurso. Ésa es, en definitiva, la receta que está funcionando en Norteamérica. Debe haber obras, pero también es fundamental llamar a las cosas por su nombre. En Baden-Wurtemberg, si había alguna posibilidad de que Winfried Kretschmann rectificara, se vino abajo tras la publicación de un temprano e inoportuno comunicado del Consejo Diocesano de Friburgo –después desautorizado–, aplaudiendo los esfuerzos del Gobierno regional por fomentar «la aceptación de la diversidad sexual», y calificando de «lamentables» las críticas que descalifican su plan educativo como «adoctrinamiento ideológico».

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