El festín de Babette

La misericordia y la verdad se han encontrado. La justicia y la dicha se besarán mutuamente. En nuestra humana debilidad y miopía creemos que tenemos que hacer una elección en esta vida y temblamos ante el riesgo que corremos. Nuestra elección no importa nada. Llega un tiempo en el que se abren nuestros ojos y llegamos a comprender que la gracia es infinita y lo maravilloso, lo único que tenemos que hacer, es esperar con confianza y recibirla con gratitud. La gracia no pone condiciones.
El general Lorens ha llegado a la cumbre del éxito militar y social. Pero vuelve a un pueblo perdido en Jutlandia, donde décadas atrás dejó esperando al amor de su vida. En su retorno, tanto los evangélicos del pueblo como el viejo general se topan con una cena inesperada. Babette, una cocinera francesa, ha empleado todo su dinero en ofrecer un festín a los aldeanos que la acogieron cuando ella huía de la Comuna parisina.
Mirad, lo que hemos elegido nos es concedido y lo que rechazamos nos es dado. Incluso se nos devuelve aquello que tiramos porque la misericordia y la verdad se han encontrado y la justicia y la dicha se besarán.
Luce un nuevo año. Los propósitos se acumulan y se hacen viejos nada más ser mentados. Traicionamos nuestras perfectas intenciones antes incluso de pronunciarlas y nos hacemos esclavos de ellas, bien porque las perseguimos sin éxito, bien porque sabemos que no nos devolverán nada, incluso aunque las alcanzáramos. En la película de Gabriel Axel se insinúan estos dos callejones sin salida: por un lado, el de los viejos puritanos del pueblo, que tiemblan al pensar que los manjares de Babette derretirán sus paladares. Por otro lado, el del general Lorens, consciente de sus malas elecciones y atormentado por lo que pudo hacer y no hizo. Sin embargo, la rigidez militar de los evangélicos y el malestar puritano del general acaban rindiéndose ante la gracia culinaria de Babette. La gratuita sobreabundancia, capaz de apartar los propósitos infecundos y de borrar la mala conciencia, nos abre la única vía posible. Si años atrás Lorens pensaba que la vida era despiadada, en el día del gran banquete exclama que “en este mundo nuestro todo es posible”.