El fin del bipartidismo

España · Pablo Martín de Santa Olalla
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19 junio 2013
Probablemente sin percatarnos de ello, en el momento actual estamos asistiendo a un fenómeno nuevo en nuestra democracia, y es el fin del bipartidismo que lleva gobernando este país desde hace más de treinta años. Los numerosos asuntos de corrupción que salpican a los dos principales partidos, junto con su manifiesta incapacidad para dar soluciones reales a la crisis económica que asola España desde el año 2008, están llevando a una parte sustancial de la ciudadanía a pensar que cualquier alternativa política puede ser válida, y que ni PP ni PSOE van a recibir el voto que le dieron en su momento.

Probablemente sin percatarnos de ello, en el momento actual estamos asistiendo a un fenómeno nuevo en nuestra democracia, y es el fin del bipartidismo que lleva gobernando este país desde hace más de treinta años. Los numerosos asuntos de corrupción que salpican a los dos principales partidos, junto con su manifiesta incapacidad para dar soluciones reales a la crisis económica que asola España desde el año 2008, están llevando a una parte sustancial de la ciudadanía a pensar que cualquier alternativa política puede ser válida, y que ni PP ni PSOE van a recibir el voto que le dieron en su momento.

En realidad, lo que está sucediendo, y que está pendiente de certificarse en las próximas elecciones (las europeas de 2014), era algo que algún día tenía que suceder, como también pasó, por ejemplo, en Italia con la democracia cristiana, el socialismo y el comunismo. En ese sentido, el bipartidismo ha cumplido su función esencial, que era dar estabilidad al sistema. A diferencia de los años de la II República, que concluyeron con una trágica contienda que llevó finalmente a una dictadura, la alternancia desde 1982 entre PSOE y PP ha servido para consolidar la democracia nacida en 1976 con la Ley para la Reforma Política y confirmada con la Constitución de 1978.

Lo cierto es que los últimos años han sido decisivos a la hora de desgastar tanto a PSOE como a PP. Rodríguez Zapatero, Presidente del Gobierno entre marzo de 2004 y noviembre de 2011, tuvo que convocar anticipadamente elecciones ante las elevadísimas tasas de paro (y eso que había prometido que la legislatura iniciada 2008 iba a ser la del “pleno empleo”) y abdicar de todos sus principios con un histórico paquete de medidas anunciado en el Congreso de los Diputados en mayo de 2010. Por su parte, Mariano Rajoy llegó al Gobierno en noviembre de 2011 con la promesa de crear empleo y lo único que ha aportado ha sido un empeoramiento de las cifras de su antecesor: a día de hoy, el único triunfo que puede atribuirse es la no intervención de España, algo que realmente se debe más a la envergadura de nuestra economía (la cuarta de la eurozona) que a su supuesto reformismo, que más bien es una sucesión de recortes en el gasto público y de subidas de impuestos.

La realidad es que en este momento muchos de los votantes ni saben ni les importa si Pérez Rubalcaba o Rajoy tienen recambio. En el caso de los socialistas, oyen hablar de primarias, y de candidatos como Patxi López, Emiliano García-Page y Eduardo Madina, pero saben que a fin de cuentas todos ellos no son más que más de lo mismo. En el lado de los populares, se tienen que mover entre un Rajoy que no piensa dimitir y que tiene la poltrona asegurada durante mucho tiempo en virtud de su mayoría absoluta y de la fidelidad que le profesan todos los que le deben el puesto; y un Aznar que, aunque es cierto que se mantiene en plena forma, olvida que la realidad política y económica es muy diferente a la que él tenía cuando era Presidente del Gobierno, y todo ello con el añadido de que es casi diez años mayor y que ya no tiene realmente el control de su propio partido.

Mientras, parece que las formaciones al alza son, de momento, Izquierda Unida  (IU) y Unión, Progreso y Democracia (UPyD), a la espera de que los diferentes movimientos y plataformas quieran transformarse en partidos políticos. Desde el punto de vista de la transparencia política, lo tiene más fácil UPD que IU por la sencilla razón de que prácticamente no ha tocado poder. Y, si logran buenos resultados, deben arrancar de PP y PSOE (que aún así todavía seguirán siendo las fuerzas mayoritarias) un sistema electoral nuevo que, sobre todo, permita listas abiertas, que es la única manera de que el talento vuelva a la política: mientras todo dependa de la fidelidad al líder del partido,  no tendremos más que una tropa de mediocres que ven en la política una ocasión única para ganar un sueldo que ni de lejos ganarían en la empresa privada por falta de cualificación o de competencia. Sólo así caminaremos hacia la regeneración de un sistema cada vez más putrefacto donde PP y PSOE compiten por ver quién es más corrupto (de momento van empatados, por poner una nota de humor). Confiemos en que más pronto que tarde recuperemos el buen camino porque España no puede seguir aguantando un bipartidismo que toca a su fin.

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es doctor en Historia Contemporánea y autor del libro “El Rey, la Iglesia y la Transición”

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