El espectáculo del presupuesto y las raíces de la crisis
Al inicio de la crisis global, hace poco más de un año, Ratzinger envió un mensaje a la FAO en el Día Mundial de la Alimentación, en el cual expresó un conjunto de ideas que después confirmaría en la encíclica Caritas in Veritate. En estos documentos denuncia el egoísmo de los estados y los grupos de intereses que juegan a la ruleta rusa con la humanidad, un retozo perverso sin más objetivo que usar los bienes económicos no para alimentar a los desheredados, sino a la insaciable industria militar, a las grandes corporaciones y a las distintas burocracias políticas nacionales e internacionales. Un juego en el cual el diseño económico se ordena a la rendición de lealtades que nada tienen que ver con la generosidad y la solidaridad, que están muy lejos de buscar el bien común. El Papa ha sido contundente. El mal no hay que buscarlo en la economía en primer lugar, sino en el corazón del hombre. Hace falta "redescubrir el sentido de la persona humana, en su dimensión individual y comunitaria, a partir de la vida familiar, fuente de amor y afecto". El punto de partida para este reconocimiento es sencillo: "los bienes de la creación están destinados a todos".
El problema económico de México en particular no se reduce a un asunto de impuestos, de finanzas o de inversión pública y privada. Si así fuera, la solución sería tan fácil como diseñar un instrumento técnico apropiado. En realidad, estamos ante la crisis de un modelo de sociedad que se olvidó del fundamento de una cultura en verdad humana, de algo tan sencillo como reconocer que todos somos miembros de la misma especie. Para reconstruir nuestra sociedad debemos hacer valer la ley del más débil, es decir, ordenar nuestra vida privada y pública a la promoción integral del más necesitado, lo que nada tiene que ver con un paternalismo trasnochado tan grato a los partidos de "las izquierdas", que no es otra cosa que un clientelismo vulgar. Para lograrlo es menester cambiar la forma en que nos miramos, reconocernos como personas empezando por los más débiles, quienes son, inequívocamente, nuestros hermanos.