El espejismo de la disciplina
La idea ha surgido no de un laboratorio sino del sindicato ANPE, un sindicato de profesores. Esta organización puso en 2005 en marcha un teléfono para recoger las quejas de los docentes y desde entonces ha recibido más de 10.000 llamadas. Cuatro de cada diez son de profesores que dicen que no pueden dar clase. Este sindicato ha realizado un estudio que pone de manifiesto las consecuencias psicológicas de lo que está sucediendo: un 43 por ciento de los profesores presenta algún signo de daño psíquico por la violencia escolar.
La responsabilidad de los padres es clara: justifican en muchas situaciones de conflicto a los hijos y provocan deslegitimación. Estamos, a menudo, ante una violencia con implicaciones penales. De hecho, la propuesta de Esperanza Aguirre era ya el contenido de una circular de la Fiscalía General del Estado de noviembre de 2008. Ese texto recomendaba considerar los ataques a los funcionarios de la enseñanza pública como ataques a la autoridad. La cuestión del orden público es decisiva. En la Comunidad Valenciana, donde hay un plan de formación para policías locales sobre cómo afrontar la violencia escolar y dónde ha aumentado su intervención en los centros, se ha reducido drásticamente.
Es sin duda necesario restaurar un mínimo orden y una disciplina. Pero es un espejismo pensar que la disciplina, impuesta a través del ultimísimo recurso del derecho penal o de la violencia, puede recuperar el auténtico orden en las aulas. Ante la crisis educativa la derecha reclama poner fin al desconcierto. Y la izquierda, Educación para la Ciudadanía. Pero el verdadero orden en las aulas tiene más que ver con una epifanía, con una manifestación de la belleza, que con los recursos punitivos del Estado de Derecho. Cada cosa está en su sitio cuando la libertad de un joven se siente seducida por un maestro que le descubre el mundo y su significado. En esa relación puede haber aburrimiento, conflicto, pero siempre está dominada por el respeto que suscita una persona que te pone ante tu destino y ante tu responsabilidad.
La disciplina necesaria no puede hacernos olvidar que nosotros, los occidentales, somos hijos de aquella escuela en la que Sócrates se sentía tan interesado por la verdad que olvidaba las mujeres, o de la de Ambrosio de Milán, que era capaz de seducir a un alguien tan metido en pasiones poco académicas como Agustín de Hipona. No era el siglo IV menos bárbaro que éste. Podemos detenernos a analizar las causas familiares y sociales de la nueva barbarie. Pero las energías están contadas y es mejor ofrecerle una respuesta.