El estado anímico del votante
Hace unos meses, en una interesantísima entrevista en El Mundo a Íñigo Errejón, este afirmaba que “mis amigos no hablan de ninguno de los temas que se hablan en la sesión de control al Gobierno de los miércoles, sino de los ERTE, de la ansiedad, del ritmo de vida que llevamos, o de que el jueves pasado hizo en el Ártico más de 30 grados. Esa brecha hay que cerrarla y creo que nosotros, humildemente, contribuimos a ello: estamos haciendo un caminito verde que no es contra nadie y que aspiramos a que se consolide también en España […] superar las viejas etiquetas y poder ser transversal, pero en un momento dado Podemos decidió convertirse en otra cosa y ocupar el papel tradicional de IU”.
Desde luego, el líder de Más País ha entendido perfectamente cómo sintonizar con una buena parte del electorado que ya no se mueve por una dualidad de derecha-izquierda o de pensamiento liberal-conservador versus social-democracia sino por nuevas preocupaciones: medio ambiente, feminismo, futuro de los jóvenes… son los intereses de este “nuevo” electorado. Como María, joven posmoderna, apoderada de Más Madrid en las últimas elecciones para la comunidad madrileña que ve lejos la posibilidad de abandonar la casa materna e independizarse aunque consiga trabajo, que junto con el medio ambiente y la liberación de la mujer son sus grandes inquietudes. Más País subirá a imagen y semejanza de los Verdes en Alemania porque tienen su público y los dirigentes del partido saben cómo conectar con él.
En parte como respuesta a la posmodernidad, con sus aspectos positivos y negativos, con sus heridas que muchos no entienden o que nos cuesta entender, está Vox. El partido al que vota mi amigo José. José no es facha, no digo que no los pueda haber, sino que está harto… hartísimo. Lo que define al votante de Vox no es facha sino harto. Harto de que en el juego político siempre ganen los mismos. Y los mismos son: partidos nacionalistas o los que se llevan el dinero fruto de la corrupción. En el fondo Vox es la respuesta desesperada de problemas que no se han podido resolver de forma adecuada: nacionalismos, corrupción, inmigración…
¿Significa la irrupción de estos partidos el final del bipartidismo? No es fácil porque PP y PSOE son estructuras muy arraigadas, con mucha influencia en los medios de comunicación, muy capilares en la sociedad, con mucha gente que vive del partido… y con las cosas de comer no se juega. Además cuentan con un votante muy fiel aunque también muy desilusionado. El votante del PP asiste atónito a la caída del mito del PP como partido ejemplar y guardián de ciertas esencias morales. Pero al menos, dirán, es un partido de orden y un freno para ciertas derivas ideológicas sin caer en extremismos. No confundir con el voto a Ayuso que tiene otros matices. El voto a Ayuso es el de mi amigo Jesús, el dueño del restaurante donde suelo ir a almorzar, que no había votado al PP en su vida pero que en medio de la pandemia la determinación del gobierno de la Comunidad de Madrid de no cerrar la hostelería le ha permitido subsistir a duras penas.
¿Y qué pasa con el votante del PSOE? Como mi cuñado Daniel, seguirá votando socialista porque si no su padre se levantaría de la tumba y le retorcía el cuello. Es verdad, es un voto dogmático, me confiesa mi cuñado entre copa y copa de vino que saboreamos juntos. Es un votante indigesto al menos en la versión más clásica. Este clásico votante socialista, gran admirador de Felipe y que aborrece a Sánchez, pensará que con la ley Trans se han pasado tres pueblos y que esto no tiene nada que ver con ser feminista, tendrá graves problemas de indigestión con los indultos pero “si no creo en el PSOE, ¿a dónde iremos? Solo el PSOE tiene políticas de vida eterna” (¡qué gran error de Rivera al dejarse mover solo por la ambición personal y girar a la derecha y bloquear la salida natural al votante socialista clásico!). Además, los errores del PSOE en realidad son culpa de la coalición con Podemos, argumentará el votante. Eso o que a este PSOE no lo va a conocer ni la madre que lo parió, parafraseando a Guerra, aunque deberíamos decir ni el padre Pablo Iglesias (no confundir con el coletas) que lo parió.
¿Qué hay de Unidas Podemos? Pues que no podemos. Quedan los últimos hippies o los últimos neocomunistas. Todo el deseo, en parte verdadero, que movió en muchas personas bienintencionadas se ha desvanecido ante la tozudez de los hechos. Las mujeres han tomado el poder en el partido y nos han cambiado hasta el nombre, me decía casi avergonzado un anónimo militante del partido que dejaremos tranquilamente en su anonimato durmiendo su siesta soñando con un futuro mejor.
Ciudadanos se dirige hacia su convención nacional que será el escenario mediático del anuncio de su reconversión a Partido Liberal, a imagen y semejanza de un Partido Liberal al estilo de los que abundan en Europa. En esa búsqueda incesante de una tercera vía. Tiene el perfil de votante menos fiel y es que es muy jodido ser de centro.
Algunos en el partido, como mi queridísima amiga Laura, resisten a pesar de los malos tiempos e incluso, en lo más recóndito de su alma, se alegra de que “muchas ratas” abandonaran el barco mientras se hundía. Eso mismo le dijo una amiga suya del PP. Sin algunos de los que se han ido estamos mucho mejor (ellos saben quiénes son) aunque también sin muchos de los que se han ido estamos mucho peor (Pericay, Roldán…). Laura ve a Ciudadanos como un partido absolutamente necesario en la política española y es el modelo de persona de centro (lee El País y El Mundo). Es la maldición del centro, pero ¡cómo nos hubiera cambiado la historia de nuestro país si en lugar de tener que pactar con los nacionalistas tanto el PP como el PSOE hubieran tenido la posibilidad de aliarse con un partido de centro!, me dice mi amigo. No le falta razón pero errores propios muy graves (de los cuales los dirigentes parece que no se quieren dar por aludidos) y situaciones coyunturales han llevado al partido a estar en peligro de desaparición… o no. El tiempo lo dirá.
A pesar de todas las diferencias, a María, Jesús, Daniel, Laura les preocupan más o menos las mismas cosas en su día a día.