El extraño poder que finalmente vence

Mundo · José Luis Restán
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4 febrero 2013
Nosotros querríamos una omnipotencia divina según nuestrosesquemas mentales y nuestros deseos: un Dios que resuelva los problemas, queintervenga con su poder para evitarnos las dificultades, que arrase los poderesmalvados, que cambie el curso de los acontecimientos y anule el sufrimiento, elnuestro y el de quienes amamos. Lo ha dicho Benedicto XVI en su últimacatequesis, reconociendo la dificultad (actual y de siempre) para creer en unDios que siendo a la vez infinitamente bueno y poderoso, permite un mundo quenos parece tantas veces caótico. Más aún, nos parece el amargo escenario en elque vence cotidianamente el mal. 

Un famoso actor español declaraba recientemente que no creíaen Dios, pero que en caso de existir le diría "que no tiene perdón de Dios".Una ácida chanza, no demasiado original, pero que ilustra bien esa dificultadque el Papa reflejaba en sus palabras. La sorpresa crece cuando seguimosescuchando a Benedicto XVI decir que en realidad, Dios, al crear a los hombreslibres, "renunció a una parte de su poder". No es el Papa un hombre aficionadoa las florituras, es más bien alguien a quien le gusta la precisión a la horade formular imágenes que expliquen la verdad de las cosas. Me ha recordado algoque respondió a Peter Seewald en su libro Salde la Tierra, a propósito de las traiciones de algunos eclesiásticos: "Diosha corrido un gran riesgo con nosotros". El riesgo de nuestra libertad, que esel misterio más grande del universo.

Nos lo repetirán una y mil veces y seguiremos sin entenderlo.Que el camino elegido por Dios para salvar al mundo pasa por el Huerto de los olivosy por la cruz, no por la espada desenvainada de Pedro y las legiones de ángelesque él hubiese preferido invocar. De nuevo lo explica Benedicto XVI: "suomnipotencia no se expresa en la violencia, no se expresa en la destrucción decada poder adverso, como nosotros deseamos, sino que se expresa en el amor, enla misericordia, en el perdón, en la aceptación de nuestra libertad y en elincansable llamamiento a la conversión del corazón". Pero claro, éste caminonos resulta demasiado lento (para nuestras exigencias), demasiado arriesgado(mira que depender de la soberana libertad de otros…) y sobre todo demasiadodoloroso (no hay más que mirar a Jesús ante el Gobernador).

El Papa concluye este paso mirando a Jesús, a su aparentedebilidad que le lleva a "dejarse matar". Y sin embargo Benedicto XVI, el Papade la razón nada aficionado a extraños misticismos, no deja resquicio alafirmar que "éste es el poder de Dios, y este poder vencerá". Retoma así unaidea preciosa para él, que no deja de sembrar en su magisterio más reciente: ladel poder misterioso del Resucitado, un poder que "no es un fuego devorador ydestructivo; es un fuego silencioso, es una pequeña llama de bondad, de bondady de verdad, que transforma, da luz y calor".

Evidentemente estas no son simples palabras lanzadas al aire.Es propio del cristianismo, de la encarnación, buscar una verificaciónrazonable de cuanto se anuncia en la realidad, en el presente. El Papa nopostula, desde luego, una especie de minimalismo del bien o una suerte detriple salto que confía a un lejano futuro el desvelamiento de una victoria queahora se nos antoja incomprensible. Se trata de un camino real, de untestimonio hecho de carne y sangre que desarma al mal desde dentro, generandouna realidad de bien que ya está presente, que se deja ver y tocar, que exponeuna verdad y un atractivo capaces de fraguar un cambio que arranca desde loscorazones y llega hasta el tejido de la vida social. Benedicto XVI describe unavictoria que muchas veces no encaja en nuestros parámetros, pero que deberesistir, y de hecho resiste, el contraste con nuestra verdadera exigenciahumana.            

Veinte siglos después podemos ver (seguir viendo) que laaparente impotencia de Jesús no es tal, y que su fuego silencioso ha forjadotoda una historia que demuestra sorprendente resistencia a ser extirpada porlos sucesivos poderes de la tierra. "También hoy con su modo humilde, el Señorestá presente… da vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan elmundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios. Sí, Cristo vive,también hoy está con nosotros… su bondad no se apaga; es fuerte también hoy". Unabuena pregunta para los cristianos de esta hora: ¿nos quedamos con el realismodel Papa o con la lejía de los escépticos? La respuesta se nos pide cada día. 

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